Crónica

Memoria e impunidad


Que se sepa la verdad

Carmelo Soria Espinoza, español, comunista, marido, padre de tres hijos y funcionario internacional de Naciones Unidas, fue secuestrado el 14 de julio de 1976 por agentes de la Brigada Mulchén de la DINA, el primer anillo de seguridad de Augusto Pinochet. En la casa-cuartel de Lo Curro, fue interrogado, torturado y asesinado. Su cuerpo fue subido a su Volkswagen blanco, desbarrancado por sus verdugos en los faldeos del Parque Metropolitano, simulando un accidente automovilístico. Dos días después, apareció en el canal El Carmen. El libro “Carmelo. Matar dos veces a un mismo hombre” (Ceibo, 2023) muestra, a través de su historia, la realidad de un país que padece impunidad crónica respecto a los crímenes cometidos por agentes del Estado. Que vive bajo un manto de injusticia instalado por la dictadura y consolidado por los gobiernos de la transición a la democracia. 47 años después del crimen, ninguno de sus asesinos está preso.

Deambulando por el infierno

A partir de los testimonios de la gente que estuvo con Carmelo antes de que desapareciera, y los de varios exagentes de la DINA, entre ellos Ríos San Martín, Townley, y Luz Arce, se llegaba a una horrorosa verdad.

El miércoles 14 de julio de 1976, Carmelo Soria se encontraba en su oficina del Celade con un dolor de cabeza que lo tenía profundamente paralizado, por lo que canceló una reunión con María Eugenia Arrieta Salvatierra, quien participaba con él en la resistencia a la dictadura. A las 17:15 salió del Celade en su Volkswagen blanco. A la altura de la plaza Las Lilas fue interceptado por dos carabineros que le hicieron señas para que detuviera el auto. Ambos se subieron al vehículo de Soria.

Se trataba, en realidad, del teniente de Ejército Jaime Lepe Orellana y del suboficial José Remigio Ríos San Martín. En el asiento delantero del Volkswagen se subió Lepe, y en la parte posterior Ríos San Martín. También fue posible determinar que, en el automóvil Fiat 125 que había permanecido estacionado todo el día afuera del Celade, iban los agentes de la DINA Guillermo Salinas Torres, quien comandaba el grupo; el teniente Patricio Quilhot Palma; el capitán Pablo Belmar Labbé; y el teniente Juan Delmas Ramírez. Una vez junto al auto de Carmelo, Delmas descendió del Fiat, se acercó al Volkswagen y abrió la puerta del piloto. Desplazó a Carmelo hacia el medio y tomó el volante. Aunque Carmelo fue secuestrado en una de las principales calles de la comuna de Providencia, no hubo testigos, salvo un indigente, con una “notable enfermedad mental”, que quedó estupefacto ante la situación.

La pandilla que secuestró a Carmelo formaba parte de la Brigada Mulchén. Además de llevar a cabo acciones terroristas, estaba a cargo de la seguridad oficial del general Augusto Pinochet y su familia. Un grupo de élite, compuesto prácticamente en su totalidad por comandos egresados de la Escuela de Paracaidistas y Fuerzas Especiales de Peldehue.

A esas alturas de la tarde, cerca de las 18:00 horas, mientras el frío de julio era cada vez más crudo y comenzaba a infiltrarse en los rincones de la capital, el Volkswagen color invierno de Carmelo iba a la vanguardia de una columna compuesta por dos vehículos de la DINA. Juan Delmas, que conducía el automóvil de Carmelo, se dirigió a la comuna de Ñuñoa para “hacer hora”, mientras se desocupaba el lugar adonde lo llevarían. Momentos antes, Raúl Iturriaga Neumann llamó a Michael Townley, quien le manifestó que personal de la Brigada Mulchén iba a ir a su casa en Lo Curro “a trabajar con un detenido”.

Raúl Iturriaga Neumann, o Don Elías, como era conocido, se había formado con los manuales de tortura estadounidenses en la Escuela de las Américas en Panamá, al igual que otros altos mandos de la DINA. En los primeros años de la organización, estuvo a cargo del Departamento de Asuntos Exteriores de la DINA y fue el primer jefe de la Brigada Mulchén. Parte de su labor era seguir el rastro del dinero que ayudaba a la resistencia en Chile desde el exterior.

Michael Townley recibió el llamado de Jaime Lepe, informándole que iban para Lo Curro, ya que Pedro Espinoza, a cargo del centro de detención José Domingo Cañas en la comuna de Ñuñoa, les había comunicado que no podía interrogarse a Soria allí. Además, le dijo que sacara a todo su personal. Mientras menos testigos hubiera, mejor. El Gringo hizo caso. Llamó a uno de sus choferes con la orden de que todos los trabajadores se fueran a sus casas.

Juan Delmas siguió conduciendo el Volkswagen con Carmelo y los agentes a bordo, ahora por la comuna de Macul, y doblaron por la calle Los Plátanos, conejeando mientras se retiraba el personal de Lo Curro. Delmas enfiló hacia la precordillera, al nororiente de la capital. En el exclusivo sector de Lo Curro, en la actual comuna de Vitacura, estaba una de las casas-cuartel de la DINA. Cinco mil metros cuadrados de terreno y quinientos construidos. En el número 4275 de la Vía Naranja, vivía la que se convertiría en la pareja más conocida de la organización: el explosivista estadounidense Michael Townley y la escritora Mariana Callejas.

Del lugar se retiraron la secretaria Alejandra Damiani, un enfermero que, además, trabajaba en la clínica de la DINA, los dos choferes de la familia y el personal de aseo y cocina. El último en hacerlo fue el jardinero Martín Melián. Cuando este último estaba saliendo de la casona, camino a tomar la micro, el portón de entrada se abrió. Vio a dos Fiat 125 y un Volkswagen blanco entrando a la casa de Lo Curro. El portón se cerró tras ellos.

A inicios de 1975, Manuel Contreras había instruido a Michael Townley que formara un equipo encargado de elaborar armas químicas destinadas a eliminar opositores. Se trataba del Proyecto Andrea. 

Contreras le entregó 25 mil dólares a Townley para comprar una casa donde instalar el laboratorio clandestino. Tiempo después, y por recomendación del brigadier Pedro Espinoza, El Gringo eligió la casona en Lo Curro y se trasladó ahí junto a sus tres hijos y su esposa. A los cinco meses, Townley firmó la escritura en la Notaría de Gustavo Bopp Blu. Así, la casa de Lo Curro se convirtió en el hogar de Townley y en el nuevo cuartel Quetrupillán, a cargo del Proyecto Andrea.

La gigantesca casa tenía tres pisos. En la primera planta estaban las habitaciones usadas por visitas, trabajadores encargados de mantener la casa y choferes de la DINA asignados a la familia. En la segunda, funcionaba Townley y su secretaria personal, María Rosa Alejandra Damiani, de chapa Roxanna. Ella estaba a cargo de la administración y de las cuentas del cuartel. En el tercer piso, con panorámica a todo Santiago, la familia Townley Callejas tenía sus habitaciones. Mientras en un piso los niños veían televisión y Mariana Callejas sostenía tertulias literarias con escritores como Gonzalo Contreras, Carlos Franz y Carlos Iturra, Townley trabajaba un piso más abajo con material explosivo, y, poco más allá, el agente Eugenio Berríos, bioquímico y cerebro científico del Proyecto Andrea, cocinaba armas químicas, entre ellas el gas sarín.

Apenas llegado a la casa de Lo Curro, Carmelo Soria fue arrastrado a la planta baja de la casa-cuartel de Townley. Allí, lo amarraron a una silla y lo vendaron. El interrogatorio comenzó de inmediato. Los primeros encargados fueron el teniente Patricio Quilhot Palma y José Ríos San Martín. Mientras el segundo lo maniataba, Quilhot lo insultaba e interrogaba.

Aunque Ríos San Martín y el suboficial Bernardino Ferrada habían sido designados para investigar a Carmelo tres semanas antes, no habían logrado confirmar las sospechas en su contra. Creían que, en su condición de funcionario internacional, por valija diplomática trasladaba dinero para el Partido Comunista desde España y, además, ingresaba armas. Por eso las preguntas de los agentes torturadores, sazonadas con golpes, giraban en torno a estos temas. Como Carmelo no les respondía, la violencia se hizo cada vez más intensa. Brutalizaron todo su cuerpo. Se burlaron. Le desgarraron el hígado. Lo siguieron golpeando. Lo insultaron sin cesar.

Para quebrarlo, una y otra vez le señalaron que habían detectado que su esposa le era infiel con un amigo de la familia. Mientras el interrogatorio se volvía más violento, sus quejidos se hicieron más y más fuertes. Townley vio a Soria en el suelo, con las manos amarradas tras la espalda y los ojos vendados con un pañuelo, maltratado, suplicando que no lo golpearan más.

Luego de unas horas, la resistencia de Carmelo logró cansar a Quilhot y a Ríos San Martín, quienes interrumpieron las torturas a las once de la noche, sin obtener resultados. Los gritos de Carmelo dieron paso a un profundo lamento. Soria giró su cabeza hacia donde estaban los agentes y exclamó dos veces:

—Pobre Chile—les dijo, exhausto—Pobre Chile.

Ante el fracaso de los dos primeros torturadores, Guillermo Salinas Torres los relevó de su tarea. Les ordenó a Quilhot y Ríos San Martín tomar uno de los vehículos Fiat 125 y revisar los faldeos del Parque Metropolitano. Comentó a todos los presentes que, a medianoche, le prepararían un accidente a Soria. Cuando los agentes se retiraron de Lo Curro, el interrogatorio continuó a manos del resto de la Brigada Mulchén. Comenzaron gritándole y amenazándolo de muerte una vez más. Fueron quebrando una a una las costillas de Carmelo Soria, hasta que no quedó ninguna sin romper. Dos de las vértebras de Carmelo cedieron. La sangre brotaba y la ropa de Soria se tiñó de rojo. Townley tuvo que pedir silencio un par de veces. Le preocupaba que sus vecinos los escucharan.

Observando la sesión se encontraba Virgilio Paz Romero, cubano anticastrista y amigo de Michael Townley, con quien había participado en el asesinato del exministro de Relaciones Exteriores y de Defensa de la Unidad Popular, Orlando Letelier, y de su secretaria Ronni Moffitt, en Washington. Paz, un asesino confeso, no se atrevió a seguir golpeando a Carmelo, sorprendido por la brutalidad de sus camaradas. Salinas Torres se burló de la fragilidad del cubano, señalándole a sus subordinados de la Brigada Mulchén: “Él no es capaz, como ustedes”.

Mientras tanto, Patricio Quilhot y José Ríos San Martín recorrieron, en uno de los autos de la DINA, conducido por el primero, la parte superior del canal El Carmen. Luego, Quilhot revisó el área sur de la zona, mientras Ríos San Martín verificó que no hubiera nadie cerca en la parte norte. Se comunicaron por una radio marca Motorola. Minutos antes de salir de Lo Curro, el propio Quilhot había redactado una carta en la máquina de escribir marca Olimpya de Michael Townley:

Carrmelo:

Lamentablemente he logrado comprobar la infidelidad de tu mujer. Lo que conversamos, desgraciadamente lo confirmé.

Tu amigo de siempre.

Sin nombre. Sin firma. Solo “tu amigo de siempre”.

En Lo Curro, los verdugos destaparon una botella de pisco y comenzaron a vaciarla sobre el cuerpo agónico de Soria. Luego, tomaron su rostro, le abrieron la boca y le introdujeron, a la fuerza, el alcohol restante. Las preguntas continuaron sin respuestas.

Salinas intentó asfixiarlo. Con su corpulencia, le fracturó el hueso hioides del cartílago tiroides, a la altura de la tercera y cuarta vértebras cervicales, que sostiene la faringe, mandíbula y el cráneo. Salinas Torres apoyó la cabeza de Carmelo en un escaño, levantó su pierna y le dio una patada estilo karateka en la nuca, con la que, gracias a la palanca efectuada por la presión sobre el escaño, quebró el cuello de Carmelo.

Un rato después, ya en horario de toque de queda, llevaron en vilo el cadáver de Carmelo a su Volkswagen blanco. El teniente Juan Delmas se puso al volante. Detrás, en otro vehículo, iban Jaime Lepe, Pablo Belmar y Guillermo Salinas. Se dirigieron al Parque Metropolitano, lugar que previamente había sido elegido para la operación de montaje. Quilhot y Ríos San Martín se mantuvieron en las cercanías, resguardando el perímetro. Los demás sacaron a Carmelo del auto y empujaron el vehículo hacia el barranco, a la altura del centro de equitación Santiago Paperchase. Después, arrojaron también el cadáver de Soria.

Los agentes volvieron a la casa de Lo Curro. Salinas Torres los reunió a todos. Lepe y Ríos San Martín le devolvieron los uniformes de Carabineros que les habían facilitado para el secuestro y Juan Delmas dijo en broma que había sentido miedo al manejar el Volkswagen con el cadáver de Soria al lado. Mientras tomaban un whisky para bajar la adrenalina, comentaron sin miedo algunos errores que podrían haber cometido: al lanzar el vehículo por un lado y a Carmelo por otro, sus golpes podrían no coincidir con el supuesto accidente.

—Necesito que juren que no comentarán con nadie lo que acabamos de hacer—exigió Salinas—. Ya le avisé al Mamo que la operación se hizo.

Entrevistas con los vampiros 

Maldigo el fuego del horno Porque mi alma está de luto Maldigo los estatutos

Del tiempo con sus bochornos

¿Cuánto será mi dolor?

Violeta Parra

Como esta investigación trata acerca del crimen de Carmelo Soria, los autores creímos pertinente intentar ubicar y entrevistar a parte del equipo de torturadores y a sus asesinos.

Para entonces, la Segunda Sala Penal de la Corte Suprema revisaba una nueva causa, la rol 36336-2019. Un recurso de casación presentado por Jaime Lepe Orellana y Sergio Cea Cienfuegos, apelando para revocar la sentencia dictada por el ministro Cisternas y quedar absueltos de los delitos imputados.

Salinas 1

El 7 de septiembre del 2020, se contactó vía telefónica a Guillermo Salinas Torres, jefe de la Brigada Mulchén de la DINA, encargado, junto a Jaime Lepe Orellana, de la operación para eliminar a Carmelo Soria en 1976. Acusado por José Ríos San Martín de dar la patada estilo karateka al cuello de Carmelo Soria, que le quitó la vida después de horas en que fue torturado.

—Aló, ¿con Guillermo?

—Sí, con él, ¿quién es?

Luego de explicarle la razón de la llamada, dijo: 

—Puta, me gustaría bien poco hablar de ese caso, porque yo realmente no tengo nada que ver. Estoy involucrado en algo en lo que nunca participé y la verdad es que no me gustaría seguir metido en eso. Estoy sobreseído, imagínate, me han procesado dos veces.

¿Qué te voy a decir? Fui un militar como todos. Me tocó como a todos los del ‘73, que nos tocó la suerte o la mala suerte de estar en el Ejército y vivir todo lo que se vivió. Yo era un teniente, un cabro joven. Entonces es bien penca. Yo, felizmente, participé en el Ejército y nunca tuve ni una…, nunca he sido procesado por ninguna otra cosa ni nada que se parezca. No he tenido ningún otro problema, entonces la verdad es que no es mucho lo que te puedo contar. Y sobre Carmelo, ni siquiera sé por qué mataron a ese gallo. Nunca he sabido, pa’ contarte la firme. Con eso te digo todo. ¿Entonces qué?

¿Y para qué estay haciendo tú eso? ¿Cuál es tu finalidad?

—Por un trabajo de la universidad llegamos al caso del señor Soria. Revisamos los tomos judiciales y su número lo obtuvimos de ahí. Y dado que lo judicial está contado, nos gustaría saber cómo ustedes lo vivieron…

—Puta, yo llevo pasándola mal y sufriendo desde el ‘93 hasta ahora, desde que empezó esa investigación. Que se le ocurrió a un gallo que estaba interdicto, enfermo de la cabeza, y nos nombró a nosotros, luego le hicieron un careo y no nos reconoció.

—José Ríos San Martín.

—¿Quién es el capitán Salinas? No sé. Puta, ¿quién es el capitán Lepe? Tampoco. Entonces el gallo estaba más perdido y ahí quedó demostrado que andaba mintiendo. Y de esa declaración se han agarrado todos para culparnos a nosotros. Para mí, el caso está cerrado y sobreseído desde el año ‘95. Fui sobreseído luego definitivamente por el ministro Cisternas. Sobreseído por la Corte Suprema en votación unánime. ¿Entonces, por qué me procesaron de nuevo? Por política. Por pura porquería. Así que yo te agradezco mucho pero no podría darte una entrevista, porque no quiero. Te agradezco, pero si tienes alguna duda llámame no más.

—Entiendo, le dejo mi número por si algún día quiere conversar. 

—Bueno, y discúlpame, no soy muy cerrado con mis cosas, pero me ha traído tanta desgracia esta cuestión. Y si tú supieras la plata que he gastado. Es que cuando uno está sufriendo por una injusticia, eso es lo peor de todo.

Lepe 1

El mismo día, contactamos a Jaime Lepe Orellana, brigadier en retiro, quien participó del secuestro de Carmelo Soria, disfrazado de carabinero. A la fecha de la llamada, estaba condenado como coautor del homicidio de Soria, acogiéndose a retiro el 31 de julio del año 2000, con el rango de brigadier, trabajando en la Jefatura del Estado Mayor General del Ejército. Está libre, mientras se cursa su recurso de casación en la Corte Suprema, con el cual busca revocar su sentencia.

Luego de la presentación de rigor, a sus 72 años, dice:

—Por supuesto que podemos tener una entrevista. Tú comprenderás, eso sí, que todavía estamos en etapas judiciales que me impiden hoy hablar del caso.

Es igual de amable y educado como se le describe en sus certificados de conducta e informe mental. No está nervioso, ni incómodo.

—Entonces, yo te pediría que me vuelvas a llamar a fin de año para esperar el cierre definitivo del caso, para conversar sobre los antecedentes, a los que se les ha dado, realmente, una connotación que, a lo mejor, no me merezco que haya ocurrido como tal, pero todo eso es, obviamente, conversable.

Al revisar en su Hoja de Vida institucional, en el período de agosto del ‘75 hasta finales de julio del ‘76, mismo mes del homicidio de Carmelo Soria, califica en lista uno. En opinión de su oficial calificador superior, se lee: “Oficial sobresaliente. Muy serio, de gran iniciativa y lealtad. Dedicado por su obligación”. Firma; coronel Manuel Contreras, Director de Inteligencia Nacional.

***

Luego de dos semanas desde el contacto con Lepe y Salinas, el 23 de septiembre de 2020, el abogado de la familia Soria, Francisco Ugás, en la causa 36336-2019, envió a Carmen por correo electrónico un documento importante. Se trataba del Informe de la Fiscalía Judicial de la Corte Suprema, a solicitud de la Segunda Sala Penal del máximo Tribunal, emitido por la abogada y fiscal Lya Cabello Abdala, por el secuestro y asesinato de Carmelo Soria Espinoza. El documento era lapidario respecto de la sentencia emitida por el ministro Lamberto Cisternas. Describe, en detalle, por qué dicha sentencia quedaba más cerca de la impunidad que de la justicia.

El día que Carmen se enteró del informe de la Fiscalía, plasmó sus emociones en un posteo de Facebook: “Estoy feliz hoy. Por primera vez, en los 30 años que llevo con el juicio de mi padre, la fiscalía judicial acoge todo lo que solicitamos para los que participaron en el crimen de mi padre. ¡¡¡¡Aunque no es vinculante con la Corte Suprema, es una muy buena partida!!!! Agradecida a Nelson Caucoto y Francisco Ugas. Y, para Alfonso Insunza, siempre agradecida. Mil veces más, mil veces ¡¡¡GRACIAS!!!”.

El informe, además, incorporó la figura del secuestro, algo obviado en la sentencia de 2019. Señaló que, al margen de toda institucionalidad, agentes del Estado detuvieron, encerraron y torturaron a Carmelo en un recinto clandestino, usando “todos los medios que la situación de impunidad les permitía”.

Contrario a lo sentenciado por el ministro Cisternas, el informe afirmó que la DINA fue una asociación ilícita y que los agentes de la Brigada Mulchén también deben ser condenados por ello. El documento recuerda a la Corte Suprema -que desconoció el delito de asociación ilícita en el caso de Soria-, que ya lo había confirmado en el homicidio y secuestro de Eugenio Berríos, en el de Luis Fidel Arias, y en el homicidio de Carlos Prats y su esposa, Sofía Cuthbert. Finalmente, y lo más llamativo en el informe, es el cuestionamiento a la amnistía para Guillermo Salinas Torres. En simple, señalaba que esa decisión era contraria al Derecho Internacional de los Derechos Humanos y a la Convención Americana de Derechos Humanos.

La Fiscalía Judicial de la Corte Suprema recomendaba que Guillermo Salinas Torres, Jaime Lepe Orellana, Pablo Belmar Labbé y René Patricio Quilhot fueran condenados a presidio perpetuo simple, como coautores del delito de homicidio calificado, otra pena de cinco años de presidio menor en su grado máximo como autores del delito consumado de secuestro simple, y a una pena de tres años de presidio menor en su grado medio como autores del delito consumado de asociación ilícita para cometer crímenes. Más las costas, las accesorias legales y sin beneficios.

Todos presos de por vida.

El día que la causa apareciera en tabla de la Segunda Sala Penal de la Corte Suprema, se haría mención al informe. En ese momento, finales del 2020, no había fecha, pues aún no era puesto en tabla. Desde el punto de vista periodístico, era un buen aliciente para reiterar una conversación con los dos principales agentes de Mulchén involucrados en el crimen de Carmelo: Guillermo Salinas Torres y Jaime Lepe.

Salinas 2

Luego de contestar el teléfono, al mencionarle la existencia de nuevos antecedentes, entre ellos el Informe de Fiscalía de la Corte Suprema, Salinas explota:

—¡Cosa juzgada! ¡Si eso lo dijo el ministro Cisternas! —grita—. Y, y, y, te digo, yo en el caso mío… toda la declaración de Townley, que dijo que yo no estaba ahí y que no, que yo no estuve la noche esa. La única acusación es de un gallo loco.

—Michael Townley responsabiliza a la Brigada Mulchén, de la que usted era su jefe.

—La Brigada Mulchén era, como quien dice, El Caleuche, que anda volando por acá y por allá. Responsabilizaron a la Mulchén, “Fue la Mulchén, la Mulchén, la Mulchén”, y la verdad es que andábamos todos repartidos.

Salinas Torres se traba con sus propias palabras.

—Todos le echan la culpa a la Mulchén, pero yo nunca, nunca, yo nunca… yo era seguridad del General Pinochet desde el 11 de septiembre.

Luego de unos instantes en que busca calmarse, rebobina y se da cuenta de que no había prestado toda la atención al informe de Fiscalía Judicial de la Corte Suprema que se le mencionó al principio de la llamada. No puede creer que exista y tampoco que su abogado, después de tres días de emitido, no le hubiera comunicado de su existencia.

—Me llama la atención que su abogado no le haya hablado del informe.

—¿Y propone todas esas penas? —pregunta, lastimoso—. Pero, puede que la Suprema no lo considere, ¿cierto? ¿Y al resto? ¿A los otros también?

—A todos los miembros de la Brigada Mulchén, lo mismo.

Perpetua.

—Oye, pero asociación ilícita no corresponde, si eso lo puso el ministro Cisternas en su fallo, —reflexiona, dándose fuerza luego de escuchar que el informe califica a la DINA como una asociación ilícita.

—¿Tiene alguna expectativa?

—¿Qué expectativas, fíjate? Imagínate, ¡Pónete en mi caso! – exclama, angustiado-, ¿Qué expectativas puedo tener? Aparte, aparte, ¿eso es acumulado? ¿Proponen todas esas penas juntas?

—¿Ha podido conversar con los otros miembros de la Brigada Mulchén?

—No, no, no, no, si yo no tengo relación con nadie. Estoy alejado de todos ellos.

—¿Y por qué cree que lo acusan a usted?

—Yo creo que me confundieron. La persona que me dela…, o sea, que dice que yo estuve ahí, me confundió con Juan Delmas, que era un tipo muy parecido a mí, físicamente. O, la otra alternativa, es que haya sido de mala intención.

Juan Delmas, según los antecedentes recopilados, fue parte de la Brigada Mulchén cuando ésta asesinó a Carmelo Soria, y sería quien condujo el vehículo con el cuerpo de Carmelo a bordo hasta Lo Curro y luego hasta los faldeos del Parque Metropolitano. Años después, fue uno de los autores del célebre caso Calama, el robo de la sucursal del Banco del Estado en Chuquicamata, en 1981, para financiar a la Central Nacional de Informaciones, la CNI, continuadora natural de la disuelta DINA. El caso terminó con Delmas asesinado por agentes del Estado, quienes se quedaron con parte del botín, simulando el suicidio del exagente. Su cadáver fue encontrado en medio del desierto, después de estar tres días desaparecido, en su vehículo Mazda 929 color rojo. O sea, Salinas sugiere que puede haber sido confundido por sus compañeros de la DINA con un muerto. Imposible de contrastar.

—Si no fue usted ¿Cree que al señor Soria lo mató la DINA, o alguien más?

—No, si tiene que haber estado metida la DINA. Mira, los que estaban ahí, ¿Quiénes eran? Townley, el cubano Virgilio Paz, Fernández Larios, Juan Delmas, ¿no es cierto?

—¿Cree que fueron ellos?

—Claro poh, ¿por qué mierda voy a ser yo? —se enfurece— ¡Si estaban todos estos gallos!

—¿Y por qué entonces Ríos San Martín lo menciona a usted como la persona que asesinó a Soria?

—No sé, pero nos mencionó a todos. Él me metió a mí y al resto en esto. ¡Y estaba loco! —exclama—. Yo, cuando trabajé con él directamente, lo conocí no más, pero estaba loco, quemó la casa, casi mató a la señora.

—¿Y Michael Townley estaba loco?

—A mí él nunca me ha culpado, ¡nunca ha mencionado que yo estuve ahí, o que me vio ahí!

Michael Townley sí lo hizo.

—A nivel personal, ¿cómo recibe este informe?

—Puta, terrible, hueón —responde, y da paso a un firme y ahogado sollozo-. Terrible, terrible, terrible… Llevo cuánto tiempo viviendo esta cuestión, y ahora con lo que tú me dices, chuta, imagínate, se me acaba la vida.

–¿Qué le pasa cuando ve gente de la DINA que nunca respondió por nada?

El exagente exhala profundo a través del teléfono.

—Fuerte no más poh, ¿qué te voy a decir?

—¿Cómo ha vivido su familia este proceso?

—Muy mal, muy mal. Tengo una gran señora, una mujer extraordinaria que, creo, ha sufrido más que yo. Trato de mantener la postura y la cordura, diciéndole que está todo bien, pero ella se lo sufre todo por dentro. Terrible.

—¿Cómo cree que ha vivido esto la familia del señor Soria?

—Mal también, poh —se endurece Salinas y responde con tono seco—. Muy mal, tienen que haberlo pasado terriblemente mal.

—¿Reafirma que no ha matado a nadie?

—No, nunca, no, ni lo haría—responde, tajante.

—¿No siente sus manos manchadas con sangre?

—Nunca, porque jamás trabajé en operaciones. Nunca detuve a nadie, nunca tuve contacto con detenidos, ni nada de eso. Mi trabajo fue totalmente diferente.

—¿Cómo era su relación con el Mamo?

—Normal. Hablé muy pocas veces con él, muy pocas.

—Si usted era el jefe de la Brigada Mulchén, y cree que ellos estuvieron metidos en el crimen de Soria, ¿Hicieron esto a escondidas de su jefatura directa?

—Yo no tengo idea, nunca supe —dice, intentando sonar con- vencido—. No fue hasta después que yo supe que habían estado ahí.

Si, cuando me contaron, casi me fui de espaldas, yo me enteré cuando empezó el juicio. Ahí manejó mucho la situación un detective que quería florearse, no recuerdo su nombre.

—¿Jofré?

—Ese.

Se refiere al sabueso policial que, junto a Rafael Castillo, hicieron caer las mentiras en que se encontraba envuelto el crimen de Carmelo Soria.

—Si la DINA fue la responsable, una organización vertical, ¿cómo se explica que usted no haya sabido nada?

—Es que, como te decía, a mí el general Contreras nunca me llamó para cuestiones operativas, pero él pescaba gente así, los mandaba, y listo. A mi Brigada incluso nos cambió el nombre varias veces.

—Usted era cercano Jaime Lepe Orellana, condenado por el homicidio. También era cercano al general Pinochet, ¿nunca conversaron del tema?

—No, yo me alejé, y no, no conversé con nadie, no me relacioné con nadie sobre el tema, con nadie.

—Supongamos que, como usted dice, entre los responsables del crimen están Armando Fernández Larios y Juan Delmas ¿Por qué lo apuntaron con el dedo a usted?

—Porque yo era el jefe poh, hueón —responde, molesto—. El general Contreras hacía lo que quería con la gente, los mandaba a buscar personalmente, y daba órdenes y todo. Pero pregúntate: ¿Por qué fueron allá? Tú crees que, si a mí me daban una orden así, si yo hubiese querido hacer una cosa así, ¿lo hubiese ido a hacer allá, hueón? ¿Con todos esos testigos y toda esa gente ahí? Por ningún motivo poh, hueón.

—¿Y ese actuar no puede explicarse por una sensación de poder, que implicaba creer que nunca tendrían que responder ante la justicia?

—No sé, yo siempre lo dije —titubea—. Yo tuve una pelea grande con mi gente de la Brigada por eso mismo. Me acusaron de estar desmotivado porque les dije: “Señores, esta cuestión no puede ser, el general Contreras no es Dios, está haciendo que hagamos todas estas cuestiones, y los que vamos a terminar pagando el pato somos nosotros. El general Contreras se va a morir y a nosotros nos van a terminar colgando de los postes de la Plaza de Armas, hueones”.

—Dicho y hecho—lo incitamos a seguir.

—Dicho y hecho. ¡Y me acusaron! Me fueron a acusar por lo que dije: “Nosotros tenemos una sola misión y esa es seguridad, nada de cuestiones operativas”, les dije. Luego de eso, todos se fueron por varios lados.

—¿Piensa apelar, o enviar sus alegatos al informe de la Fiscalía Judicial?

—Si la Corte Suprema actúa y aplica la ley, a mí me tienen que aplicar la cosa juzgada.

—El hecho de que el señor Soria haya sido un funcionario internacional superior probaría que la amnistía no fue correctamente aplicada.

—Pero quedó demostrado que no trabajaba en el Celade. Era un bibliotecario, y nunca perteneció a Naciones Unidas. Le pusieron eso para darle color, no más, y quedó absolutamente demostrado en 1993.

Le explico que no. Le detallo fechas, informes de Naciones Unidas y le recuerdo el reconocimiento del Estado de Chile a la figura de Carmelo Soria como funcionario internacional.

—Ah, pero eso es pura política. Pura mugre no más —espeta, con amargura.

En la conversación, Salinas casi asegura haber sido delatado por sus compañeros. Aunque fuera para señalar la estupidez de cometer el crimen en la casa de Lo Curro, se había puesto en la posición hipotética de haber llevado a Soria a esa dirección. Pero, además, Salinas aseguraba que la DINA había asesinado a Carmelo. Tenía los nombres de los posibles responsables, fantasmas a estas alturas. También reconoció a Ríos San Martín, un “loco” con el que no tuvo problemas para trabajar durante todo ese período y que luego se mantuvo en el Ejército hasta 1990.

Lepe 2

Del otro lado del teléfono, contesta el brigadier Jaime Lepe. El motivo de la llamada es comunicarle la existencia del informe de Fiscalía Judicial de la Corte Suprema. Un antecedente nuevo que lo mandaba un poco más allá del séptimo círculo del infierno descrito por Dante Aligheri.

—La semana pasada estaba con mi abogado y algo me había dicho de un informe —dice, tímido—. Él había quedado de verlo y, la verdad, es que a mí me interesa que tú te empieces a entender con él—concluye, poniendo punto final a su disposición a hablar.

—Claro, ¿tiene su teléfono?

—Mira, primero voy a hablar con él y ahí seguramente le daré tu teléfono para que se ponga en contacto contigo.

—No hay problema, solo preguntarle: ¿Alguna expectativa respecto a lo que pueda salir de este informe?

—Yo tengo mi verdad hace muchos años. Tú sabes que yo trabajé muchos años en la institución y llegué a un cargo de bastante relevancia y, ahora, este último tiempo, prácticamente hace 15 años, empezaron con el tema, porque yo pasé transitoriamente por una unidad, pero no tengo nada que ver con el tema. Pero bueno, eso no te lo puedo decir yo y prefiero que lo hables con mi abogado.

—Ni un problema.

—Gracias por avisar, pero de todas maneras yo ya sabía, pero no he hablado con él. Hoy en la tarde le cuento de ti para que te contacte.

—Okey, solo contarle cómo está el informe: le dan presidio perpetuo por homicidio. Cinco años por secuestro, tres años por asociación ilícita.

El sollozo incómodo de Lepe Orellana interrumpe la frase.

—Puta, qué lindo—reacciona—. Te digo que es una cosa que en ningún caso obedece a la realidad, así que me puedo quedar muy tranquilo ¿Qué secuestro de qué? Pero bueno, ese es otro tema. No es muy agradable lo que me acabas de decir, pero hay que ver lo que dice el abogado, para que te entiendas con él de aquí en adelante.

No volveríamos a hablar.

Pablo Belmar

Contactado el 23 de septiembre de 2020, y con la información emanada de la Fiscalía Judicial de la Corte Suprema, Pablo Belmar Labbé, exagente de la Brigada Mulchén y cuyo papel en el crimen de Carmelo fue, según Michael Townley, integrar el equipo secuestrador, parece descompuesto al teléfono.

Grita militarmente, cantadito.

—¡Pero es que no entiendo de qué crestas me estás hablando! ¡No sé de qué investigación me hablas, si ya se investigó el caso!

—Esta es una investigación con fines periodísticos para...

—¡No entiendo! —interrumpe, subiendo aún más el tono—. Para empezar, yo no voy a hablar de un tema que está en manos de la justicia. Segundo, ¡la justicia ya falló!, y yo me atengo a lo que dictó la justicia. No veo qué más tendría que comentar.

—Este informe judicial, por ejemplo.

—Hay que atenerse a lo que el ministro resolvió, ¡y él fue muy claro! Estoy absuelto, no tuve participación en el caso, así de simple. No hay nada más que podría agregar a eso.

Su certificado de anotaciones en la DINA, de agosto de 1975 a julio de 1976, la fecha en que asesinaron a Carmelo Soria, está lleno de felicitaciones. Posteriormente, en noviembre de ese año, nuevamente es felicitado por su “labor y especial dedicación en operativo especial realizado en su unidad”.

Su unidad era la Brigada Mulchén.

René Patricio Quilhot

El siguiente al teléfono es el exagente René Patricio Quilhot, cuya participación en el crimen de Carmelo fue, según declaró José Ríos San Martín, como responsable del primer interrogatorio, y de crear un anillo de seguridad para deshacerse del cuerpo sin que hubiera testigos. Fue absuelto en 2019 por el ministro Cisternas. No le teme a la exposición pública. A 45 años (48, a la fecha) del asesinato de Carmelo Soria, opina de contingencia política cada semana en el canal de Youtube “Punto Tecnológico”, propiedad de un tal Fernando Rodríguez, con más de 9.200 suscriptores. El exagente de la DINA comenta sobre la coyuntura nacional en una comunidad virtual de ultraderecha.

De tono afable y risa fácil, luego de las presentaciones le indicamos el motivo de la llamada y responde, nervioso:

—Mira yo ya estoy absuelto por la no participación en el hecho y no tengo ninguna razón para dar una entrevista o hablar hasta que no termine completamente todo. Entonces, agradezco el interés y te ruego… te ruego me disculpes, pero no tengo posibilidad de hablar del tema.

—Entiendo, ¿quizás podamos hablar del informe emitido desde la Fiscalía Judicial?

Se produce un silencio y dice que no. Que no puede hablar.

Que agradece, pero no, antes de cortar.

Patricio Quilhot fue descrito en un Informe para Libertad Vigilada de Gendarmería, parte de su proceso de reinserción social iniciado en Puerto Montt en agosto de 2018, como “no recomendable” de ser beneficiado con la libertad condicional por el homicidio de Carmelo Soria, tras su prisión preventiva y su calidad de procesado desde 2015. El informe, emanado siete meses antes de su libertad por ser absuelto, señala que “tiende a sobrevalorar sus competencias personales, mostrándose como una persona segura de sí misma y con baja capacidad de autocrítica. Quedan de manifiesto dificultades para percibir de manera realista su entorno, así como una necesidad de logro mayor a lo que sería razonable desde sus propias capacidades y recursos; aspectos que, eventualmente, pueden facilitar la aparición de comportamientos desadaptativos”. Continúa: “Se mostró poco permeable a tratar aspectos que resultaban incómodos o que discrepaban de sus propias convicciones, presentando en varias oportunidades frases peyorativas, inclusive hacia los profesionales evaluadores. Se pudo apreciar en él dificultades para controlar su enojo y las diferencias de opinión, lo cual demostraría problemas para modular sus emociones y manejar situaciones de conflicto, especialmente, cuando se ve sometido a estrés. Se describe a sí mismo como una persona ‘sanguínea’ y ‘reactiva’, en tanto se percibe con emociones intensas, que responde de manera inmediata a situaciones que puntúa como amenazantes; lo cual, en ningún momento cuestiona y, por el contrario, valora como una manera de reaccionar al entorno, refiriéndose inclusive de forma descalificadora, ‘tarados’, hacia quienes no presentan este tipo de variaciones emocionales. En él no se aprecia disposición al cambio, ni tampoco una conducta favorable hacia un eventual proceso de supervisión e intervención en un sistema como la libertad vigilada”.

Tiempo después, hicimos un nuevo intento de contactarlo. No contestó.

Salinas 3

El 2 febrero de 2021, Jaime Lepe falleció. Cáncer de vesícula biliar diseminado. Irreversible. El único miembro de la Brigada Mulchén condenado como autor del crimen de Carmelo Soria, había muerto.

Era quizás el momento para volver a hablar con Guillermo Salinas Torres, el jefe máximo de Mulchén.

—Por supuesto que me enteré de su muerte. Una lástima —dice.

—Con su muerte, el caso tiene que volver a la Corte Suprema. Una vez sobreseído Lepe. ¿Ha podido pensar más sobre esta última etapa y el informe de la Fiscalía Judicial?

—Nada. La Fiscalía no tiene incumbencia en lo que puedan resolver los ministros. Al final, solo copiaron y pegaron los alegatos de los otros. Eso fue: copiar y pegar.

—Pero están los votos, se podría acoger.

—Sí, pero como te dije, sería la aberración jurídica más grande de la historia de la Corte Suprema.

—¿Cree que la justicia lo ha intentado perjudicar?

—No, la justicia no. El sistema, sí, tomando declaraciones de gallos locos o de personas como Michael Townley.

—¿Y ha pensado qué pasaría con usted si lo absuelven definitivamente?

—Puta, voy a ser el hombre más feliz del mundo.

—¿Y si es condenado?

—Estoy cagao no más poh, hueón—dice, antes de guardar silencio—, pero tengo la convicción de que no voy a ser condenado. Lo mismo dice mi abogado. Incluso los ministros de la Corte de Apelaciones que conozco me han dicho “quédate tranquilo, hombre, porque la Suprema no puede rebatir un fallo de la misma Suprema”.

—Finalmente, solo Lepe fue condenado como autor. ¿Cree que actuó solo o con la ayuda de alguien más?

—Lo desconozco, pero sí sé que hubo gente ahí que andaba metida en hueás raras. ¿Qué andaba haciendo Fernández Larios ahí? Y tú sabes quién es Fernández Larios. La Caravana de la Muerte, que la llamaron. Él era de la Caravana.

—Me cuesta creer que no supiera nada… 

—¡¿Cómo que yo no supiera nada?! —grita el exagente.

—Entonces, ¿quién de los acusados mató al señor Soria?

—No lo sé. Yo creo que está entre Juan Delmas, Lepe, Fernández Larios y Townley… Y bueno, tú sabes quién es Townley, ¿cierto?

—Claro.

—¿Por qué lo llevaron para allá? —interroga, retóricamente— ¿Por qué lo hicieron donde Michael Townley? ¿Me entiendes, o no? ¿Me van a decir que Fernández Larios estaba de qué? ¿De oyente? ¿Acaso Michael Townley estaba de mirón? ¿Me entiendes?

—Michael Townley dijo que prestó su casa…

—Sí poh. ¿Y tú prestarías tu casa para que vayan a matar a alguien, si no estás involucrado en el asunto? Lógico, no pudieron llegar al fondo, porque ni Townley, ni Fernández Larios, ni Delmas declararon aquí.

Durante la conversación, resulta evidente que Salinas sabe perfectamente qué decir y qué no decir. Ahora, con Lepe muerto, también lo suma a la lista de sospechosos.

—Hablando desde los hechos y en la mayor de las sinceridades, es conocido el pacto de silencio de la DINA y yo no le voy a obligar a romper eso. Pero, con todo lo que ha pasado, con Lepe muerto y, como usted me dijo que lleva tantos años perseguido por el fantasma de este caso, ¿Ha pensado alguna vez decir la verdad?

—¡Yo no tengo ninguna verdad! —responde inmediatamente—. ¡No tengo qué decir! No conozco la verdad, no sé lo que pasó ahí, nadie ha dicho lo que pasó ahí, ¡no tengo idea de lo que pasó ahí!

De un segundo a otro, aflora la desesperación:

—Ni Lepe me mencionó esta cuestión. Juan Delmas, después de un tiempo, se fue al norte, para Arica, y él ya había tenido varios problemas en Peldehue.

Salinas tartamudea y continúa:

—Entonces, Contreras buscó a los que quiso. Estaba este otro, ¿cómo se llamaba? ¡Morales!

—Juan Morales Salgado.

—¡También!

—Okey. Entonces, usted no tiene idea, a pesar de que manejaba la brigada.

—Yo era el jefe directo, pero me sacaron gente. ¡La sacaron de mi brigada para hacer cosas y después los repartieron!

—¿Y por qué cree que nadie le dijo nada? ¿Por qué pasaron por encima suyo?

—Porque nadie andaba contando sus cosas. Eran cuestiones absolutamente secretas. Todo el mundo guardaba el secreto de sus hechos, nadie andaba contando ni lo que había hecho, ni lo que pasaba. Nadie, jamás.

—Actuaron sin supervisión entonces.

—Sí, sí, no, no, si yo, si yo… Oye, si yo no podía mandar a la gente mía. La gente la distribuía a Contreras.

—¿Y a usted nunca lo mandó a nada?

—No —dice, molesto—. Nunca recibí una misión de ese tipo.

¿Y sabes qué? Mejor dejemos la conversación hasta acá… Porque en verdad, qué más te puedo decir.

—Está bien. Una última pregunta. ¿Qué hubiera hecho distinto en su carrera?

—¿Que qué hubiera hecho distinto? —repite, mientras suelta una risa incómoda— Porque yo… no sé, no sé qué podría haber hecho distinto. No se podía elegir, yo no… yo hice todo lo humanamente posible para no irme a la DINA cuando me destinaron. Yo estaba muy bien en la escuela de paracaidistapwes, a punto de irme al extranjero y, bueno, no me pude sacar la destinación.

—¿Se arrepiente de la DINA?

—¡Puta, pero con toda la fuerza de mi corazón poh, hueón! —dice, emulando al soldado siempre obediente, pero consciente— Es lo peor que me pudo haber pasado esa destinación… me cagó la vida, me cagó la carrera, me cagó todo. Y más aún, al famoso general Contreras no lo quiero para nada. ¡Un verdadero canalla! Si ese es el verdadero responsable—reflexiona, más sereno—. Él y todos los grandes jefes. Nosotros éramos subalternos, éramos cabros que teníamos que cumplir órdenes. No podías decir “no, esto no lo hago”. Simplemente, no podíamos elegir.