Ensayo

Inquietudes, desvelos y pulsiones


Un libro es una pregunta. O varias

¿Qué ocurre cuando abrimos un libro y, con ello, abrimos también una pregunta que nos lleva a otra y luego a otra y esa a otra? ¿Cómo la Literatura Infanto-Juvenil puede ser una invitación a cuestionar las estructuras humanas? Camila Valenzuela León lee y presenta la nueva obra de Sara Bertrand, que invita a dejar de lado prejuicios y ver a la infancia, la adolescencia y la juventud como expertos traductores del espacio que les rodea.

Ya es tarde cuando te despiertas en una pregunta

Anne Carson.

Soy una pasajera en tránsito. Estoy en el aeropuerto de Santiago. Hace poco llegué de la Feria del libro de Bologna y pronto debo subir a otro avión, que me llevará a la Feria del libro de Bogotá. Me acompaña Un libro es una pregunta. Literatura, adolescencia y tiempos revueltos (FCE Chile, 2024). Y varias preguntas. Una de ellas: ¿En serio Sara Bertrand me invitó a presentar su último libro?

La conocí hace doce años. Tenía una reunión con el editor de mi primera novela y quedamos de vernos en la entonces QuéLeo del Drugstore, que luego fue una farmacia y hoy es un Starbucks; de la literatura a la enfermedad, de la enfermedad al capitalismo en franquicias que apoyan el genocidio en Gaza, curiosamente, todas problemáticas abordadas por la autora en este texto. Vuelvo a la memoria: dentro de esa librería está Sara Bertrand. Quiero saludarla, pero no me atrevo porque tengo veinticuatro años y ella es una autora a quien admiro muchísimo. ¿Qué podría decirle? De pronto, llega el editor y ocurre lo impensado: nos presenta.

Sara Bertrand me mira.

Sara Bertrand me saluda.

El asombro: no ver atisbo de condescendencia en ella. Genuinamente se interesa en la primera publicación de una joven-nadie a quien nunca ha visto en su vida. Una pasajera en tránsito. Me pregunta de qué trata, si es ilustrado o no. «¡Es una saga!», dice y veo emoción, entusiasmo, interés. Aparecen preguntas. Porque, en parte, de eso trata la literatura: abrir espacio para la inquietud, el diálogo, el pensamiento crítico.

Estoy segura de que Sara no recuerda este episodio que habita mi memoria desde 2012. De hecho, nunca se lo había contado hasta este momento. Yo, en cambio, lo atesoro. 

Conocí a varios escritorxs cuando estuve en el colegio. Las visitas de autor/a eran una ventana al deseo, al oficio. Yo misma fui esa adolescente que enunciaba las preguntas escritas por Sara en el «Colofón con cara de excusa»:

«¿Vive de escribir?, ¿Es difícil el oficio de escritora?, ¿Ser mujer lo hace más difícil?, ¿Tuvo sueños frustrados?, ¿Le costó publicar su primer libro?, Si pudiera volver atrás, ¿volvería a ser escritora?, ¿Cuál es el libro que le ha sacado lágrimas?, ¿Escribe todos los días o sólo cuando está inspirada?, ¿Sobre qué temas le gusta más escribir?, ¿Usted es feminista?, ¿Todas las mujeres debieran ser feministas?, ¿Cuándo supo que sería escritora?, ¿Cuáles son sus escritores favoritos?, ¿De qué manera la marcaron?, ¿El hecho de escribir diariamente da para pensar que una pueda dedicarse a ello?, ¿Cuánto se demora en escribir un libro? ¿Trabaja en otras cosas para poder mantenerse?». 

Y sin embargo,

sin embargo

fue ese primer encuentro con Sara Bertrand lo que abrió otro espacio en mí. ¿Por qué una autora preguntaba acerca de mis lecturas? ¿Por qué el interés en lo que pensaba, en lo que escribía? No tuve respuesta hasta ahora, que me sumerjo en Un libro es una pregunta. Literatura, adolescencia y tiempos revueltos (Fondo de Cultura Económica, 2024).

El texto, compuesto por diecinueve capítulos –acaso diecinueve inquietudes, desvelos, medidas del pulso, pulsiones– nos invita a dejar los prejuicios con los que, como adultxs, tendemos a observar la niñez, la adolescencia y la juventud, porque, en palabras de la autora: «[Ellxs] no necesitan que les expliquen [son] expertos traductores del espacio que les rodea». Por eso, en este libro no encontraremos recetas de mediación lectora, instrumentos didácticos, estrategias pedagógicas o cualquier herramienta que «sirva para ordenar algo más que no sea la estupidez humana»; aquí nos daremos de cara contra el adultocentrismo. Y cómo hacía falta una propuesta así, especialmente en el campo de la Literatura Infanto-Juvenil (LIJ) chilena.

En mi opinión, el texto podría ser leído como el inicio de una grieta en el sistema y con esto no me refiero sólo al sistema literario –en particular, LIJ–, sino también al engranaje social, que insiste en ordenar, clasificar, muchas veces a través de mecanismos absurdos y vetustos, la vida humana, animal y vegetal:

«Desde este lugar, se entiende por qué olvidamos nutrir [los imaginarios de niñxs, adolescentes y jóvenes] con el respeto a la flora y fauna, perpetuando la lógica de la especie dominante sin cuestionarla, cuando el estado del mundo natural demuestra cuán equivocados estuvimos al pensar que sus recursos eran para nuestro exclusivo deleite e indiscriminada explotación». 

¿Qué pasa cuando ponemos a prueba el lenguaje antro-andropocéntrico? Aparecen las fisuras de esa estructura que lxs adolescentes y jóvenes han cuestionado y seguirán cuestionando, en la medida que son «ese motor capaz de arrasar con la superficie, partiendo por la suya propia para continuar, como si dibujaran círculos concéntricos, con la casa, el barrio, la ciudad, [con] irreverencia muchas veces, incluso desatino, pero siempre cerca del fuego». ¿Qué ocurre cuando abrimos un libro y, con ello, abrimos también una pregunta que nos lleva a otra y luego a otra y esa a otra?

Reflexionamos.

Conversamos.

Nos encontramos.

Como la autora, ponemos en tensión el discurso dominante, las ideologías hegemónicas. Escarbamos en la memoria social para ir en contra de «la amnesia colectiva». Nos abrimos al cierre. Desde esa premisa, el texto se propone rescatar la memoria histórica local; mostrar el trauma fundacional que significó la conquista y colonización de nuestro territorio mientras, de forma paralela, nos revela cómo hemos heredado y ejercido un proceso similar en tanto adultxs que operan sobre lxs niñxs, adolescentes y jóvenes; validar la adolescencia y juventud al no subestimarlas en tanto meras etapas de transición a la adultez:

«Esa forma de pensar, su imaginario, declara que los seres humanos son la especie dominante sine qua non, con la única salvedad de que existen categorías, porque unos son mejores que otros, y esas categorías que surgieron como espacios ordenadores de un mundo multiforme, se transforman en espacios estancos que impiden movilidades y abultan prejuicios» .

El libro es una invitación a cuestionar las estructuras humanas. También, nos empuja a problematizar el lenguaje y los usos de la lengua; a preguntarnos sobre el cuerpo, el deseo y el erotismo; exponernos al silencio, a la belleza, la crueldad; a cuestionar los diversos tipos de violencias. Arrojarnos a la Literatura con mayúscula, como propone Bertrand. Una literatura donde nadie es un pasajero en tránsito. O quizás, es al revés, lo somos todxs: «No abandonar la duda. Permanecer ahí. [Salir] del margen, explorar fuera de los hábitos con que leo al otro». Y, así, encontrarnos con la vida –humana, animal, vegetal–, dialogar con el tiempo que nos toca vivir o como escribe Sara: «Conocer el mundo que nos rodea, océanos y zonas oscuras. Conocer el misterio de la luz y la oscuridad».

*Este texto fue realizado a partir de la presentación de “Un libro es una pregunta. Literatura, adolescencia y tiempos revueltos” (FCE Chile, 2024).