Crónica

Cecilia, la incomparable


Tu destino es como el mío

Johanna Watson llegó a la vida de Cecilia con el objetivo de entrevistarla. Terminó entablando una relación de amistad en la que orbitó en el universo de la artista. La conoció como cantante, mujer y leyenda. Era estricta y directa. Receptiva, amorosa. Amor de muchos y muchas. “Cecilia era una leyenda antes de morir, y todos lo sabíamos”, afirma la periodista.

Camino por la calle San Diego. Busco un florero donde poner las decenas de flores que están llegando a manos de los seguidores de Cecilia La Incomparable para despedirla.

En el exterior del teatro Caupolicán se atochan personas con cintillos que dicen su nombre.

Hay emoción. Se expresa una genuina tristeza y una seguidilla de alegrías en pena. Las chiquillas cantan, ríen, gritan, lloran. No es para menos: su ídola ha muerto, la estrella de rock sesentero apagó su vida en llamas y a esta hora hace su tránsito hacia el infinito. La muerte es tan concreta y de esencia tan ambigua. Con su partida también está la certeza de la liberación del sufrimiento de convivir con la enfermedad pulmonar obstructiva crónica,  Epoc. 

Intento ser eficiente, aportar. Entre el dolor en las plantas de mis pies y el alma se hace difícil avanzar y pensar con claridad. Continúo caminando por la calle con la imagen de algún contenedor donde depositar tanta muestra de cariño hecha flor. Luego de dos cuadras veo un letrero que anuncia una venta de garaje. Entro por un pasillo profundo y antiguo. No hay nadie. Llego a un salón lleno de artículos de hogar que, parece, nunca se vendieron. Hablo con el encargado, le digo lo que busco y para quién es. Al escuchar el nombre de Cecilia, me dice que escoja lo que quiera en calidad de préstamo. Hurgueteo. Minutos más tarde salgo con cinco floreros dentro de una caja plástica. Camino triunfal hacia el teatro Caupolicán, donde mi amiga, mi entrevistada, mi heroína incomparable está siendo despedida de la vida terrenal.  

Aún con el ataúd enfrente me cuesta creerlo. Pero ahí estoy, ordenando esas flores, decorando alrededor del féretro, diciéndole con el pensamiento a Cecilia que la quiero, que la admiro, que ha sido un faro en mi vida y que me siento agradecida por su amor y generosidad desde que la conocí. 

Fue un día de agosto del 2018 en su casa de la Villa Frei. Logré hacer esa entrevista porque había visto el lanzamiento de una línea de merchandising oficial  y quise comprar un polerón. La persona que me atendió tenía contacto con Yasmine Bau (Yas), manager de Cecilia, y le ofrecí una entrevista para potenciar el emprendimiento. Al día siguiente hablé con Yasmine por teléfono. En esa conversación le conté la idea y lo importante que era Cecilia en mi vida: “Merezco entrevistarla” le dije. 

Aleluya

Apenas entré al departamento del cuarto piso de calle Dichato, junto a la fotógrafa Gloria Henríquez, vi en las paredes de su living varios cuadros, premios, diplomas, y en un estante, la Gaviota de su triunfo en el Festival de Viña en 1965. Cuando Cecilia apareció, lo hizo con solemnidad de artista.  Me impresionó su baja estatura, la abracé diciéndole “te quiero”, consciente de mi salida de protocolo en mi rol de periodista. Pero el gesto fue acogido por ella, que se mostró receptiva ante mi muestra de cariño y admiración. 

Mientras nos sentábamos, le conté algunas cosas que teníamos en común: yo también fui vecina de la Villa Frei hasta los nueve años. Mi segundo apellido es Pantoja, y mi madre se llama Cecilia Pantoja, exactamente igual que La Incomparable. De hecho, cuando iba al colegio, le decía a mi compañera de banco que Cecilia era mi tía. Laura me creía.  Para comprobar lo del alcance de nombres, llevé una foto del carnet de mi progenitora y se la mostré. Fue un momento divertido, que me permitió tener más confianza y dominar los nervios que me impedían encontrar el botón “rec” para comenzar la entrevista. 

Durante la charla, aproveché la oportunidad para preguntarle su visión acerca del feminismo y, entre sus respuestas, Cecilia se manifestó a favor del aborto. El titular dio vueltas por una cuarentena de medios, hecho que me tuvo en constante diálogo con su equipo los días posteriores. Tiempo después, Yas me llamó para invitarme a escribir junto a Marisol García, connotada autora de libros musicales, un texto en el reverso del vinilo conmemorativo de los 60 años artísticos de La Incomparable. Cuando recibí la llamada, iba rumbo a Valparaíso junto a Mauricio Redolés, músico y poeta chileno con el que trabajaba en esa época. Mauricio se asombró con la noticia, tanto que se la contó a varias personas esa noche. 

Fue un honor. Un triunfo. ¿Cuándo hubiese pensado que escribiría algo en una pieza discográfica de La Incomparable Cecilia? 

La admiraba profundamente, desde que tenía trece años, cuando su carrera estaba cabizbaja y se sustentaba  actuando en boites y parrilladas. Ese año, 1993, compré su casete en una disquería de Estación Central. No era común que a una adolescente de la década del 90 le gustara una cantante de la Nueva Ola. Pero disfrutaba de muchos estilos musicales, podía amar a Janis Joplin, a Kurt Cobain, y encantarme con la performance de Cecilia. Era como una heroína que venía desde otra época a decirme que la esperara, que el tiempo le daría la razón a mi gusto musical y que tendría la oportunidad de conocerla, abrazarla, aplaudirla, entrevistarla, quererla y también despedirla. 

En 1995 apareció la versión de "Compromiso”, en la voz de Javiera Parra bajo la placa “Corte en Trámite". La canción, original de los hermanos mexicanos García Segura, fue popularizada por Cecilia a finales de los años 60. La interpretación noventera le aportó a la Diva un refresco a su figura, colaborando con su regreso triunfal en la década del grunge. Para esos años, Cecilia ya era una artista de culto e ícono gay. Pese a que nunca verbalizó su orientación sexual, la comunidad LGBTIQ+ la adoptó como referente. 

Vino el viento, el fuego, el agua. Pasaron nubes, terremotos, desiertos floridos. Los años avanzaron entre mares y montañas, y Cecilia no se movió de mis preferencias musicales. Transicionó de la radio al casete, del casete al CD, y 23 años después, a un polerón con una ilustración de su rostro, que sería el puente para llegar a ella. 

Meses más tarde, produjimos junto a su manager un concierto para conmemorar sus 60 años artísticos. Fue una autoproducción que me permitió conocerla desde otra perspectiva: si había algo sobresaliente en Cecilia era su buena disposición y buen trato, algo impagable al momento de trabajar en equipo. El Epoc que padecía la había vuelto oxígeno dependiente, necesitaba ayuda para desplazarse y sufría de dolores en la espalda. Con todo eso lidiaba Cecilia en su cotidianeidad, pero si se trataba de volver al escenario, ninguna enfermedad existía para ella.  Con Yas montamos un concierto memorable en el Club Chocolate, que difundimos con fotografías que nosotras produjimos: como a Cecilia le gustaban los autos y existía una foto de ella sobre un vehículo cuando era joven, replicamos ese concepto para la fecha. Conseguí que me prestaran  autos antiguos para hacerle fotos. El día de la sesión, maquillé a Cecilia y Yas se remontó a su antigua profesión de fotógrafa para generar las imágenes que usaríamos en la difusión del concierto. Fue cerca de un puente de la calle Ramón Cruz, en la Villa Frei. Yas se estacionó y bajó del auto para recibir a Omar y Reinaldo Riquelme, dueños de un bello Peugeot 404, color cereza, del año 74. Cecilia, que estaba sentada en el copiloto con el vidrio abajo, aprovechó que Yas estaba lejos para pedirme una calada de cigarro. Me dio risa, “no podría darte cigarro Cecilia”, le dije, y no insistió, pero su actitud rebelde me quedó grabada a fuego. Ese día también hicimos fotos en unos autos que estaban en Barrio Italia. Cecilia posó junto a un necesaire que era de mi abuela, y nos fotografiamos juntas dentro de un auto descapotable, como si estuviéramos viajando por una carretera. 

Una mujer que iba por la calle, al ver a Cecilia se acercó llorando de emoción. Esas lágrimas no fueron las únicas que vi. Durante esos días, Yas y Cecilia pasaron por mi casa para firmar unas entradas físicas para usarlas como gancho para el concierto. En mi casa estaba una tía que se acercó a saludarla. Apenas lo hizo, también lloró. Tiempo después, trabajó siendo su cuidadora. 

Para el día del show en el Club Chocolate, mi amigo y fotógrafo Andy Ruiz montó un video donde aparecía Cecilia en diferentes etapas de su vida. Así abrimos el espectáculo. El lugar estaba lleno y la audiencia derrochaba sentimientos. Siguió una coreografía preparada por la compañía teatral La Casa Company, quienes hicieron una performance que incluía a la mítica Cecilia de traje plateado. Continuó  “Me voy”, canción compuesta por La Incomparable e interpretada por el grupo Golosa la Orquesta, le siguió la banda de Gustavo Becerra, Swing del Mono, que recrea la estética de los años 50. 

Artistas vinculados a la Diva también actuaron, representando cada década de trayectoria de la festejada. Marisa, el doble de Elvis encarnado por Cristián Reyes, Álvaro Saramelli, Toño Corvalán -baterista de Chancho en Piedra- y Álvaro España -voz de Fiskales Ad Hok- que ejecutaron una encendida versión de “Puré de papas”, donde el vocalista de la banda punk se persignaba y arrodillaba frente a Cecilia. Cerraron el encuentro Carolina Soto y Javiera Mena. Los músicos que acompañaron fueron dirigidos por Carlos Figueroa, director de la orquesta del Festival de Viña del Mar. 

Durante el ensayo, en sala Lagarto en Ñuñoa, presencié cómo Cecilia era respetada por sus pares. Ahí donde no había público y sólo colegas, ella era la directora de cada uno de los músicos que pisarían el escenario. Determinante, estricta, directa. Sabía perfectamente lo que quería y cómo lo quería. 

En poco tiempo me vinculé con Cecilia y su equipo de una manera que jamás hubiese imaginado.  

***

Cecilia me invitó a su cumpleaños. Le llevé de regalo un vinilo de Brenda Lee, que le gustaba. Ese día pasé a su pieza a conversar con ella cuando se habían ido los invitados. Le conté que había comprado un vinilo de Kool & The Gang porque tenían una canción con mi nombre. Me dijo que no los conocía, así que la escuchamos juntas. Comenzó a mover la cabeza junto a la música. Yo también. Atesoré el momento en mi memoria. Ese mismo día le conté que la primera entrevista que le había hecho había sido muy importante para mi, antes de ella me pagaban muy poco o a veces nada. “Tienes que cobrar, no seas weona”, me dijo. 

Meses más tarde la cantante pop urbana Mariel Mariel lanzó una canción de corte trap junto a Cecilia. “Sacar los tambores”,  era un grito feminista en medio del estallido social. Por esos días Mariel contó que la idea había surgido tras leer la entrevista que Cecilia me había dado, donde, entre otras cosas, decía que le gustaba el trap. 

Durante la revuelta de octubre, Cecilia observó con cautela lo que pasaba. Las opiniones estaban reservadas a su círculo cercano. Solo en una actividad participó. Fue a un acto masivo en apoyo a Fabiola Campillay y Gustavo Gatica, en el velódromo del Estadio Nacional. Trabajé como encargada de prensa en ese concierto e hice puentes entre artistas y la producción, entre ellos Cecilia. Me encontré cerca de su camarín con Mauricio Redolés, le dije que Cecilia estaba ahí, y le pregunté si la quería saludar. Entró a la sala junto a su hija y conversaron durante algunos minutos. 

“Puré de papas” era la canción que cantaría junto a la banda Sinergia. La acompañé detrás del escenario, mientras esperaba que la presentaran, sentada en su silla de ruedas. Cuando la anunciaron, bajé para continuar viendo su performance desde la perspectiva del público. Con ayuda del vocalista de la banda, Don Rorro, Cecilia se levantó de la silla y desfiló por la pasarela del escenario, diva total, saludando al público. Fue el momento más emocionante del día, la portada de los diarios y revistas digitales horas más tarde y días después.

***

Durante la pandemia tejí. Le pedí a Cecilia que escogiera un color y le hice mitones azules con botoncitos, a los que llamé “Guantes de diva”. Los fui a dejar una noche, previamente bañados en amonio cuaternario para evitar cualquier riesgo. Al día siguiente me llamó para darme las gracias, supe que los usó bastante. 

Tuve un episodio de salud grave el 11 de septiembre del 2021. Cuando me recuperaba semanas después, Cecilia me hizo una videollamada, donde entre varias cosas, me dijo que fuera fuerte, que tenía que luchar, y que me quería mucho. Éramos dos sobrevivientes hablando desde ese lado de la vereda.  “Eres parte de mi equipo, Johanna, recupérate para que sigamos haciendo cosas”. La última vez que la entrevisté fue para apoyarla en su postulación al Premio Nacional de Música en el 2022. No ganó. 

Amiga de mi gran melancolía

Mi presencia en el Caupolicán es como amiga y profesional. Estoy a disposición. Yas me cobra la palabra y me pide apoyo con la artística de los funerales. Convoco a mi amigo Andy Ruiz. Reutilizamos las visuales de los 60 años artísticos en el Club Chocolate. Además se hicieron presentes varios de los que estuvieron en esa ocasión: La Casa Company, Swing del Mono, Golosa la Orquesta, Carola Soto, Carlos Figueroa y los músicos de la orquesta del Festival de Viña. También hubo algunos que no subieron al escenario, como Álvaro España, que llegó a despedirse con una rosa roja, acompañado de su familia. La emoción colectiva es arrebatadora.  

La primera jornada termina, los seguidores abandonan el recinto, y en el Caupolicán permanecemos personas que tuvimos algo que ver con su vida. Está rodeada de amigos. Un pitido suena de fondo irrumpiendo el silencio, pero extrañamente aporta cierta musicalidad.  Mariel Mariel canta Gracias a la vida, Danka Bono la acompaña con su violín. Mi compañero Cristóbal González también está ahí. El fue un gran aporte en cuanto a la producción y logística de la jornada. Estamos todos en silencio, en la música, en Cecilia. Al día siguiente su urna está sobre el escenario. Dani Ride canta a garganta desgarrada. Participan también Aguaturbia, Pollo Fuentes, su amiga Gloria Simonetti y compañeras de la Nueva Ola.  El Che de los gays lee un texto, una pareja de cuequeros baila, Amaya Forch canta y Javiera Parra la despide cantando “Compromiso”.

Artista legendaria, Cecilia se sabía ícono pop y actuaba como tal. Era receptiva con sus seguidores, cariñosa, amor de muchos y muchas. De gran carácter, arbitraria, de armas tomar. Cecilia era una leyenda antes de morir, y todos lo sabíamos. Lo sabían las personas que la aplaudieron esa tarde en el velódromo. Lo sabía Don Rorro cuando caminó con ella por el escenario. Lo sabía Redolés cuando le conté sobre el vinilo, lo sabía Vane Miller al dirigir una serie sobre ella, lo sabía Mariel Mariel cuando la invitó a colaborar en una canción. Lo sabía Álvaro España, el vocalista punk que se persignaba mientras cantaba “Puré de papas”, lo sabían las personas que facilitaron sus autos y quienes lloraron al verla por primera vez.

Lo sabía Yas.

Lo sabían quienes llegaron al Caupolicán para despedirla, y también el dueño del negocio que prestó los floreros para que pudiera hermosear su féretro. Lo sabían sus  vecinos de la Villa Frei que le dieron el último aplauso, y los vendedores de la pérgola de las flores, que espolvorearon su caravana con pétalos de rosas. 

Lo sabía yo. 

Que había llegado a su vida con la intención de entrevistarla, y me quedé orbitando en su universo, encontrándome con la música, la mujer y la leyenda. Quién sabe si fue el destino, o ella tal vez desde donde está, recordándome  que “soy parte de su equipo”.

Trabajar en su despedida fue la mejor manera de decirle adiós. Ahora me toca la misión de expandir su legado. Lo haré, porque sin hacer un juramento, con Cecilia, hemos hecho un compromiso.