Ensayo

Shakira despechada


Montar una escena, cantar nuestra versión

SHAKIRA || BZRP Music Sessions #53 genera tantas reproducciones en YouTube como nuevas conversaciones sobre vínculos, abusos, roles, privilegios. ¿Qué queda por deconstruir del amor romántico? ¿Por qué esperar que la frustración de una estrella pop encaje con nuestros parámetros feministas? ¿Cuánto nos costó y nos cuesta el silencio ante las violencias? Carolina Rojas recoge discusiones de las redes feministas para pensar el fenómeno Shakira despechada.

No es la primera vez que Shakira es nuestra final girl empuñando el sable vengativo cuando termina la película. Ella, la autora de la banda sonora de nuestra educación sentimental, ha mordido el polvo; humana, real, casi tangible. O así se muestra. Con más o menos feminismo en sangre, con privilegios de clase, a la colombiana también le toca bucear formas de atravesar una ruptura amorosa. 

Pelo lacio, labios fucsias, piel. Ella otra vez de fuego. Atrás queda la foto donde se la ve al volante, con la mirada perdida. Atrás queda el video de Piqué esquivando un abrazo mientras ella se enjuga los ojos. Sus gestos, su mirada, los brazos alzados mientras baila, dicen:

Ya no hay duelo. 

Revancha.

Y un loba como yo 

no está para tipos como túuuuuu.

Intentamos pasar página del amor romántico, aunque a las rupturas aún les hace falta deconstrucción. Menos micromachismos, más responsabilidad afectiva y cuidados. 

“En este caso ha habido una separación con maltrato. Y ese maltrato tiene que ver con un montón de mentiras dentro de una pareja monógama, donde estaba incluída Clara. Y tiene que ver con toda una hipervisibilización súper malintencionada y tóxica de la nueva pareja en el proceso de duelo de la separación. Y eso mola cero. Se pueden hacer las cosas de muchas otras maneras. Así que chica, si te portas así con Shakira, Shakira te hace una canción”, dice Brigitte Vasallo.  

Hoy las mujeres bailamos de otra manera nuestras propias historias vinculadas a relaciones abusivas: reconocemos, incluso, cuánto nos cuesta cerrar la puerta, salir de la telaraña. Ya no queremos atravesar calladas la violencia psicológica, económica y sexual. Sabemos que el silencio es y será uno de los mejores aliados para la continuidad de esas vivencias. Desde pequeñas nos han condicionado a no enojarnos, a no montar una escena. Por eso nos explota una risa incómoda y reparadora cuando Shakira estrena tema con Bizarrap. Cuando escuchamos la letra -le canta a su ex, menciona a la pareja actual de su ex- y cuando nos preguntamos qué significa que en 24 horas se haya convertido en la canción en español más reproducida en YouTube.

Después de la viralización de la canción, varios tuits de feministas decían que hay que saber irse tras el fracaso de una relación. Releo "Saber irse" y la frase me punza el centro del pecho. A lo largo de mi carrera -y de mi vida- he visto a mujeres irse de muchos lugares: del trabajo de sus sueños y de universidades, hasta de sus hogares. "Sabemos irnos” desde hace mucho tiempo.

Intentamos pasar página del amor romántico, aunque a las rupturas aún les hace falta deconstrucción. Menos micromachismos, más responsabilidad afectiva y cuidados. 

Los cuestionamientos a la canción parecen pedir un mandato de sumisión que resuena para todas: apagar el botón de la rabia, la ira y el dolor. Mantener la compostura, guardar las formas. 

El silencio es aliado de la sociedad patriarcal. Lo dice Virginie Despentes en Teoría King Kong, cuando habla “de la indefensión aprendida” retomando conceptos del psicólogo estadounidense Martín Seligman. Lo dice Rita Segato con palabras más llanas: “Ante las violencias, las mujeres nos quedamos como el conejo encandilado”. 

¿Esto significa olvidar a quien nos hizo daño? ¿Y si miramos a los ojos al tóxico? ¿Cuántas formas de ser víctimas existen? ¿Qué discursos son legítimos y cuáles no? ¿Cuántas mujeres que conocemos habrán callado? ¿Por qué no podemos contar nuestra versión de la historia? 

Muchas hemos visto a las mujeres de nuestro círculo cercano cuestionarse su juicio o quedar invisibles en medio de relaciones tóxicas. Postergarse. El éxito de padres a costa de la fuerza productiva y reproductiva de madres. Mujeres de la tercera edad preguntándose frente al espejo cuánto de ellas consumió un hombre, como un ogro voraz al que siempre hay que alimentar de disposición, atenciones y alegrías. Pero nunca es suficiente. Porque siempre llegará una mejor, una más joven, una más linda, una más dócil. 

Una menos ambiciosa.

Como a la mayoría de mis compañeras, creo que el feminismo nos ha salvado muchas veces. Nos abraza cálidamente entre risas, en espacios seguros, en la consciencia de una vida pasada, en momentos dolorosos, en los que somos tildadas de locas, ambiciosas o desbordadas. Nos rescata para entender cuántas de nuestras relaciones estuvieron basadas en el abuso emocional, económico o sexual, que todo de lo que nos ocurrió no fue sólo responsabilidad nuestra. 

“Hice unos twitts que luego borré en un acto de cobardía pero que acá vuelvo a dejar. Muchas respondieron que era sólo una canción y que no se puede politizar todo. No puedo estar más de acuerdo. Me la paso escuchando y bailando canciones con letras horribles como todos lo hacemos. Mi planteo vino a partir de una politización previa, que ubicó a la canción como lema feminista. En un lugar más liviano, tampoco me parece que escribir sobre el despecho sea un acto emancipatorio. Si cualquier expresión femenina es feminismo, nada (o todo) es feminista. Y nuestro cuchillo se queda sin filo ni fuerza”, plantea  Julia Mengolini, como parte de una contradicción más que se pueden dar dentro del feminismo o los feminismos, en plural. Mujeres que a veces también están hartas o cansadas.

Shakira es también eso: noviazgos y matrimonios colmados de ataques de llanto, ansiedad e incluso momentos de depresión. El desamor o la tusa (en Colombia), salvo en contadas ocasiones, no es más que rabia ante la violencia sicológica. Por ende una injusticia. Por eso, ataviada en ropa de diseñador y montada en un Ferrari, pero abatida por el peso arrollador de los sueños rotos, una cantante de música pop puede ser también una sobreviviente.

¿Esto significa olvidar a quien nos hizo daño? ¿Y si miramos a los ojos al tóxico? ¿Cuántas formas de ser víctimas existen? ¿Qué discursos son legítimos y cuáles no? ¿Cuántas mujeres que conocemos habrán callado? ¿Por qué no podemos contar nuestra versión de la historia? 

Los posts y tuits frenéticos también hilaron discusiones sobre qué es feminismo o qué no lo es, sobre la condición de lo popular, sobre si escuchar o no a Shakira, sobre cosificación, sobre si exponer nuestro dolor emocional nos revictimiza y empodera al varón. 

Si la canción sirve para alentar a una sola mujer deprimida, si sirve para empujarla a dejar una relación violenta, si sirve para identificar -entre carcajadas y movimientos de cadera- una micro agresión, entonces habrá feminismo. El feminismo también es música popular, una serie, una película que nos cala en el corazón, un mensaje que de manera simple nos ilustra sobre la violencia de género. Muchas canciones nos han salvado a las que no tenemos las redes de apoyo, las millas ni el dinero de Shakira.

En el callejón oscuro donde nos encierran algunas relaciones, nos queda mirar a los ojos al amor romántico. Ahora imaginemos que lo hacemos en un plano contrapicado, con una sonrisa de triunfo y sin un ápice de temor. Deconstruir el miedo es también un acto de conciencia política.