Ensayo

20 años de “Eterno resplandor de una mente sin recuerdos”


Creo que aún tal vez piensas en mí

“Eterno resplandor de una mente sin recuerdos”, la película que marcó las rupturas amorosas de toda una generación, cumple 20 años. ¿Quién no soñó con el procedimiento al que se someten Clementine y Joel: contratar el servicio de borrado de recuerdos y olvidarse de todo lo que se vivió con la pareja que terminó? Julieta Greco escribe sobre esta historia que parece sencillamente romántica pero que en verdad es un engendro de drama, amor, misterio y terror. ¿De qué sirve un recuerdo si deja de ser compartido? ¿No hay para siempre una complicidad entre dos personas que se amaron? La memoria, con su materialidad, tosquedad y error, dice la autora, es la última y más fuerte trinchera de los amantes.

“(...) Luego, te despertaste y sonriendo, aún adormecida me besaste, y yo sentí que no debería temer nada, que nosotros siempre estaremos como en ese momento, unidos por algo que es más fuerte que el tiempo y que la rutina".

Pontano: ¿De quién es esta carta?

Lidia: Es tuya.

Este es el final de La notte (1961), la película de Michelangelo Antonioni, que narra el lento e inevitable final de la relación entre Lidia (Jeanne Moreau) y Giovanni Pontano (Marcello Mastroianni). La película transcurre durante una noche insoportable, como solo Antonioni puede hacer sentir una noche, y termina con el alivio del amanecer. El amor se acabó y para demostrarlo Lidia le lee a su marido una carta que él mismo le escribió hace años. Él no sólo desconoce la carta, sino que tampoco se reconoce a sí mismo en esas palabras. La referencia es arbitraria, posiblemente haya mejores, pero nadie como Antonioni retrató el sopor, la angustia y la desesperación que produce el desamor. Más aún, en La notte, lo que revela el final de un amor es el olvido, desconocerse. 

La memoria es un tema canónico del cine y de la literatura, es un universal, un misterio humano. La memoria juega en terrenos personales y colectivos: puede ser una lucha, una trinchera histórica. Pero también una pesadilla borgeana: la vigilia infinita de Funes. Está el  terror por perderla y el deseo neurótico de atesorarlo todo para siempre. Pero también el revés: la fantasía de que la memoria no abandone, que el pasado aplaste.

Eterno resplandor de una mente sin recuerdos, la película que escribió Charlie Kaufman y dirigió Michel Gondry, cumple 20 años desde su estreno. En el título, basado en un poema de Alexander Pope, apuesta a que incluso en una mente vacía algo siempre sobrevive. Tal vez un cliché, pero también una esperanza: el rayo de sol del amor después del amor. O eso de que la memoria estalla hasta vencer que canta Gieco. O lo que dice Maite Alberdi sobre Augusto Góngora, el periodista que durante años cubrió asuntos vinculados a la dictadura chilena, cuyo alzheimer evoluciona en La memoria infinita: “aunque el olvido avanza, hasta el final, Augusto siempre recuerda cosas”.

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Tal vez no haga falta contar de qué se trata esta película, es posible que varias generaciones enteras la hayan visto y amado, incluso que hayan temido volver a verla si acababan de separarse, pero como la historia es fascinante vale la pena intentarlo. El guión de Eterno resplandor… es laberíntico, fiel a los recuerdos que tenemos de amores pasados, empieza por un punto arbitrario en la historia, incluso fantástico y será imposible reponer en este texto su forma perfecta. Pero para ser más o menos fieles al tiempo: Joel (Jim Carrey) y Clementine (Kate Winslet), los protagonistas de la historia, se separan después de dos años juntos. Ella, impulsiva como es, decide recurrir a un raro, pero efectivo, servicio que borra recuerdos. Se trata de un lugar llamado “Lacuna” al que acuden personas con algún tipo de trauma que quieren dejar atrás. Un equipo, al parecer de médicos, pero no queda del todo claro, les explica a los que lo solicitan que producirán un pequeño daño cerebral mientras duerman para eliminar cualquier recuerdo de aquello que los hace sufrir. Para esto, se le pide al doliente que recoja todo aquello que lo hace pensar en la persona o evento que quiere borrar. Grandes bolsas de consorcio conteniendo cartas, dibujos, regalos, fotos, souvenires, ropa, cuadros, papelitos, son entregadas en la oficina con el fin último de olvidar. Un pequeño pero poderoso recordatorio de la inherente cualidad material del amor. Los restos, eso que queda en la casa, lo significativo pero también lo más mundano que en la desolación cobra sentido: un papelito, un cigarrillo apagado, un vino a medio tomar. 

Lo que no se puede meter en la bolsa es el otro elefante en la habitación: el hueco, la ausencia en la casa, en las calles, en los bares, en todos los lugares que se habitaron de a dos. Para todo lo que no se puede tocar está Lacuna. Una vez llevada a cabo la tarea, una serie de tarjetas (parecidas a las de objetivos del T.E.G) son entregadas a los conocidos del desmemoriado en las que se anuncia lo ocurrido y se pide no mencionar a la persona o al hecho nunca más. 

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El rasgo de ciencia ficción es evidente, pero a diferencia de otras historias en las que la fantasía se mete con complejidad en la vida real, acá todo resulta demasiado verosímil porque, en el fondo, todos fantaseamos con un procedimiento imposible como ese. Todos recolectamos objetos, nos deshicimos de cosas, escondimos otras, devolvimos ropa, libros, tiramos cartas, borramos fotos de las redes o eliminamos a la persona que más amábamos de whatsapp, con la fantasía, inútil, de que así se aplacaría el dolor por haberla perdido. 

Gondry y Kaufman cuentan que el guión original contenía muchas escenas de nieve pero que era imposible pagarla y que para recrearla se requería de muchos efectos especiales que no iban con la impronta hiperrealista que querían darle al film. La nieve finalmente estuvo y fue excesiva: el invierno de rodaje fue demasiado frío, nada fue añadido o retocado pero sí hubo tanta nieve en algunas escenas que tuvieron que sacarla manualmente para poder filmar. Es curioso, hasta incoherente, imaginar una película que se inscribe relativamente fácil en la ciencia ficción que se pretenda real en su modo de producción y en consecuencia en el efecto que produce a quienes vemos. Algo similar ocurre con el otro gran hallazgo de esta película: la música de Jon Brion que en su rareza se transforma en un importante elemento narrativo, nunca en un sonido que llena vacíos, sino más bien en algo que muestra que las cosas se mueven, o más aún, que, con sus subidas y bajadas, las hace mover: los personajes, las conversaciones, los hombres que borran, la memoria, todo es movido por Brion. Junto con los fascinantes juegos de luz que produce Gondry con la cámara, la música es uno de los principales factores que convierten a la memoria en un personaje en sí mismo.

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Joel descubre que fue borrado de los recuerdos de su novia y lo vemos en un plano inolvidable: llorando desconsolado, agarrado del volante del auto, con temblores en las manos, en un gesto desgarrador, inédito en Jim Carrey hasta el momento, pero próximo a cualquiera que haya sentido en el centro del pecho la sensación de que no hay retorno en un amor. Con la película unos veinte minutos iniciada aparecen los créditos que suenan junto a Beck cantando “Everybody's Got to Learn Sometime”, todos vamos a aprender alguna vez. La canción es conmovedora, siempre me pregunté, ¿aprender qué? ¿a olvidar? ¿a que te dejen de querer? ¿a seguir adelante? ¿aprender como una forma de decir aceptar? no queda claro, pero la afirmación, aun en su ambigüedad, es poderosa. Corta Beck y aparece la música de Brion que transforma lo que parecía una película sencillamente romántica en lo que de verdad es: un engendro de drama, amor, misterio y terror. La película irá dando saltos temporales constantes que entenderemos tal vez en un segundo visionado, pero ahora sabemos que Joel decidió hacer lo mismo con Clementine, acercarse a Lacuna, contratar el servicio del borrado de recuerdos y olvidarse de todo lo que vivió con ella. No parece haber revancha en el gesto, es más bien la única salida: ¿de qué sirve un recuerdo si deja de ser compartido? incluso dejando atrás un amor ¿no hay para siempre una complicidad entre dos personas que se amaron? 

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A partir de ahora, casi toda la película transcurrirá en la cabeza de Joel, en el mapa trazado por los encargados de eliminar a Clementine de su mente. Primero de sus recuerdos más inmediatos: el último cruce con el encargado del edificio que le menciona la proximidad de San Valentín, el modo en que al encontrarse con Clementine en su trabajo ella no lo reconoció, la forma en la que sus mejores amigos terminan confesándole lo que su novia hizo para olvidarlo. Empieza acá uno de los más preciosos rasgos de la película: un gran despliegue artesanal tejido entre guión y cámara para dar cuenta de un nuevo escenario: la memoria de Joel, fragmentada, frágil, manual. Cada recuerdo borrado será culminado con un sonido de “click”, algo que recuerda a un video juego ochentoso, o a alguna señal de Windows 98. A medida que la máquina borra, el recurso de cámara se vuelve cada vez más casero: en lugar de usar efectos especiales en post producción, eligen volver a filmar las escenas que ya vimos y usar efectos de luces y materiales (principalmente gaza, telas, vidrios esmerilados, cristales) superpuestos a la lente para que los recuerdos desaparezcan. Gondry elige un recurso analógico para tratar a la memoria con la textura que merece: le ofrece materialidad, tosquedad y error, características habitualmente evitadas en el cine, pero muy propias del mecanismo memorioso.

El guión juega con contarnos lo que ya pasó a medida que el borrado avanza sobre los recuerdos de Joel, prescinde de la linealidad y nos deja reponer el orden de los eventos. Así es como lo vemos a Joel en las oficinas de Lacuna grabando un casete en el que cuenta a quién quiere borrar y por qué, o reaccionando a los objetos que llevó para que Howard, el director (Tom Wilkinson), y Stan (Mark Ruffalo) puedan trazar el mapa de recuerdos en los cuales se encuentra Clementine, para luego, por la noche, eliminarlos. Pero también acá descubrimos que todo lo que hace Lacuna es, como la película, muy low tech, atado con alambre, que incluso para 2004, un casco plateado, una tele de tubo, mil cables tirados por ahí y un par de laptops son un poco vintage, pero también que el procedimiento tiene sus fallas: Joel empieza a ser consciente en su cabeza de que le están borrando la memoria y por algún motivo logra escuchar lo que está pasando y se está diciendo en su casa.

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“Esta es la última vez que te vi” pronuncia Joel, que se transforma de repente en narrador de su mente. Es caprichoso destacar esta escena porque tal vez no tenga nada especial. Pero la frase “esta es la última vez que te vi” tiene un efecto tan real sobre los amantes (los que amamos) porque de hecho es falsa y a la vez demasiado cierta. Nunca vemos por última vez a quien amamos, siempre está la posibilidad de volver a verse, volver a cruzarse, coincidir, hasta reconciliarse. Pero así se siente. Por algún motivo necesitamos significar en esos términos dramáticos ese evento, “la última vez”, el último sexo, el último beso. Y en el caso de Joel y Clementine la última vez es, además, una escena extremadamente cruel en la que se tratan con un desprecio que solo es posible por la impunidad del amor: dos que se quieren se dicen cualquier cosa. Parejas que se pelean en películas del siglo XXI, un género en sí mismo. A destacar caprichosamente y en orden de aparición: Revolutionary Road, Marriage Story, Anatomy of a fall.

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Hasta acá la película transcurre en dos escenarios en simultáneo: la cabeza de Joel, con su propia temporalidad y su departamento, en el que Stan, Mary (una asistente en la empresa interpretada por Kirsten Dunst) y Patrick (Elijah Wood), empleados de Lacuna, trabajan. Pero estos lugares están conectados por el eterno resplandor de la consciencia de Joel que empieza a escuchar lo que allí dicen y descubre que Patrick, el más joven y aprendiz del grupo, le robó sus bolsas de consorcio con recuerdos amorosos e imitando sus gestos, palabras y obsequios sedujo a la ya desmemoriada Clementine y se transformó en su nuevo novio. 

Este ir y venir entre su cabeza y la realidad, mientras lo vemos literalmente tirado en un sofá cama con un casco parecido a un colador de fideos en la cabeza, transforma a Joel en el antihéroe perfecto. El tiempo del borrado avanza desde el presente hacia atrás y los recuerdos con Clem son cada vez más hermosos: “podría morirme ahora, estoy exactamente donde quiero estar, estoy feliz”, recuerda haberle dicho Joel a su novia, tirados en un lago congelado. La frase resuena cada vez que nos enamoramos y las cosas “salieron bien”: los que nos enamoramos por primera vez con este film en el reservo emocional, no está del todo claro qué vino primero, si la sensación o el guión. 

Llegamos al punto de quiebre en la historia: “quiero detenerlo”, grita Joel mirando al cielo intentando que del otro lado de su cabeza alguien lo escuche y detenga la amnesia automática. Ante la frustración, empieza la propia hazaña: aferrarse a Clem para huir del olvido. Al principio es un escape real, como en Jurassic Park de los dinosaurios o en Impacto Profundo de una ola gigante, corren sin rumbo intentando escapar del alzheimer autoinfligido que es cada vez más rápido, más estroboscópico: se mezclan escenas en el cine, en un cumpleaños, en una estación de tren, mientras todo desaparece, tosca pero inmediatamente. Clem y Joel (la Clem en la cabeza de Joel, que es en realidad él pero con otro arrojo hacia las cosas) empiezan a idear un plan para hackear al olvido planificado. Primero el intento fallido por despertar. Segundo una idea brillante “de Clem”: esconderla en un recuerdo al que no pertenezca. Y junto con la música de Brion, que se limita a un piano en una armonía muy suave, estamos en la cocina de infancia de Joel y Jim Carrey es de repente un niño en pijama llorando escondido bajo la mesa. La forma en la que se filmó esta escena también prescindió de efectos especiales, de algún modo también esto se nota y subraya la trampa que Joel está haciéndole a Lacuna: es un escenario con desniveles, perspectivas y objetos enormes que hacen ver a Joel chiquito  y a Clem adulta.  Y lo logran, logran que la máquina de Lacuna falle por primera vez.

Hay otra línea temporal en la que la máquina falla. Casi no vemos las consecuencias de los desmemoriados, de los antiguos clientes de Lacuna. Pero la película se encarga de mostrarnos, aunque sea en pequeños fragmentos, a la verdadera Clementine, ahora novia de Patrick, en una especie de ataque de pánico como secuela del procedimiento. Borrar no es gratis, no alcanza con depositar las bolsas y grabar un casete dejando por sentado los motivos. Clementine repite “nada tiene sentido, nada tiene sentido” y una angustia “sin motivo” la envuelve y la enloquece, mientras Patrick “le recuerda” las frases que alguna vez le dijo Joel inconsciente del eterno resplandor en la mente de Clem. Entonces la máquina falla en la cabeza de Joel pero también en la de Clementine que empieza a desconfiar de lo que siente y le ocurre. Como hace la memoria, la máquina de ser feliz que promete la evasión total del dolor, también es esquiva, defectuosa y sobre todo, deja rastro.

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La máquina los encuentra en la cocina de infancia de Joel. Vuelve la persecución, la desaparición de recuerdos y vuelve el intento de esconder a Clem en un lugar más profundo de la memoria, en los recuerdos negados para sobrevivir, en lo que el inconsciente elige enterrar. Mirando Past Lives, la película de Celine Song, es inevitable pensar en la idea de Kristeva y Solers de que dos personas que se enamoran son dos infancias que se entienden mutuamente. Mirando Eterno Resplandor…, la idea retorna pero por supuesto un poco más retorcida. Porque ahora Clementine es una niña protegiendo a Joel pequeño de unos chicos que lo obligan a matar a un pájaro a martillazos mientras llora. “Estoy avergonzado” dice él. “Está bien, eras un nene chiquito”, le responde ella, consolándolo. Que la infancia sea el lugar elegido para preservar a un amor también es una idea preciosa, por lo imposible y por lo fantástico: dos infancias que se entienden mutuamente son dos personas que no pueden olvidarse

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La máquina sigue borrando hacia atrás y nos acercamos al momento en el que Joel y Clem se conocieron, recuerdos mezclados con la autoconciencia del olvido inminente. Todas estas escenas mezclan hechos con deseos, lo dicho con lo que se hubiera querido decir, lo que pasó con lo que se pensó de aquello que ocurrió y es difícil imaginar otro modo de recordar más fiel, más real, como si la máquina de borrar en realidad enfrentara a los personajes con el más vívido modo de la memoria. Esto tal vez sea lo más maravilloso del guión que escribió Kaufman, el modo orgánico de lograr que todo eso pase a la vez sin molestar. “Recuérdame” le dice Clem a Joel, como en Retrato de una mujer en llamas, cuando se acerca el final de la historia de amor, Marianne le dice a Héloïse, “no te arrepientas, recuerda”. 

Somos conscientes como ellos de que llega el principio que en este caso es el final. La casa en la playa en la que se conocieron empieza a desmoronarse. “Inventa una despedida”, pide Clem. Y si Casablanca inmortalizó la promesa, “Siempre tendremos París”, Eterno resplandor… también tuvo la suya: “Meet me in Montauk”. Último click. Como en La notte, se hizo de día y el amor se fue.

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Gondry y Kaufman hacen una pequeña trampa; en el inicio del film Joel y Clementine se conocen por segunda vez en un tren camino a Montauk. Están cumpliendo la promesa de la noche, venciendo al olvido sin saberlo y sin que nosotros lo sepamos tampoco. El final retoma esa mañana en la que Joel y Clementine vuelven a conocerse y a gustarse y en la que juntos reciben, a través de una vengadora de los olvidadizos que descubre haber sido víctima del borrado de memoria, un sobre que contiene sus propios archivos, sus casetes de Lacuna que develan, en primera persona, en sus propias voces, lo ocurrido y hasta qué punto llegaron a detestarse estando juntos que eligieron olvidarse mutuamente. Se desconocen. Escuchan sus voces, sus palabras hirientes y no se reconocen. Como Pontano en La notte: el desamor es ante todo la pérdida de sí, el desconocimiento de lo que supo ser propio y sobre todo, real. “No puedo ver nada que no me guste de vos ahora” dice Joel y Clem responde “Lo vas a ver y yo me voy a aburrir de vos porque eso es lo que pasa conmigo”. Joel se encoge de hombros y dice la última línea de diálogo de Eterno resplandor de una mente sin recuerdos: “ok”. Algo así como la respuesta a la canción de Beck que suena de nuevo: todos vamos a aprender alguna vez. Como en “El amor es un pájaro salvaje”, un cuento de Héctor Tizón: “que la vida quizás no es más que haber perdido lo que más entrañablemente se ha amado, que eso es tal vez la verdadera vida”. Que aun cuando todo termina, la conciencia de perder es lo que vuelve vida a la vida. Que aun cuando el final es la única certeza posible y el destino más probable de casi todos los amores, aun cuando el deseo sea olvidar, el recuerdo es la última y más fuerte trinchera de los amantes.