Crónica

Nacionalistas vs. gremialistas


El enfrentamiento de dos bandos

A comienzos de los años ochenta, con una crisis económica desatada y el comienzo de las protestas populares, los nacionalistas vieron una oportunidad para recuperar la influencia y los cargos que habían perdido a manos de los gremialistas, liderados por Jaime Guzmán. De acuerdo con documentos hasta ahora inéditos, basados en informantes y espionaje político, Guzmán y sus hombres proyectaban que la dictadura no sobreviviría más allá de 1985 y negociaban en secreto con la oposición una transición anticipada y “una salida honorable” para Pinochet. En ese estado de cosas, Puga denunciaba que los gremialistas “son ratas que abandonan el barco”.

Este artículo es parte de El primer civil de la dictadura, proyecto multimedia de Revista Anfibia y la Universidad Alberto Hurtado en conmemoración del 50 aniversario del golpe de Estado. Visita la cobertura completa aquí.

Decía que casi no se tomaba vacaciones. Ni vacaciones ni feriados ni fines de semanas libres. Menos ese año de 1983, año convulso, en que asomaba un peligro pero también una oportunidad para que los duros del régimen como él, que habían quedado desplazados de los cargos altos y medios de la administración pública, volvieran a ocupar el lugar que creían merecer en el gobierno de facto. Su gobierno. De ahí que ese domingo 15 de mayo, cuatro días después de la primera jornada de protesta nacional contra la dictadura, el propagandista y asesor de inteligencia Álvaro Puga Cappa se sentó frente a su máquina de escribir y redactó un informe de “Evaluación Política” en que analizó “el golpe sorpresivo” de los actos de protesta de esa semana, “que no (sólo) están radicados en un sector de bajos ingresos de la población, sino que están diseminados en toda la ciudad de Santiago, con especial connotación en los barrios considerados de clase media y alta”.

Casi diez años después de que las Fuerzas Armadas asaltaran el Palacio de La Moneda, el país vivía una crisis económica sin precedentes desde 1929. Quiebra de cientos de empresas, intervención de la banca y entidades financieras y un desempleo que ese año llegó al 26 por ciento. En ese estado de cosas, “la desobediencia civil puede alcanzar grados insospechados, al mismo tiempo que puede desarrollar una velocidad inusitada que lleve al país a un estado de conmoción interna”, hace saber Puga en ese informe de mayo de 1983 que si bien no tiene destinatario, como otros en esa época puede suponerse dirigido a la dirección de la Central Nacional de Informaciones (CNI), con la que colaboraba. 

Jaime Guzmán y Augusto Pinochet (Memoria Viva, Biblioteca Nacional de Chile)

A su parecer, la dictadura estaba bajo amenaza, la dictadura y sobre todo el hombre que la encabezaba, porque el “enemigo político del régimen (...) lamentablemente hoy está más dentro del Gobierno que fuera de él”. Un enemigo “sectario y excluyente”, que a decir del suscrito respondía al liderazgo de Jaime Guzmán Errázuriz, ideólogo y asesor legislativo de la Junta Militar de Gobierno que dos décadas atrás había formado el movimiento gremialista y tenía a varios de sus discípulos ocupando ministerios y cargos de relevancia. 

Puga usaba la figura de los nacionalistas como amantes del dictador, en un escenario en que los gremialistas, y en particular Jaime Guzmán, eran la esposa oficial del régimen.

Como se desprende de ese y los siguientes informes que elaboró ese año, la crisis económica y las protestas tenían a la dictadura en vilo, con sus días contados. El cálculo de los dirigentes políticos de gobierno y de oposición era que la Junta Militar no sobreviviría más allá de 1985, anticipó otro informe del mismo asesor. En ese estado de cosas, Puga insistió en que los gremialistas conspiraban en contra del gobierno, en conjunto con otras fuerzas políticas, con el objetivo de “obtener el traspaso lo más pronto posible a los civiles del poder”. 

Era un nuevo capítulo de una guerra civil al interior de la dictadura que había comenzado hacia mediados de los años setenta. De un lado los llamados duros, con los que se identificaba Álvaro Puga, cercanos al movimiento nacionalista y a la CNI. Del otro, los que la prensa oficialista bautizó como los blandos, que no eran otros que los gremialistas afines a Jaime Guzmán y que en rigor, de blandos tenían poco. Como sea, los informes iluminan sobre las dos almas que pujaron por influir y obtener cargos en la dictadura. 

Ese domingo de mayo de 1983, cuando los ecos de las cacerolas aún resonaban en la ciudad, Álvaro Augusto Pilade Puga Cappa siguió martillando su máquina de escribir y se preguntó qué se podía esperar de los hombres de Guzmán. A fin de cuentas, sentenció, son “personas relevantes que hasta ayer apoyaban al gobierno y que hoy han abandonado el barco con una rapidez digna de ciertos roedores”.

RATAS, RATONES, ROEDORES

Lo de los roedores no era algo nuevo en el léxico de Álvaro Puga. Ocho año antes, cuando la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA) ejecutó la Operación Colombo, un montaje comunicacional tendiente a encubrir el asesinato y desaparición de 119 opositores, fue él quien distribuyó la información falsa a medios de prensa chilenos que derivó en el titular de La Segunda que esa tarde de 24 de julio de 1975 rezaba Exterminados como ratones. Su responsabilidad en el montaje quedó establecida en un fallo del Tribunal de Ética del Colegio de Periodistas de Chile.

Como se ve, en el universo del asesor de la CNI, esa denominación le cabía tanto a los opositores a la dictadura como a los seguidores de Jaime Guzmán. La disputa entre ambos se había desatado al poco de iniciada la dictadura, cuando Puga dirigía la oficina de Asuntos Públicos y tenía de subalterno a Guzmán. En principio parecían entenderse, si es que no estimarse, de lo que da cuenta una tarjeta de Navidad enviada por Puga en 1975. Sin embargo, el joven abogado pronto destacó con luces propias, tomó distancia del pensamiento nacionalista y se alzó en asesor favorito de Pinochet y la Junta Militar de Gobierno. 

Simpatizó con el desembarco de los Chicago Boys en el gobierno, precursores de las políticas neoliberales, gestionó cargos para sus cercanos y diseñó la arquitectura jurídica institucional que en parte sigue rigiendo hasta hoy en Chile. “Hondamente católico, de misa y comunión diarias, derechista visceral (pero sin partido) soltero con visos de solterón, parecía un «niño viejo» por la corta estatura, la calvicie avanzada y los gruesos anteojos de miope. Pero esa apariencia escondía cualidades amables —le gustaba la música, la buena mesa, la charla distendida con amigos, imitar magistralmente el habla de personajes famosos— y hasta inesperadas: así la pasión por el fútbol (era árbitro titulado) o por los Festivales de la Canción de Viña del Mar”, lo define el historiador y ex ministro de la dictadura Gonzalo Vial en Pinochet. La biografía (El Mercurio/Aguilar, 2002).

Una vez que se acomodó y encontró un lugar de privilegio desde el cual influir, no tardó en tomar distancia de Puga y los nacionalistas, que comulgaban con el viejo corporativismo y fueron perdiendo cargos y poder. Y había otra cosa: Puga era muy cercano a Manuel Contreras Sepúlveda, director de la DINA y simpatizante nacionalista, que aborrecía a Guzmán y desconfiaba de él y lo espiaba, con el propósito de enfrentarlo a Pinochet. 

Un informe secreto de la DINA sobre Guzmán, citado por Vial en su biografía, da cuenta de “un individuo brillante”, para quien la política “es un tablero de ajedrez donde maneja desde Su Excelencia el Presidente de la República, aunque él crea lo contrario”, hasta el último funcionario de gobierno. Lo que omite Vial de ese informe es que dice además que Guzmán estaba empeñado en “la búsqueda misionera de adeptos entre los hijos de personajes de poder empresarial y periodístico, obviamente para llegar a los padres”; y que con ellos “forma su grupo de ayudantes y admiradores” a los que “les da retiro” en su departamento de calle Galvarino Gallardo, que tiene “a disposición de sus «jóvenes amigos»”.

El informe está fechado en noviembre de 1976 y bien pudo haberlo escrito Puga. De hecho, tal como lo hizo una década después, en el mismo informe alerta que Guzmán y los suyos persiguen desplazar a Pinochet y la Junta “para ubicarse (ellos) físicamente en ese puesto” y lograr una “apertura política amplia”. Aún no estaba acuñado el término de los duros y los blandos al interior del régimen; comenzó a instalarse a partir de un titular de 1979 de la revista Qué Pasa que dio cuenta de las dos almas al interior del gobierno, a propósito del debate sobre el proyecto de una nueva Constitución. La denominación puede llevar a equívocos, si es que no a una mirada condescendiente de unos sobre otros. Como plantea Manuel Gárate en su libro La revolución capitalista de Chile (Ediciones UAH, 2002), el proyecto económico y social de los Chicago Boys, que hicieron suyo los gremialistas, “no podía llevarse a cabo sin un marco represivo acorde a la profundidad y rapidez de los cambios impuestos desde el poder central”, que implicó privatizaciones entre gallos y medianoche y la reducción profunda de gasto público y derechos laborales, entre otras medidas. 

Los blandos necesitaban de los duros, y según la ocasión, podían ser tanto o más duros que los otros. El mismo Guzmán, en una de sus primeras recomendaciones como asesor, planteaba en un memorándum que “el éxito de la Junta está directamente ligado a su dureza y energía, que el país espera y aplaude. Todo complejo o vacilación a este propósito será nefasto”. 

Como sea, la disputa entre ambos, que pareció haberse zanjado para siempre en la segunda mitad de los setenta, una vez que se asumió el modelo neoliberal, volvió a revivir a comienzos de la década siguiente. Una portada de noviembre de 1982 de la revista Hoy es elocuente al respecto. Retratados por un caricaturista que los sitúa de frente, desafiantes, en un duelo de gallitos, Puga y Guzmán aparecen en portada con el titular Dos oficialistas en pugna. En las páginas interiores se da cuenta de un ambiente de “antesala de un apocalipsis político”, producto de la crisis económica y el desprestigio de los Chicago Boys, a quienes hasta hace poco se atribuía un “milagro económico”. El país está próximo a estallar y Guzmán, en respuesta a una virulenta columna de Puga en La Tercera, identifica a este último entre los “exponentes del fascismo criollo”. De vuelta Puga responde con dureza, como sabe hacerlo. Guzmán y sus acólitos “son ratas que abandonan el barco”, dice. 

LOS AMANTES SECRETOS DEL RÉGIMEN

A la semana siguiente de la primera jornada de protesta nacional, el analista volvía a redactar un nuevo informe político. Y luego otro, y otro, y otro. La coyuntura política de esos días no daba tregua al asesor y su máquina de escribir. Como si no hubiera quedado claro en el informe anterior, este del 19 de mayo de 1983 da por hecho que “el desembarco del sector gremialista del Gobierno continúa de una manera tan precipitada que da la impresión de que creen que ha llegado la hora del fin del Gobierno”. Y tres días después, un domingo 22 de mayo, acusa una “confabulación de la derecha política con la Democracia Cristiana, la Social Democracia, el Partido Socialista y grupos como los gremialistas y otros, que están realizando un trabajo de unión en la cúpula que les permite, bajo el alero de la Iglesia Católica, llegar a poner al Gobierno en una disyuntiva fatal”. 

Para mayor abundancia, un mes después, informa de una “reunión conspirativa” celebrada en la casa del ex senador Fernando Ochagavía Valdés, a la que concurrió lo más granado de la antigua derecha chilena. Francisco Bulnes Sanfuentes, Julio Durán Neumann, Sergio Diez Urzúa, Juan de Dios Carmona Peralta y el dueño de casa. Y, claro, cómo no, Jaime Guzmán Errázuriz, que de acuerdo con el informe propone “una salida honorable” a un general Pinochet acorralado por las protestas y una economía en crisis. “En caso contrario”, reporta Puga, citando lo que habría dicho Guzmán, “el grado cada vez más creciente de descontento popular podía llevar al país a una guerra civil que indudablemente el general Pinochet desconocería hasta que ella se hubiera producido en sus narices”.   

Todos los que estuvieron presentes en esa reunión están muertos. Y todos los dirigentes políticos del gremialismo de ese entonces contactados que siguen con vida —Juan Antonio Coloma, Andrés Chadwick, Javier Leturia,  Hernán Larraín— no atendieron los llamados o declinaron hablar para esta serie de reportajes. En su biografía sobre Pinochet, al dar cuenta de este periodo, el historiador Gonzalo Vial dice que “se agrietaba el respaldo de que había gozado el régimen militar en aquellos sectores político-sociales que, hasta entonces, siempre estuvieron con él”. Y Guzmán, en su libro Escritos personales (Zig Zag, 1992), sitúa 1982 como el año en que se interrumpe “un trabajo bastante estrecho con diversos ministros de Estado”, sin entrar en detalles sobre los motivos del fin de esa colaboración. 

La llegada de Sergio Onofre Jarpa al Ministerio del Interior en agosto de 1983  fue una derrota para los gremialistas, que fueron desplazados de sus cargos junto a varios Chicago Boys, aunque no perdieron del todo su poder.

Quizás el distanciamiento definitivo está marcado por el cambio de gabinete que significó la salida del general de brigada Enrique Montero Marx como ministro de Interior, reemplazado en agosto de 1983 por un viejo político de derecha como era Sergio Onofre Jarpa. El líder de los gremialistas, escribe Puga, se opuso a ese cambio porque decía “que manejaba a Montero plenamente”. Según el biógrafo de Pinochet, Onofre Jarpa hizo “una razzia anti gremialista y anti Chicago Boys” apenas quedó instalado al frente del Ministerio del Interior, encomendado a abrir el diálogo con la oposición y flexibilizar la censura de prensa. El fin del régimen se veía cerca. 

En ese estado de cosas, los nacionalistas vieron una oportunidad para recuperar la influencia perdida al interior de la dictadura. Pero esa tarea no era nada fácil. El mismo Puga, en el citado informe del 22 de mayo de 1983, se quejó de que aún en el escenario descrito —cuando “la situación económica del país está siendo cada vez más grave y cuestionada” y “la calle pertenece a la oposición”—, “hasta los nacionalistas se sienten heridos en su apoyo, que ha sido rechazado reiteradamente, y frente a los cuales se mantiene una actitud poco menos que de secreta relación”. 

Los nacionalistas como amantes del dictador. Una relación no enteramente reconocida ni menos correspondida. Esa misma figura usó Puga tres décadas después, en una serie de entrevistas con el autor de este texto, cuando dijo que desde fines de los setenta solía reunirse con Pinochet en el Club Militar o en la oficina de la Comandancia en Jefe del Ejército, nunca en La Moneda, porque ahí podía encontrarse con Jaime Guzmán. “Ya se guiaba mucho por Guzmán, yo no sé, estaba encandilado por ese tipo, entonces yo era como el amante secreto”.

Pinochet pudo haber estado encandilado por Guzmán, pero en La historia oculta del régimen militar (La Época, 1988), de Ascanio Cavallo, Manuel Salazar y Óscar Sepúlveda, se dice que para 1984 las relaciones del abogado gremialista y La Moneda “habían llegado a su punto más bajo”. También se dice que un año antes Pinochet se allanó a integrar a algunos nacionalistas al gabinete, cosa que al final se frustró, y que por esas mismas fechas Pinochet celebró un almuerzo en su casa de Bucalemu con “algunos nacionalistas de relieve, que tenían una severa opinión sobre lo que estaba ocurriendo” y “acusaban al gremialismo de copar las subsecretarías y hacer la guerra contra los cambios que el gobierno requería”. El libro no da cuenta de los nombres de los presentes en el almuerzo, a excepción de uno en particular: 

“La velada tuvo un final gentil y amistoso gracias a que un joven capitán llamado Álvaro Corbalán la animó con la guitarra”.

El agente de la CNI Álvaro Corbalán tocó la guitarra en un encuentro de nacionalistas en la casa de Pinochet (CC BY 3.0 CL, via Wikimedia Commons)

LA LEALTAD ES NUESTRA HONRA

Además de músico aficionado, figura de la farándula nocturna y agente operativo de la CNI, el capitán de Ejército Álvaro Julio Federico Corbalán Castilla fue uno de los precursores de Avanzada Nacional, el movimiento que los nacionalistas chilenos fundaron en 1983 con el objetivo de proyectar la figura de Augusto Pinochet y dotarla de una base de apoyo popular para su permanencia en el poder. Un ejército de civiles incondicionales, no como los otros. De hecho, el lema del movimiento fue La lealtad es nuestra honra, fronterizo con el lema de las SS del nacionalsocialismo: Mi honor se llama lealtad.

Como se relata en uno de los reportajes de esta serie, el debut de Avanzada Nacional ocurrió el 10 de septiembre de 1983, en un acto en el cerro San Cristóbal de Santiago que fue transmitido en directo por Televisión Nacional de Chile, gracias a los oficios del agente Corbalán, que gestionó las transmisiones de la televisión pública. Mucho menor atención tuvo el evento en la prensa del día siguiente. En una nota breve de Las Últimas Noticias, se informó que “centenares de jóvenes pertenecientes al movimiento «Avanzada Nacional» realizaron anoche una vigilia y un acto de homenaje «en agradecimiento a los 10 años de Gobierno de las Fuerzas Armadas», en la cumbre del cerro San Cristóbal”. 

El agente de la CNI Álvaro Corbalán fue uno de los precursores de Avanzada Nacional, el movimiento que los nacionalistas chilenos fundaron en 1983 con el objetivo de proyectar la figura de Augusto Pinochet y dotarla de una base de apoyo popular para su permanencia en el poder. 

Sus orígenes se remontaban a la revista filo fascista Avanzada, creada por el abogado y colaborador de los servicios represivos de la dictadura Guido Poli Garaycochea. También al rumano Horia Sima, precursor de la Guardia de Hierro que apoyó a la Alemania nazi y luego a Francisco Franco. Según el periodista Manuel Salazar, Sima recomendó a los nacionalistas chilenos “fundar un partido político que aglutinara a los seguidores de Pinochet y proyectara su gobierno hacia el futuro”. La tarea le fue encomendada al agente Corbalán, con el beneplácito de los mandamases de la CNI, que que a la vez obedecían órdenes de Pinochet. Como era un movimiento formal, que aspiraba a fundar un partido político, Avanzada Nacional tuvo emblema, himno y una doctrina que Corbalán le encomendó escribir a su amigo Álvaro Puga. 

Esto último también lo narra Manuel Salazar en Las letras del horror. Tomo II: la CNI (LOM, 2012), que aborda el papel de Puga en los orígenes del movimiento y sus vínculos con la CNI. Puga era un hombre con iniciativa, acostumbrado a actuar en las sombras. Así, el 29 de agosto de 1983, en los diarios nacionales apareció un extraño inserto a página completa de una tal Alianza Independiente de la que hasta entonces nadie había escuchado hablar y que llamaba “a formar un gran movimiento cívico-militar (....) que proyectará fecunda y duraderamente hacia el futuro la labor del actual Gobierno”. 

En lugar de un nombre, el inserto estaba firmado únicamente por una cédula de identidad. Y claro, al día siguiente se supo que esa cédula pertenecía a Álvaro Puga Cappa. 

Inserto publicado por Puga

Aunque puede suponerse que ese inserto fue una suerte de manifiesto de los principios que inspiraron a Avanzada Nacional, un par de días después uno de los principales referentes del nacionalismo chileno, Pablo Rodríguez Grez, cuestionó la representatividad de la publicación y al mismo Puga. Y de vuelta, en el mismo artículo, como si se tratara de una comedia de equivocaciones, Puga “negó valor, credibilidad y plausibilidad a lo dicho por Rodríguez, o más aún, a la mera posibilidad de que lo haya dicho”. 

Ni los nacionalistas de ese entonces ni Puga se caracterizaban por su disciplina partidaria y espíritu de camaradería. En eso se diferenciaban por lejos de los gremialistas. Mucho más tarde, Puga reconoció que “en general me llevaba muy bien con los militares; mi problema era con algunos civiles”. Cómo no. A fin de cuentas, fueron los civiles adeptos a Jaime Guzmán quienes lograron sacarlo de la jefatura de la oficina de Asuntos Públicos, a fines de los setenta, luego de acusarlo de quedarse con un porcentaje de los avisos publicitarios que contrataba a nombre del gobierno. 

UN TENTÁCULO DE LA CNI

Aun cuando a mediados de los ochenta Jaime Guzmán estaba distanciado de las altas esferas del poder dictatorial, y aun cuando el historiador Gonzalo Vial asegura que la llegada de Sergio Onofre Jarpa al gobierno hubo una razzia gremialistas, los documentos de Puga dan cuenta de que los hombres de Guzmán se las arreglaron para seguir ocupando cargos de relevancia. Subsecretarías, alcaldías, jefaturas de servicios, cargos técnicos y directivos de las empresas públicas que aún no se privatizaban. En la práctica, de acuerdo con un informe de fines de 1983, eran “cientos de funcionarios públicos a quienes ellos (los gremialistas) colocaron en la administración mientras les duró el poder y que hoy defienden contra viento y marea, ejerciendo siempre ese poder de un modo bastante misterioso, porque nadie ha podido llegar a saber cuál es el puente que utilizan para convencer al Presidente de la República, de manera tan rápida (...) mientras los verdaderos partidarios son perseguidos y acosados permanentemente”.

Los verdaderos partidarios del gobierno estaban agrupados en torno a Avanzada Nacional, que se fundó con el propósito de perpetuar el poder de Pinochet, al tiempo que el ministro Jarpa llevaba a cabo un proceso de apertura y negociación política. Los gremialistas también hicieron lo propio, y por esas mismas fechas crearon la Unión Demócrata Independiente (UDI). Sergio Onofre Jarpa, escribe Puga, “sigue siendo para muchos partidarios del gobierno y ex partidarios la figura clave de los próximos meses, porque en él esperan encontrar el término medio que se requiere para adelantar el cronograma político y poner al país en un gobierno democrático antes de 1985”.

Con ese ánimo anticipatorio que lo impulsaba, ayudado por informantes y acciones de espionajes, el asesor se enteró de que hasta el mismo Jarpa y sus cercanos “están preparando el gran partido de derecha (...) que empezaría en el sur de Chile y con el cual proyectan reunir 1.000.000 de votantes”. Ese partido, que el memorando identifica como Alianza Nacional, bien pudo ser Unión Nacional, que a partir de 1987 fue inscrito con el nombre de Renovación Nacional. 

Aunque Avanzada Nacional se oponía al proceso de apertura política, en la agrupación se quejaban de ser excluidos de las negociaciones en La Moneda. De eso habla en parte un memorándum que se presume de 1984, relativo a una reunión convocada por el jefe de gabinete de Jarpa a la que fueron invitados todos los líderes políticos, a excepción de los de Avanzada Nacional, “porque según la expresión de uno de los integrantes de ese gabinete, ese movimiento sólo «es un tentáculo del CNI»”. 

Quién sea que haya dicho eso, estaba en lo correcto. En su primera directiva, por nombrar a los dos más visibles, estaban el cantautor Willy Bascuñán y el músico Óscar Olivares, uno de los dos integrantes del grupo Los Perlas. Una fachada de quienes estaban detrás, gobernando en las sombras, en favor de un proyecto que según un artículo de la revista Qué Pasa “rechaza por igual el marxismo y a la democracia tradicional de orientación liberal”.

Ni los nacionalistas de ese entonces ni Puga se caracterizaban por su disciplina partidaria y espíritu de camaradería. En eso se diferenciaban por lejos de los gremialistas.

En buenas cuentas, era un movimiento a la medida de Pinochet, que a decir del ex diputado y funcionario de la dictadura, Maximiano Errázuriz, solía encargarle tareas políticas a la CNI. Alguna vez le pidió incluso “un plan de desarrollo sobre cómo y hacia dónde debía avanzar el país”. En ese entendido, no es extraño entonces que le encargara también la fundación de un movimiento político como Avanza Nacional. Un partido “de mercenarios, vendidos al neoliberalismo”, dice hoy Roberto Thieme, uno de los fundadores del Frente Nacionalista Patria y Libertad, quien tomó distancia de la dictadura y los nacionalistas de su generación, que a su juicio terminaron “fanatizados” por la figura del dictador. 

De hecho, el 9 de julio de 1986, en el gimnasio La Tortuga de Talcahuano, Avanzada Nacional organizó un primer gran acto de masas en el que Pinochet recibió un carné simbólico que lo acreditaba como el primer militantante de ese partido, formalizado al año siguiente ante los nuevos registros electorales. 

Museo de la Memoria y los Derechos Humanos

Fueron reabiertos el 25 de marzo de 1987, y la mañana de ese día, Augusto Pinochet Ugarte, sonriente, vestido de civil, de traje color crema, zapatos blancos y una perla prendida a la corbata, fue el primer ciudadano chileno en inscribirse. 

JUNTOS Y REVUELTOS

En un reportaje de la revista Cauce, publicado en julio de 1986, se dice que Avanzada Nacional era controlada en las sombras por un agente de la CNI al que llamaban Álvaro Valenzuela y que el partido recibía recursos millonarios de ese mismo servicio represivo y de la Secretaría General de Gobierno. Más tarde se supo que Álvaro Valenzuela era la chapa de Álvaro Corbalán Castilla, ex agente operativo que hoy cumple cadena perpetua por varios crímenes en dictadura y que en 1989 llegó a dirigir el partido con su verdadero nombre. 

Aunque Avanzada Nacional se oponía al proceso de apertura política liderado por Jarpa, en la agrupación se quejaban de ser excluidos de las negociaciones en La Moneda.

En la misma revista se recoge el testimonio de un dirigente, que reconoce que, además de proselitismo, Avanzada Nacional realizaba atentados a parroquias y acciones de amedrentamiento a opositores, de modo de “ir creando un clima de terror en la población”. Y que en tanto grupo paramilitar, con fachada de partido, la agrupación postulaba en sus estatutos que “todo cuanto se hace al interior del movimiento tendrá siempre el carácter de secreto”. 

En paralelo a sus actividades secretas, en Avanzada Nacional reunían firmas para constituirse legalmente como partido político, de manera de afrontar las elecciones que se avecinaban a fines de los ochenta, en el comienzo de la transición a la democracia. Lo mismo hacían Guzmán y sus seguidores en favor de la Unión Demócrata Independiente, que una vez sorteada la crisis económica, volvieron a declarar lealtad a Pinochet y lo apoyaron en su postulación al plebiscito de 1988. En el fondo, nunca lo abandonaron del todo. Ni tampoco Pinochet los abandonó. Ya lo decía Álvaro Puga, en vísperas de la primera protesta nacional de mayo de 1983. Una y otra vez, pase lo que pase, “curiosamente quienes representan al gremialismo en sus ideas políticas y económicas son rehabilitados públicamente”.