Ensayo

Mapa sonoro de los arroyos urbanos


¿Cómo suena un río pavimentado?

En el último tiempo, Buenos Aires se llenó de carteles y pintadas con olas celestes que señalan la ubicación de los arroyos entubados. Artistas y académicos del Taller de grabaciones de campo y mapa sonoro (TGCMS) salieron a grabar y censar los sonidos de sus cauces, que ya no se ven pero ¿se oyen? Una acción que piensa en el reflejo del ambiente acústico en nuestras ciudades hiperurbanizadas, el rugido de un ecosistema conquistado, la posnaturaleza, los humedales, el ruido blanco y la utopía del silencio. Este proyecto es parte de la comunidad del II Congreso Internacional de Arte + Ciencia “Las aguas” organizado por el Centro de Arte y Ciencia de la Escuela de Arte y Patrimonio de la UNSAM.

Aguas abajo, Mapa Sonoro de Arroyos Urbanos fue presentado en el II Congreso Internacional de Arte + Ciencia “Las aguas” organizado por el Centro de Arte y Ciencia de la Escuela de Arte y Patrimonio de la UNSAM. Fue realizado por María Ximena Arqueros, Miriam Djeordjian, Camila Juárez, Andrés Villegas y Pablo Bas.

Arroyo Vega: el humedal quedó entubado apenas unos metros debajo del empedrado. Los pájaros lo extrañan en tiempos de sequía.

Es raro ponerse a cartografiar el sonido de lo ausente. Más que de lo ausente, de lo imperceptible a la vida urbana.

¿Cómo será el sonido de un río que no suena a río?

El agua es un elemento tan vital que por algo Buenos Aires es famosa por darle la espalda al río. Y por mandar al inframundo sus arroyos: son varios los que serpentean el suelo porteño y desaguan como venas de ese gran cerebro que es el Río de La Plata. Maldonado, Ugarteche, Vega, Medrano y Cildáñez son algunos de ellos. Están ahí, pero entubados. Ya no se ven.

Aguas abajo, Mapa Sonoro de Arroyos Urbanos: una etnografía artística realizada por académicxs en los arroyos Maldonado, Ugarteche, Vega, Medrano y Cildáñez (Buenos Aires, Argentina) y Choqueyapu y Orkojahuira (La Paz, Bolivia).

En el Taller de grabaciones de campo y mapas sonoros (TGCMS) nos propusimos localizar, escuchar, grabar, editar y mapear de manera colectiva, circular e interdisciplinar los territorios que habitamos y transitamos, con un eje en común. Nos preguntamos por el agua en Buenos Aires (Argentina) y en La Paz (Bolivia), en nuestros barrios y paisajes. En un ejercicio de imaginación sonora salimos con nuestros grabadores profesionales y hasta con celulares. Orientamos la exploración en los cruces, nos paramos entre los cursos de agua y el modo de habitar de las personas en los espacios comunes, en los surcos. El recorrido inspiró preguntas, disparó certidumbres, nos permitió acceder a ese borde que está latiendo, que está viviendo cerca nuestro. Aguas abajo, Mapa Sonoro de Arroyos Urbanos censa el reflejo del ambiente acústico en nuestras ciudades hiperurbanizadas, censa el perfume y el rugido del ecosistema conquistado. Documenta las cuencas hídricas invisibles de la ciudad de Buenos Aires. Habla de posnaturaleza y de ecología del paisaje. 

En los últimos tiempos surgieron como hongos en CABA: las señalizaciones son claves, son las puertas de acceso a ese mundo subterráneo. Carteles redondos con olas celestes junto a postes de luz, señales en el paso cebra, escarapelas que bordean alcantarillas dicen: 

―Por acá pasa el arroyo tal. 

Hay que ver el cartel, primero. Confiar después. Dejar que los sentidos se mezclen. La alfabetización visual dispara la memoria medioambiental. 

Si se le pregunta a un funcionario del Gobierno de la Ciudad por los “ríos entubados”, corregirá: “No. No son ríos entubados. Son arroyos subterráneos”. Si se les pregunta a referentes de la ecología política latinoamericana, hablarán de la ciudad neoliberal, de la desposesión y del agua como indicador central para medir la desigualdad. Por eso, las políticas públicas vinculadas al acceso al agua potable y a la prevención de inundaciones quizá puedan hacer ganar o perder elecciones. 

Agua Parda: este proyecto de Noelia Toscano que consiste en la recolección, identificación e impresión de especies vegetales que crecen a la vera del Maldonado.

La intervención urbana hace geografía: pone señales con formas circulares, máquinas encausadoras y jaulas oxidadas donde en otro tiempo hubo vegetación, fauna, barro, charcos, hundimientos, flujos. Crea ensamblajes sociotécnicos entre lo humano y lo no humano. 

Mientras tanto en la ciudad de La Paz el proceso de entubamiento de los ríos Choqueyapu y Orkojahuira actualmente está en marcha. Eso también registramos.

Flujo y permanencia. Luz verde. Avanzan bicis y autos por sobre el arroyo. Luz roja: una pausa, y avanzan lxs caminantxs. El lavadero con autos en espera y música de fondo, en medio de los tránsitos.

Registrar el sonido de un río que no suena a río es como desenterrar a los muertos para gritarles que no podemos vivir sin sus historias. Porque en ellas somos. Aunque no haya un paralelismo entre estas señales hídricas y otras señales de la vía pública, como las estrellas que recuerdan que ahí alguien murió atropellado. 

El río está entubado, escondido de nuestros sentidos, pero no muerto. La materialidad, su torrente fluye en esta vida subterránea cuasi disciplinada. Y cada tanto sale, dice acá estaba, la víctima reacciona, nos perturba, nos inunda, nos desborda, ordena la gran contradicción. Se cansa de ser un secreto. Intenciona también desde lo sonoro. Se hace evidencia del geo-biolaboratorio en el que hemos convertido nuestra casa.  

¿Cómo trazar el mapa de un territorio invisible? ¿Por qué cartografiar sonidos que no representan? “Si el mapa es una imagen que muestra las relaciones espaciales que establecen diversos elementos entre sí, cuando esos elementos no son de naturaleza geográfica, el mapa es una metáfora, una forma espacial de conocimiento”, escribió Carla Lois, geógrafa y filósofa, unx de lxs tantxs autorxs que leímos, también, para tratar de entender la etnografía en la que nos habíamos sumergido.

Esos ríos -casi olvidados, esa cosa sucia, ese fastidio, ese obstáculo a superar- en algún momento empezaron a tener de vecinos a los autos y colectivos que circulan sobre su cauce. Ambos se pueden percibir, ambos se pueden escuchar. Uno es íntimo y secreto; el otro, avasallante y soberbio. Acústicamente tienen un punto de contacto, una familiaridad: el ruido blanco, suma de todas las frecuencias audibles que aparecen cuando las aguas y los vehículos corren como torrentes.

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Tránsitos y barreras. Fiebre de compras en la tarde del sábado mientras autos y bicis pasan frente a un pub. La tarde cae.

Nuestra existencia está hecha de movimiento incesante. Ese movimiento está integrado por el fluir de fuerzas que circulan vibrantes, sutiles, brutales, acechantes. No hay posibilidad para la quietud. Tampoco para el silencio. El movimiento también se escucha porque el sonido es movimiento, es su evidencia. Se percibe con el cuerpo, hace sentido para la razón: los llamamos sonidos. Se construyen en la auralidad, esa capacidad de crear sentido a través de las escuchas. 

El movimiento nunca se detiene. Lo que suena no para, nunca descansa. Siempre hay algo para escuchar aunque más no sea nuestra respiración, la última defensa para impedir el silencio. 

Recuperar los arroyos entubados desde el arte sonoro devela también la memoria de los humedales “silenciados” por el avance de la ciudad. Mapas y contracartografías sonoras suman lenguajes a la educación ambiental, escapan de la dictadura visual, invitan a despertar una atención distinta, poética, política, sensible. 

Mundanal, Colectivo Nudo