Ensayo

El nuevo guión autoritario-conservador


Chile cesarista

El octubrismo fue la sala de parto de la kastización que atraviesa hoy la coalición conservadora. ¿Cómo gobernar los cuerpos y sus pulsiones transformadoras? Con un discurso que subraya el horror neoliberal a la descomposición moral y el miedo como afecto político.

Foto de portada Télam

“Es una derecha ligth que actúa sin convicciones, en temas que para mí son relevante. Es una derecha de élite política que mira el país en torno a las redes sociales, a las encuestas, y que no está preocupada de los problemas reales”. José Antonio Kast (alusión al gobierno de Sebastián Piñera), 22 de diciembre de 2018.  

Qué decir sobre la “perfomance” de José Antonio Kast luego del “mazazo electoral” del 7M. De pronto el líder del Partido Republicano (PR) ha sido enfático en restituir el agotado "principio de autoridad" que ha envilecido a las instituciones, las élites y la clase política en general. 

La coalición ultraconservadora capturó la emocionalidad de los sectores populares, rurales y otras demografías de la zona sur de Chile. La Kastizacion, ahora sin límites, deviene en una clave interpretativa para entender los “votos negacionistas”, coléricos, de enemización y múltiples disciplinamientos contra poblaciones precarizadas. Esta cuestión trasunta el retorno alegre del “voto nulo” en favor del Gobierno "progresista" de Boric-Font hacia las próximas elecciones de diciembre.  

Tras la promesa mesiánico-refundacional de JAK, la disputa  será por la hegemonía de la política post-transicional.

Lo anterior se ubica en un contexto mayor. Mientras el neoliberalismo avanza ferozmente en la mercantilización de todo lo existente -consenso de las mercancías- se conjuga con un comportamiento punitivo, xenófobo y misógino. En suma, un punto común a toda forma de neoliberalismo es su intransigencia ante las formas de vida que no se someten a modos estandarizados por los mercados, donde la creación de formas de vida singulares, aquellas potencias  contrahegemónicas que persisten por fuera de la acumulación de mercancía, quedan a merced de diversas formas de violencia y odio existencial.

De un lado, la nueva hegemonía de la ultraderecha chilena ha “fumigado” a los elencos transicionales (UDI-RN-DC-PPD) del mapa político.  Del otro, ha quedado en evidencia la anorexia discursiva del gobierno de Boric-Font. El vacío transformador, agravado por la propaganda ultraconservadora, revela el déficit de energías críticas en el progresismo chileno. 

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En algún sentido Kast aceleró algo que siempre sospechamos. De momento en Chile no tenemos izquierdas, eso sí, salvó como “caja de resonancias” dentro del tablero de la ultraderecha.  Tras las movilizaciones de 2019 Sebastián Piñera y los elencos de la transición chilena colgaban de las cornisas. En los “días decisivos” del paro nacional (noviembre de 2019) ocurrió el punto más crítico de la insurgencia. En tal contexto, JAK se encontró con su destino y se empeñó en demostrar el fracaso del “consenso liberal” y sus “faraónicas modernizaciones”. A poco andar, el líder de Republicanos activó una metamorfosis donde invirtió “lo real” (medial) e insertó su discurso en la vida cotidiana. En pleno estallido social, todas las demandas populares que acusaban la racionalidad abusiva de las instituciones fueron tildadas por JAK como formas de violencia, vandalismo y transgresión al orden. En suma, la Kastización gatilló el derrumbe de Sebastián Piñera cuando el entonces presidente hizo su infausto comentario: estamos en guerra [War] frente a un enemigo poderoso”. Aquí no existieron solidaridades ideológicas o relaciones de buena vecindad en la familia de las derechas.

El proyecto securitario que encabeza JAK, hiper-masculinizante y de tono lacerante, pero de innegable "satisfacción libidinal " ante consumidores afligidos -dado que provee goces autoritarios- ha capturado el colérico sentido común neoliberal. Tras la promesa mesiánico-refundacional de JAK, la disputa  será por la hegemonía de la política post-transicional. 

La “trampa ideológica” consiste en esa relación de interior/exterior respecto al sistema de partidos que la nueva derecha ha logrado construir ante electorados migrantes, oscilantes o líquidos. Una derecha insiders que, a la sazón, se ha  comportado como outsiders -cuestión genuina en el caso de Donald Trump-. El PR simula un “afuera”, una distancia o una exterioridad -un no lugar- respecto a la racionalidad política y modera sus ancestrales filiaciones con el mundo del Pinochetismo. El simulacro o la máscara finge una excepción -producida- al interior de la intimidad partidaria, estableciendo bordes sin domicilio. 

Prensa José Antonio Kast

En suma, lo que tenemos es el núcleo de JAK simulando la autonomía del mundo de Republicanos ante las derechas laxas -promiscuidad transicional que incluye al universo UDI- que después de los comicios de mayo deben ser intervenidas. Tal estrategia cumplió sus objetivos electorales. Lo anterior fue la “prueba de fuego” que permitió el tránsito para exacerbar “un estado de excepción” -violencia urbana, narcopoder y decadentismo moral- retratando nuestra parroquia como un “manicomio lingüístico”. 

Entonces Acción Republicana, ahora Partido, reforzó el guión argumental y se apoderó de los valores y criterios de la derecha Alwynista. Ello agudizó simultáneamente la disposición odiosa frente a “la izquierda” que habría  amparado la violencia urbana -su latencia insurreccional- y el distanciamiento irrefrenable respecto al Piñerismo, consolidando un clima de riesgo e incertidumbres que ha colonizado a buena parte de la ciudadanía que, ante el pánico, reclama un “orden jungla” (pistolas) en nuestros días. 

En suma, cuál sala de parto, el octubrismo (2919) sin articulación política hegemónica donó al actual Partido Republicano la producción discursiva para dotar de sentido su proyecto político. La Kastizacion  opera como reverso tanático y guardián de la descomposición orgánica de nuestra democracia “semi-representativa”. 

Desde las movilizaciones del 2019 la denuncia de la violencia  ha sido la  insignia para exaltar la delictiva alteración del orden público y el clima de beligerancia auspiciado por el campo de las izquierdas. Tal estrategia devino en una distancia crítica frente al gobierno de Piñera -derecha pragmática y light según JAK-. Todo el léxico del conservadurismo radical (post-pinochetismo), alude a los antipatriotas, vándalos o apátridas que queman buses y destruyen la infraestructura pública, o bien, usan diversos móviles delictivos hasta el control punitivo de la vida cotidiana. De paso, los monopolios mediáticos se comportan como portavoces del mensaje empresarial y viralizan los pánicos. 

En medio de la incertidumbre, hoy el clamor popular -en una clave negacionista- se orienta hacia un régimen securitario donde el discurso criminológico es consumido compulsivamente contra la violencia urbana. Ante un "presente de la ruina" agravado por el retrato de JAK, los lazos rotos de la comunidad han sido representados como las patologías de una moral del laissez faire

El conservadurismo radical ha secuestrado el imaginario popular mediante la erotización que comprende la agresividad ideológica: “migrante” versus “nacionalismo”; “subversivos” versus “demócratas”; “familia” versus “géneros”, “pacifistas” versus “activistas”, “Natalia versus Diego”. Esto ante otras dicotomías policiales de necrofilia y pulverización de ese (a) otro (a) como una  “absoluta enemización”. La kastización de los contenidos retóricos, estéticos, visuales y las metáforas tanáticas del ultra-conservadurismo neoliberal han capturado subjetividades en busca de nuestro Gayo Julio César, a saber, el “taxista facho”, el profesional de capa media sin acceso a créditos, el vendedor minorista, el Jubilado con pensiones de hambre, el cualificado-boleta sin coberturas, el trabajador despolitizado-frustrado y la porosidad popular que, en un 50% en masa salarial, no tiene probabilidades de romper la cadena de la pobreza. Todo ellos, han suscrito con beatitudes al mesianismo conservador. 

En el nuevo guión autoritario-conservador, a saber, el enemigo absoluto puede ser el migrante, el  delincuente, el narcotráfico, el vecino, y las execrables “viudas de octubre” (2019). Ciertamente, la inseguridad que produce el colombiano o la araucanización del conflicto y los golpes de xenofobia, son materias del coro conservador. En los comicios del 7M los reos votaron en favor de Kast en los centros penales de Arica, Alto Hospicio, Antofagasta, Tocopilla, La Serena, San Joaquín, Santiago 1, Concepción y Valdivia, según las cifras consignadas por el Servel: la identidad entre presos y el líder de José Antonio Kast es porque Chile ha devenido una cárcel biopolítica. La elaboración argumental de JAK, cuya eficiencia no está en discusión, puede seguir cultivando un “estado de la lepra”, apelando al recurso de la necrofilia, que busca consolidar la violencia institucionalizada y auto-regenerativa. 

Tal proceso de politización convirtió la demanda igualitaria de la revuelta -mutación mediante- en frustración, rabia erotizada y subjetividad beligerante que habría develado la ineptitud de los elencos post-transicionales para generar paz social. De allí el  vertiginoso ascenso del Partido que lidera José Antonio Kast en la contienda que se ha desplegado al interior de las derechas. 

Ante un "presente de la ruina" agravado por el retrato de JAK, los lazos rotos de la comunidad han sido representados como las patologías de una moral del laissez faire.

A la luz de los resultados del 7M se ha desplazado la hegemonía chicago-hacendal. Una vez que la gobernabilidad postransicional padece desgastes representacionales y crisis de legitimidad, la cólera de la razón ciudadana ha sido agenciada hacia un fervor punitivo por el orden. De tal suerte, se expande el caudal libidinal de Kast que le ha permitido dar el “golpe blando” contra toda la maquinaria de elencos concertacionistas, sirviéndose de la "vida misma" que se encuentra amenazada en una cotidianeidad que no se afirma en rutinas de sociabilidad, sino en la propia operación especular del kastismo. 

Télam

La revuelta metamorfoseada como producción de rabia erotizada y en tanto guerra, ha sido el principio de consagración de José Antonio Kast. En suma, la paranoia, la vileza, la ridiculización, el menoscabo, la denostación, el aula segura,  y toda práctica vengativa (vejatoria) nos lleva a procesos de des-subjetivación donde el vacío de simbolicidad hace que el sujeto lea la “otredad” como un objeto en permanente actitud de aniquilación. Todo remite a una “máquina de guerra” que opera en la monstruosidad del otro donde anida un goce encarnado que emplaza la obscenidad del presente. La huella tiene que ver con un odio existencial y político hacia el síntoma. La fobia al síntoma, a la diferencia sexual, racial, clasista, expresa el horror neoliberal ante la amenaza de colapso que representa la tendencia a la autonomización de las formas de vida.   

El ritual de la purificación (orden, familia, progreso y jerarquía) retrotrae las cosas a un estado de naturaleza hobbesiano (grado cero de “lo ruin”) donde la rabia proyectada es asumida por el sujeto frente a un otro no adversarial, sino ante un enemigo total e intolerable que sólo se constituye en la “pulsión de muerte”. La necrofilia neoliberal que promueve JAK encuentra aquí un lugar que amerita un debate respecto a las eventuales posiciones agonistas de la democracia.  En suma, la kastización es el soporte de esa ira que el sujeto no puede metabolizar (gestionar/expulsar) bajo los modos expresivos o deliberativos del orden neoliberal, por cuanto el enemigo absoluto es el terrorista virológico del Covid-19,  el vecino que ha “devenido narco”, el empresario que roba impuestos o los periodista de clase, que cobran más de 20 sueldos de empleo mínimo . 

De tal suerte se ha impuesto en Chile la fantasía ideológica de la desintegración social como una guerra preventiva propia de un “estado de excepción” contra una “moral de la lepra”. 

En medio de un cuerpo institucional degradado, la nueva derecha ofrece seguridad, revanchismos, jerarquías, angustias urbanas, pánicos, porque sólo el miedo como “afecto político” es un recurso para controlar el gobierno de los cuerpos y sus pulsiones transformadoras. En suma, la "desintegración social" es la rearticulación angustiada de la subjetividad que carece de un enraizamiento.   

La huella tiene que ver con un odio existencial y político hacia el síntoma. La fobia al síntoma, a la diferencia sexual, racial, clasista.

Las posiciones desplegadas por Republicanos parecieran inviables en una sociedad líquida, multimedial-on line, de minorías sexuales y crisis de la institución familiar, baja legitimidad de la Iglesia y conquista de derechos identitarios y sexuales-reproductivos. Esto implica el “desafío mayor” de no reducir todo el proceso del Partido Republicano a la mera “bolsonarizacion” o  al Pinochetismo en su versión más sangrienta: Vox, o al "Demon neo/fascista" (Libertad Avanza en Argentina, Renovación Popular en Perú) pues ha logrado interpelar el sentido común que se identifica temporalmente con el lenguaje punzante. 

Más allá de toda diferencia con el Partido Republicano -algunas insalvables-, cabe advertir el riesgo de la supremacía moral que dejaría de facto al PR fuera del juego democrático y en un espacio de “i-libertad”. Aquí hay un debate pendiente. No sé trata de eludir la crítica de izquierdas, su radicalidad respecto a la demografía que comprende el nuevo integrismo. Pero la hegemonía post-pinochetista del Partido Republicano, en sus anudamientos con la modernización, sería la única forma de blindar las ideas de orden, familia y  progreso. Esto involucra las protestas sociales, los estallidos y también los contingenciales resultados electorales en los procesos eleccionarios. De un lado, los desajustes del binomio modernización-subjetividad y, de otro, cómo ello se ha expresado en ciclos de ebullición donde las mayorías electorales han abultado procesos de caotización, melodrama y necrofilia. Toda esta orquestación conservadora clama por la restitución de un “orden ético” y ello amerita un “momento espartano” de restauración moral.