Ensayo

Nueva Constitución y posverdad


Ofertas para superar la incertidumbre social

La nueva Constitución se disputa en el campo de la política, escenifica el conflicto que Chile siempre quiso evitar. Esta oportunidad no llega en cualquier momento de la historia sino en un mundo superdesarrollado en el que la veracidad cayó en desgracia. Contra la inflación de la información en el mundo digital, el giro hacia la lectura de propuesta constitucional promete trascender las burbujas del algoritmo. A días del plebiscito que decidirá el destino de este texto, ¿la lectura despejará la bruma del proceso?

La máquina blanda entró a través de la palabra

Williams S. Burroughs



En un país que parece escindido por un libro, la lectura -el cómo leemos- es hoy una categoría fundamental del debate político. Tempranamente el actuar de las y los convencionales generó un bullicio que la oferta de un texto buscó aquietar. La aparente calma de la palabra impresa asomó como el mejor contrapunto al impredecible actuar de las personas. 

Sin embargo, como suele suceder con estas cosas, nada es como lo esperamos. 

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No soy ingenua. La propuesta constitucional se disputa en el campo de la política. Lo que aquí busco es explorar su relación con lo político, que necesita de la oportunidad del disenso. En otras palabras, la escenificación de un conflicto. Precisamente, aquello que hemos querido evitar. Ante esta inquietud me pregunto por el efecto de las redes digitales. Y no estoy pensando en el cambio de “formatos” de la comunicación sino en la transformación de las formas en las cuales habitamos el mundo. Porque ¿cuál es el papel de los humanos en las interacciones que tienen lugar a través de Internet y las tecnologías asociadas? 

Tan pronto la digitalización de la información se volvió una realidad en el mundo superdesarrollado  la veracidad cayó en desgracia. Hacia mediados de la década de 2010 se instaló la palabra “posverdad” como síntoma de esta confusión y malestar a escala planetaria. La hondura de este fenómeno se reafirmó con el Brexit, que decidió el abandono del Reino Unido de la Unión Europea, y la elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos. En ambos casos hubo uso de imágenes e información que deformaron intencionalmente los hechos. 

¿Y la forma de circulación de estos mensajes? A través de las redes digitales. ¿Y Mark Zuckerberg? Cerró los ojos frente a la creación de cuentas falsas y la difusión de fake news. Ahora no pueden hacer nada.

La lectura -el cómo leemos- es hoy una categoría fundamental del debate político. La aparente calma de la palabra impresa asomó como el mejor contrapunto al impredecible actuar de las personas.

Es impensable examinar estos hechos sin reconocer el papel de empresas como Google y Meta. Pero no es suficiente. El filósofo Éric Sadin elabora la siguiente reflexión. La viralización de información falsa en Internet es el efecto y no necesariamente su causa. Ésta se sitúa en el individuo, el cual se imagina con el poder de administrar los acontecimientos según su perspectiva. Detengámonos aquí. Para que se asiente la idea de “posverdad” la estabilidad de las sociedades ha cedido al relativismo y las personas experimentamos la ausencia de referentes comunes. Hay algo en estas pérdidas que excede la ruptura con la exactitud de los hechos. Algo que remueve de forma radical la producción de verdad. 

Recientemente, el filósofo Byung-Chul Han habló de modo alarmante sobre la digitalización de la información. Con una posición similar a la de Sadin, vincula la distorsión patológica de los hechos con el abandono de la posibilidad de verdad. No hay oportunidad para la facticidad ni para lo común. Para Han, la verdad surge de la convicción social de la necesidad de una convención que admita contraponer el mundo de la verdad y el de la mentira. De esto se sigue que la verdad necesita de la convivencia humana, pero al mismo tiempo la comunidad requiere de la fuerza centrípeta de la verdad. 

El sujeto, extraviado y ensimismado, rechaza cualquier enunciado divergente. El otro desaparece del ir y venir del discurso. Después, silencio, inmovilidad. Nada más. 

Mariana Young

La vida de la convención no escapó al desfonde de la acción comunicativa. Previo al término del trabajo de las y los convencionales se habló de su retiro de la escena pública a causa de su desempeño político. A eso no me interesa responder. Me inclino a observar la incomodidad que producen los cuerpos. Pensar el habla y decidir no escuchar. El diario reporte del estado de la discusión de los artículos del proyecto constitucional y la actualización on demand del borrador son ejemplos del notable esfuerzo por suspender el movimiento de la palabra. El dato como contrapeso de la performance de los convencionales. 

Una amiga insiste en esta idea: oír a Elisa Loncón, dejar entrar nuevos mundos. 

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No hay nada de novedoso en observar el impacto de las formas de producción en aquello que se produce. Hacia comienzos de la década de 1970, Marshall McLuhan explicó que la serie de televisión Plaza Sésamos no sólo da cuenta de lo que se aprende sino cómo se aprende en la “sociedad de la información”. Este argumento también lo podemos conceder al libro. 

Por mucho tiempo, el libro -tecnología pre digital- fue considerado la piedra angular del conocimiento. Algo así como “su” “lugar. Hoy sabemos que esa prerrogativa es una ilusión. Tal vez, este espejismo también vale para la convención como representación de un espacio común donde ponernos de acuerdo; como una reunión de hombres y mujeres alrededor de una mesa que impide que caigamos uno sobre otro, como lo plantea Hannah Arendt en relación a la esfera pública. Así las cosas, el libro aparece como una representación adecuada. 

El giro hacia el texto encierra más de una promesa. Es una insinuación de que va a pasar algo. Así pues, el proyecto constitucional en forma, es decir, dispuesto para su lectura sería la respuesta definitiva a la incertidumbre, tanto para aquellos que creen firmemente en el proceso como para los que majaderamente alarman sobre la convención y sus ideas. La imposibilidad de veracidad propia del actual estado de la comunicación es contrarrestada por la lectura. La llave hacia el entendimiento.  

La imposibilidad de veracidad propia del actual estado de la comunicación es contrarrestada por la lectura.

La oferta es superar la incertidumbre, las fake news y las mentiras mediante la lectura. Despejar la bruma que ha acompañado al proceso constitucional y avanzar hacia la clarividencia. Ocupar el lugar del juicioso que no se deja engañar por la inflación informacional. Pero a esta hermenéutica bíblica se le escapa que el entorpecimiento del entendimiento excede la manipulación de las opiniones. Nos estamos acostumbrando a explicar nuestra dañada vida democrática al efecto de la cámara de eco o el filtro de burbuja, según lo cual este estrechamiento del horizonte de la experiencia se debe únicamente a la personalización algorítmica. Pero, como he venido apuntando, éste no es un problema meramente técnico. 

Llegados a este punto de la historia, es claro que la omnipresencia de las tecnologías digitales nos exige entenderlas no como instrumentos de nuestras realidades existentes. Un conjunto de programas, sistemas de redes o interfaces se entrometen en nuestra comunicación. Los medios digitales se inmiscuyen. La comunicación ya no se desarrolla entre dos (o más) entidades conscientes, incluye un tercero invisible. Un fantasma.

Mercedes Bunz se pregunta ¿nos gobiernan con tecnologías digitales o somos gobernados por tecnologías digitales? Pienso en el libro y la convención como vestigios de un mundo que alberga la expectativa de la confianza y lo común para el encuentro. Y en las prácticas digitales como la emergencia de un mecanismo de poder que deja de lado al sujeto. Si admitimos esto, entonces, ¿cuál es la oportunidad de lo político? ¿Qué suerte puede correr una convención de personas y un libro?