Crónica

Los Bunkers en el Nacional desde otro ángulo


Y pensar que la primera vez no los vio nadie

¿Cómo fueron las noches en las que todos llegaron a ver Los Bunkers? La periodista Johanna Watson acompañó a la banda en los bastidores de sus presentaciones históricas y relata, en esta crónica, los detalles detrás de los shows. Los ánimos, las memorias, los afectos.

Foto de portada: Joss Moisan

Escotilla

Desde el memorial “Escotilla  Nº8” del Estadio Nacional, Los Bunkers tocan para más de cincuenta mil personas.  El espacio de memoria por primera vez es ocupado en una presentación musical en vivo.  Las canciones escogidas rinden homenaje a quienes pasaron por el Nacional en calidad de prisioneros políticos durante los primeros meses de la dictadura militar chilena, que inició en 1973 y se extendió durante diecisiete años. Algunos vivieron para contarlo, otros fueron asesinados, y un porcentaje importante sigue desaparecido tras más de cincuenta años del golpe de Estado

Suena La exiliada del sur. Dentro de la escotilla esperamos que la banda actúe, los gritos de la multitud que los observa se escuchan estremecedores. 

Donde estamos es un espacio de reflexión, en las paredes hay fotografías actuales de algunos sobrevivientes, acompañadas de textos con los artículos de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Calles de Talcahuano tiñe de azul el momento, y da continuidad a este instante solemne. Camino hacia otro sector, imágenes de época cuentan algunos de los horrores de los que este espacio fue testigo. Mientras tanto, el sonido de las guitarras de Mauri y Francis Durán, el bombo legüero de Cancamusa, el bajo de Gonzalo López y la voz de su hermano Álvaro, bajan lentamente por las escaleras y ocupan de a poco el lugar. Se meten detrás de los cuadros, entran por las grietas del cemento que recubre los muros, se deslizan por el suelo y se expanden entre los recovecos del frío y dolorido recinto, ofreciendo así una inusual ceremonia de limpieza, de amor y resiliencia para todas las almas que pasaron por este espacio. Luego de unos minutos, la música está en todo el memorial, su espíritu reparador aporta calma y acaricia la memoria vilipendiada de nuestro país.

Y ahí, allá afuera, están ellos, Los Bunkers, teniendo un gesto político y humanitario en uno de los conciertos más importantes para la música chilena de los últimos veinte años, en un lugar histórico, con carga emotiva y social. Tocan El Detenido y Entre mis brazos, canciones que de alguna manera son como un bálsamo para aquellas familias que perdieron a sus seres queridos en esas décadas. Una caricia necesaria frente a tantos años de olvido, que terminan entre lágrimas y aplausos. 

Trayecto

Debemos ser unas veinte personas orbitando alrededor del grupo en este momento, esperamos en la escotilla mientras hacen su parte acústica del concierto. Todos tenemos diferentes cargos, entre técnicos, productores, sonidistas, manager, asistentes, vestuaristas, fotógrafos y yo, en la misión de escritora del encuentro. 

Apenas terminan, se dirigen rápido y con ayuda de su productor a un vehículo eléctrico habitualmente utilizado en las canchas de golf, pero que esta vez oficia de transporte para el grupo y su equipo entre el memorial y el escenario principal. Son tres carros, uno grande donde van los muchachos, uno pequeño donde se transportan miembros de su equipo audiovisual y otro mediano donde voy yo junto a Tabaré Couto, el manager; Florencia Sepúlveda, la tour manager; y Anthony Guterac, el productor general que también trabajó en los históricos conciertos de Los Prisioneros en el Estadio Nacional del 2001, en esa ocasión como técnico personal de Jorge González.  

La gente que atiende en los puestos de comida y merchandising dentro del estadio deja todo tirado para ir a despedir a Los Bunkers en su tránsito interno. Con gritos y aplausos celebran a los integrantes que se sacan los ponchos y retornan a su vestuario inicial. 

Emprendemos camino los tres carros, primero vamos nosotros, al medio Los Bunkers y al final el carro más pequeño. Todo ocurre según lo planeado. Mientras avanzamos en este breve pero intenso periplo –que ha sido ensayado con cronómetro en mano una decena de veces–, un vendedor nos ofrece pizza y un carabinero graba al grupo con su teléfono. Dentro del estadio, los asistentes pasan de una emoción a otra, porque aparece Guaripolo, el personaje favorito de los niños de 31 Minutos,  jugando con el público como si fuera Freddie Mercury, y bromeando con los conciertos de Los Tres que se desarrollan en ese mismo momento en el Movistar Arena, lanzando un “chiste tonto, no pesado”. Las carcajadas entre los presentes se multiplican en el aire. Vuelan las risas y las miradas suspicaces.

Joss Moisan

Pero en el trayecto algo pasa, el vehículo que traslada al grupo luego de avanzar un tramo del camino se detiene y no vemos venir a Los Bunkers. El Show de 31 Minutos continúa, el conductor de nuestro carro comienza a retroceder intentando saber lo que está pasando, porque desde donde estamos no los podemos ver. Tabaré pregunta nervioso “qué pasa”, y los segundos se estiran como chicles Miti-Miti. El carro donde vienen Los Bunkers quedó en pana de batería y tuvieron que cambiarse de transporte en medio de la emergencia. De pronto vemos venir a la velocidad de la luz al carro más pequeño con todos los integrantes a bordo. Llegan al otro extremo del estadio tocando la bocina para que les abran el paso y completan el circuito corriendo por el túnel que los lleva de vuelta al escenario, para por fin unirse a 31 Minutos e interpretar Una nube cuelga sobre mi.  

La colaboración hace feliz a la audiencia. 

Durante la tarde, los ensayos en el camarín arrasaron con las miradas de todos los que no sabemos cómo funciona la artesanía de los títeres, por lo que muchos nos detuvimos a mirar y grabar la coreografía de manos que dan vida a entrañables personajes. Álvaro y Patricio Díaz de tanto en tanto caminan por los pasillos de la zona de camarines diciendo cosas graciosas que todos escuchamos, porque ambos tienen voces muy graves. Conversan con Mauri Durán, su hijo Gabriel y Pedropiedra, uno de los encargados de abrir la histórica jornada, junto a su banda formada por Leo Saavedra en el teclado, Ed Quiroz en la batería y Jorge Delaselva en el bajo. Jorge destaca de los otros músicos por su onda rockstar. Viste pantalones pitillos rosados con rojo, botas negras, camiseta a rayas escotada que permite ver su pecho, algunos collares y encima una chaqueta negra, coronada con un pañuelo árabe (Kufiyya) blanco con negro. Otros accesorios que le aportan a su identidad son sus aretes largos y lentes oscuros. Por último, lleva un peinado frondoso aleonado característico e inconfundible.  Pedropiedra también cuenta con presencia femenina en el grupo que lo acompaña, Cata Rojas en la guitarra es una excelente tripulante, que le hace el peso a Delaselva en la puesta en escena. De esta manera, Pedropiedra se alínea con los tiempos de integración de músicas en los escenarios. 

En el correr de la mañana lo vi ensayar junto a sus músicos, que aprovecharon de pasar por un par de canciones y hacer algunos ajustes en el sonido, área a cargo de Chalo González, otra eminencia que también trabajó en el concierto de Los Prisioneros en el Nacional para el 2001. Mientras probaban Sonámbulo, subí al escenario, los grabé y caminé por las pasarelas en las que se escribiría la historia durante la noche, imaginándome el público, los gritos, los celulares apuntando hacia arriba, la gente coreando las canciones y las caras llenas de emoción viendo a sus ídolos pasar. Me pregunto cómo se sentirá recibir esa energía y cómo eso puede cambiar o no tu vida. 

Un guardia que estaba en el “foso” –nombre que se le da al área que bordea el escenario, por donde caminan los guardias de seguridad, fotógrafos y producción–, le pidió a Pedropiedra una uñeta. El músico se acercó a su micrófono, sacó una de las tres uñetas que tenía en su atril personal, caminó hasta el encargado de seguridad y se la entregó en la mano.

La gran apuesta de la jornada es la inclusión de un stand up comedy en un concierto de rock. La presentación queda a cargo de Fabrizio Copano, uno de los exponentes chilenos de mayor éxito en esta área. La fórmula resulta, Copano inaugura su rutina en el concierto del Estadio Nacional de Los Bunkers y con ella comienza a replantearse un nuevo modelo de aperturas y teloneros de shows musicales en Chile. 

A primera hora de la mañana, Los Bunkers también probaron sonido. Gonzalo se toma un jugo desintoxicante y Francis me muestra orgulloso las fotos de su hija que acaba de nacer. Por su parte, Cancamusa me entrevista para un documental que está grabando. Luego bajo a la cancha y me uno al tío Moncho Durán, que ha sido históricamente quien registra los movimientos de la banda. Se sabe las fechas, los locales donde tocaron, las canciones, los integrantes y los conciertos de las diferentes formaciones. Es un experto en Los Bunkers. Me muestra los recuerdos antiguos que tiene capturados en su celular. Mientras la banda prueba en el escenario para hacer historia en el Nacional, el tío Moncho me dice “y pensar que la primera vez no los vio nadie. Tocaron en un bar de Recoleta, les gustaba porque parecía una cueva, como la de Los Beatles. La segunda fue mejor y de ahí no pararon”.  

Camarines

En el interior, los preparativos van al pie del cañón, los encargados de catering rellenan lo que falta en cada uno de los diez camarines montados para el equipo de producción y los artistas. Sánguches, quesos, jamones, brochetas, frutos secos y frutas, y para beber, bebidas de fantasía, agua, jugos hidratantes y energéticas. 

Otro de los que transita por los pasillos es el Dj Marcelo Aldunate, hombre de radio con décadas de trayectoria, muy importante como impulsor de la banda, que actuó también para las jornadas del Estadio Santa Laura y que tiene la responsabilidad de mantener la energía del público arriba antes que comience el concierto de Los Bunkers. 

Entre cuerdas y vientos

La destacada celista Ángela Acuña, repasa con su conjunto de cuerdas las partes de la trilogía de canciones El mismo lugar, Tarde, y Abril del álbum Barrio Estación, donde participan con una imponente sección instrumental junto al conjunto de vientos liderado por el trompetista Sebastián Jordán. Una vez tocadas, las notas se desprenden del pentagrama y caen al suelo del camarín, desparramándose negras, redondas y fusas, que solas se organizan y suben a las mesas como si fueran hormigas. Las latas de bebida se llenan de corcheas, en los sánguches se esconden algunas llaves de sol, y dentro de los tomates cherry se bañan las redondas como si estuvieran en las tinajas de un spa. Las negras, en cambio, utilizan a las semicorcheas como parapentes, aprovechando los vientos que despiden las campanas de los bronces.

Un par de días antes, durante el último ensayo, los hermanos Durán fueron exigentes con los músicos de cámara, estaban atentos a los detalles para que el ensamble saliera perfecto. No era tarea fácil juntar al grupo con aproximadamente doce refuerzos sonoros ejecutando melodías con instrumentos de viento y cuerda. Tenían una experiencia previa en el año 2009 en la Plaza de Armas, para el lanzamiento de Barrio Estación, donde también trabajaron con Ángela y un cuarteto de cuerdas, pero esta vez el desafío fue mayor. 

Cancamusa & La Incomparable

Cancamusa es la única integrante femenina en la formación del grupo. Se unió a Los Bunkers luego de que Mauricio Basualto, el baterista original, sufriera una situación de salud en febrero del 2024, que lo mantiene fuera de los shows hasta nuevo aviso. La integración de Cancamusa ha destacado positivamente durante este período, su presencia no sólo resolvió una necesidad básica que se presentó en medio de la gira, sino que se ha ganado aplausos y buenos comentarios desde todas las esferas, especialmente desde la tribuna femenina, que ve con orgullo su sobresaliente desempeño con el instrumento y la representación de género en una banda históricamente masculina. 

Pía Figueroa

Para el concierto de Los Bunkers en el estadio Santa Laura, Cancamusa teloneó al grupo con su trabajo solista. Estuve con ella en la escalera que da al escenario antes de que saliera a actuar, había bastante público y me dijo que estaba nerviosa. En ese momento sonaba Cecilia La Incomparable por los altavoces, sentí que ella le estaba dando la venia para que todo saliera bien. 

Cuando entré al Estadio Nacional el día del concierto, ocurrió una situación simbólica: por los altoparlantes sonaba Puré de papas, clásica canción de Cecilia. Lo especial que tiene eso es personal, pero también de interés público. Estoy terminando un libro sobre algunas entrevistas y crónicas que relatan vivencias que tuve con Cecilia. Por lo mismo, haber dejado por un tiempo el universo de La Incomparable para adentrarme en el de Los Bunkers y encontrármela llegando al estadio con una bienvenida metafísica, fue una manera de corroborar que todo tiene un hilo conductor, que tengo su aprobación y compañía para seguir adelante.

Antes de salir a actuar en el Nacional, Cancamusa estira sus piernas. Del otro lado del telón están las más de cincuenta mil almas esperando verlos entrar. Poco antes de salir, me mira y levanta su dedo pulgar, buscando mi apoyo femenino.  

Bunkermanía

Antes de que se abrieran las puertas de la entrada por Pedro de Valdivia, la gente cantaba canciones del grupo. A las cinco de la tarde con algunos minutos, el público entró corriendo, incluso quienes tenían movilidad reducida. Todos corrían. Corría incluso un chico con bastón, que avanzaba por la explanada como si el mundo se fuera a acabar. Me detuve a hablar con un vendedor en un puesto de merch oficial. Era argentino, de Bariloche, me dijo con emoción que se siente privilegiado al estar trabajando en este recital. 

Durante el meet & greet, llegaron seguidores de todas las edades: hombres, mujeres, adolescentes, niños y niñas. Junto a un grupo de fans entró tímidamente Cami,  una pequeña a la que le corrían lágrimas de emoción. Saludó a los músicos silenciosamente y posó para una foto grupal. Mauri notó que estaba llorando, se ofreció a firmarle un poster que traía enrollado y la ayudó a conseguir las firmas de los demás músicos. Álvaro también la abrazó. Le pregunté qué edad tenía, y contestó “diez”. Me pareció adorable, de hecho me recordó cuando tuve la misma edad, época en la que comencé a introducirme en el universo de los conciertos de rock y amé con el alma a algunos músicos y músicas. Cuando el show de Los Bunkers se estaba desarrollando, caminando por el foso encontré a la pequeña Cami del lado del público rockeándoselo todo, cantando las canciones completas y mirando con devoción a Los Bunkers cuando pasaban cerca.  Fue muy lindo verla así, disfrutando la música, saltando y moviendo la cabeza de pura felicidad. 

A otra de las personas que divisé, fue a un niño al que durante el concierto en el estadio Santa Laura el año pasado le saqué una foto con el libro de Mauri en la mano, ejemplar que luego el guitarrista le autografió desde el escenario. Un año después casi no lo reconozco. Ahora sostenía un poster en su mano y repliqué la foto. Van dos conciertos que lo veo y lo fotografío, la fidelidad a una banda es hermosa y sobre todo si ese grupo es nacional. 

La cantidad de público infantil y adolescente es impresionante y esperanzadora. De hecho, cuando llegaba al recinto deportivo el día anterior, convocada por el grupo a presenciar su prueba de sonido, vi algo increíble: un joven de polera blanca, pantalones oscuros, pelo crecido y algo enmarañado, caminando con una guitarra al hombro por avenida Grecia, justo fuera del Estadio Nacional. Era la versión real del “Bunkerito” el adolescente que ha aparecido en la gráfica de la gira “Ven Aquí” de Los Bunkers. Un segundo me demoré en tomarle un par de fotos, porque su aparición fue mágica y simbólica. Un indicador optimista sobre el futuro del rock.  Aparecer en mi camino,  justo ese día, en ese lugar y en ese contexto, con Los Bunkers dentro del estadio preparando uno de los episodios más importantes para el rock chileno, fue un cierre de círculo, la pieza del puzzle que faltaba, una señal cósmica,  la sensación de ser la persona correcta para escribir sobre estos días de rock y chilenidad.  Si bien ni siquiera sé si el joven que pasó caminando por fuera del estadio conoce los discos de Los Bunkers, esta imagen significa que ese o esa adolescente entusiasta con tocar instrumentos aún existe,  camina por la calle con sueños musicales por cumplir. Definitivamente el “Bunkerito” no es sólo un concepto para vender una gira, es una realidad y una idea que se impulsará aún más con el éxito del regreso de la banda. 

Entre partidos de taca taca, fotos y entrevistas se pasó la tarde de Los Bunkers previa al concierto, hasta que en un momento los llamaron para firmar un libro muy especial. Se trataba de un inmenso encuadernado denominado “Testimonios Deportistas Destacados” donde han firmado históricamente equipos de fútbol y atletas de otras disciplinas convertidos en grandes figuras deportivas. Hay, entre muchas otras, firmas de Zamorano, Maradona, Martina Navrátilová, y sólo una vez se hizo una excepción. Fue en el 2001, para los shows de Los Prisioneros en el Estadio Nacional, oportunidad en la que el trío dejó plasmada la frase: “Con cariño de Los Prisioneros en nuestra actuación más importante”. Firmaron Jorge, Miguel, Claudio y el fallecido manager Carlos Fonseca. Esta es la segunda vez que un grupo de música chileno deja su rúbrica en el valioso documento.  Ante cámaras y algunos medios, Mauricio Durán escribió  “A todos los trabajadores del Estadio Nacional, un abrazo agradecido por mantener viva la alegría de este lugar. Con afecto y gratitud, Los Bunkers.” Luego los demás se sumaron  para firmar. 

Como todo concierto de gran envergadura, hubo varios episodios de salud entre los asistentes. Pese a que los desmayos son parte de estos eventos por la emoción, el consumo de marihuana, alcohol o simplemente por fatiga mental y corporal, presencié una situación que me impactó, por el estado en el que venía la chica afectada. Mientras el grupo tocaba, yo me daba vueltas por el foso mirando esto y lo otro, cuando escucho que la gente que está en la cancha comienza a gritar. Me devuelvo y veo que entre el público y dos guardias sacan de la multitud a una mujer pálida, con el cuello totalmente flácido, los ojos blancos y la boca abierta, además de que su cuerpo se veía inerte. Me asusté. Se la llevaron en brazos al hospital de campaña que se instala en los conciertos, y mientras tanto hablé con otro guardia para que fuéramos a buscar a su acompañante. Vi que la acostaron en una camilla. La rodearon varios paramédicos y en unos minutos divisé desde lejos que se comenzó a reincorporar, al mismo tiempo que el guardia con el que había hablado venía caminando con el hermano de la chica. Respiré y me fui hacia otro sector del estadio. 

Víctor

La noche avanza y tiene guardada la última sorpresa para los asistentes. Los Bunkers interpretan El derecho de vivir en paz con Victor Jara, en un estupendo montaje audiovisual donde vemos y escuchamos al autor cantar su canción, con la musicalización en vivo de Los Bunkers. El momento es conmovedor, sobrecoge por la elegancia, el respeto y lo bien logrado del efecto, donde se une el pasado con el presente, donde canta Víctor, Los Bunkers y la gente. 

Minutos antes de que concluya el concierto, el glamouroso bajista de Pedropiedra, Jorge Delaselva se acerca a la zona de café, saca algunos sánguches y se los lleva a alguien dentro de una servilleta. Repite la operación varias veces, hasta que lo veo preguntarle a uno de los guardias que está a cargo de un camarín, si comió y si quiere comer. Me parece un gesto humanitario, le pregunto al guardia si alguien más le hizo esa pregunta durante el día. Me dice que sólo él, por lo que concluímos que Jorge Delaselva es una buena persona.  Un rato más tarde aparece Jorge otra vez, pero en esta oportunidad preguntando dónde hay cervezas. 

Pía Figueroa

El concierto termina y Los Bunkers caminan exhaustos hasta el camarín. La noche comienza a desvanecerse para alojarse en nuestros recuerdos. Los recibimos entre aplausos y chiflidos miembros de sus familias, amigos y equipo.

Aparecen en orden Mauri, Gonzalo y Álvaro, y al final Francis junto a Cancamusa. Saludan emocionados, contentos por las muestras de cariño y satisfechos con el resultado. Los decibeles de adrenalina aún están en el peak. Los Bunkers se reunieron no sólo para tocar sus viejas canciones a su público cautivo, sino que lo hicieron aportando nuevos temas, revitalizando el rock nacional, llegando a otras generaciones y  convirtiéndose en los referentes más importantes de la escena de rock local. 

Un rato después salen a compartir con los que estamos ahí. Las familias los reciben con abrazos y besos. Álvaro dice que le duele desde el pelo hasta la punta del pie. Una terapeuta le masajea los antebrazos a Cancamusa, y el tío Moncho disfruta la noche en que todos llegaron a ver a Los Bunkers.

Fotografías de Johanna Watson, Pía Figueroa y Joss Moisan.