Crónica

Migración y disidencias sexuales


Kilómetros sin fin: hacia un lugar sin transodio

Amy no es una más entre el medio millón de venezolanos que llegó a Chile desde el 2021. Su exilio no es económico. La tarde en la que se fue caminando de su casa a Colombia, sabía adonde quería llegar: a un lugar sin transodio. Tenía un dato: Chile. Con 17 años, su mochila y un puñado de bolívares, caminó América Latina. Evadía la crueldad de los coyotes y policías de frontera haciendo videos en TikTok: en las redes encontró nuevas amigas que le dieron ánimo, datos, hasta donaciones de dinero. Es la primera mujer trans venezolana que solicita asilo en Chile. Porque las personas atacadas por su identidad de género y orientación sexual tienen derecho a ese tipo de protección.

*Los nombres de la protagonista utilizados en este reportaje han sido alterados para proteger su identidad como solicitante de asilo.  

PASTO NARIÑO (COLOMBIA) 

A veces, solo queda desistir. Dar un paso atrás, cambiar de idea. 

Amy estaba segura de que la entenderían, de que la preocupación por su partida habría sido tan grande que ni su madre ni su abuela la regañarían. Fue lo que me dijo la primera vez que hablamos, por zoom, en octubre de 2021. Una conversación errática, de casi dos horas, en las que a menudo se mostraba insegura de contarme su historia. Con el tiempo -y tras el fin de las restricciones sanitarias por la pandemia- se fue soltando. Hablamos en total más de 12 horas entre 2021 y este año, sumando llamadas telefónicas y reuniones presenciales en el edificio en el que trabajaba como vendedora, en Providencia. Al final, me dijo que solo había aceptado conversar conmigo porque yo, además de ser mujer, también soy migrante. 

Amy estaba convencida de que la acogerían nuevamente. Se olvidarían de haberla señalado como si fuera sinónimo de pecado. Uno que no se puede expiar: ser una mujer trans. Sí, sí. Esas mujeres cis que habitaban su casa y que la habían criado bajo la creencia en Dios y la vida eterna por esto sí podrían perdonarla, por haberse ido varios días y kilómetros atrás sin avisarles. Su madre y su abuela tenían que entenderla. Debían comprender que si cruzó la frontera de Venezuela con Colombia fue porque tenía mucho miedo. Tenía terror a morir. 

“Por favor, Dios, si existes, haz que mi mamá me entienda”, pensó antes de tomar el teléfono.Sus manos temblaban cuando empezó a pulsar los dígitos del único número que se sabía de memoria: el de su casa. Le quedaba 5% de batería. En general, se tardaban en contestar. La música o las telenovelas se escuchaban en su máximo volumen en el hogar, haciendo desaparecer cualquier otro artefacto. De esta vez, no fue así. 

—Má… 

—Hijo, ¿dónde estás? 

—Hija, Má. 

—Contéstame la pregunta: ¿dónde estás? 

—Al otro lado de la frontera… 

—¡Pero Alejandro! ¡Hijo, qué peligro! Devuélvete a-ho-ra. ¿Tienes dinero? 

—Amy, má. 

—No empieces. Vuelve a casa, hijo mío. 

El celular hizo lo que Amy ya quería hacer: cortar la llamada. ¡Coño-de-la-madre-la-puta-que-lo-parió! ¿Cómo aún no lo entiende? 

Estaba en un terminal de buses repleto. “No pueden escucharme. Se van a dar cuenta de que no soy de acá, o peor: se van a dar cuenta de que soy trans y van a intentar golpearme nuevamente”, pensó 

Se equivocaba Galeano al decir que el cuerpo es una fiesta. En ese minuto, a sus 17 años, lejos de casa, y sin saber adonde ir, Amy solo pensaba que, si existía un adjetivo para su cuerpo, este sería: traicionero. 

Calló. Su deseo pudo más. Y ya no daría un paso atrás. 

***

BARUTA / GUACARA (VENEZUELA)

Junio de 2021. 

Es domingo, son las siete de la tarde,  la televisión emitía el partido de la selección venezolana contra Brasil por la Copa América. Hay un gran -y habitual- apagón en el municipio de Baruta (Caracas). En los alrededores del edificio Bergantín, los vecinos empiezan a escuchar gritos. La oscuridad terminó con esas voces sofocadas. Más tarde, la policía informaría sobre la muerte a puñaladas de Ronnie Rafael Ramírez Tinedo (32) y de Carlos Eduardo LaPlace (45), una pareja que vivía en la planta baja del edificio.

Esa misma noche, en el barrio Santa Cruz del Este, una mujer trans es decapitada. El lunes en la mañana, la policía volvería a atentar contra su cuerpo, identificando a la víctima no con su nombre social, sino con el que salía en su carnet. Andrés Rondón, 33 años. 

***

Amy sabía que, de una u otra forma, era prohibido ser quien era en Guacara (Venezuela). 

Además, estaba la crisis crónica en el país. Frente a la situación política y económica, ¿quién habla de las disidencias? En junio de 2021, Amy solo había visto en las noticias la historia de Ronnie, Carlos y “Andrés”. Pero en las páginas de fundaciones defensoras de los Derechos Humanos, como Caleidoscopio Humano o el Observatorio Venezolano de Violencias LGBTIQ+, se había enterado de otros crímenes de odio contra disidencias, en general, y contra personas trans en particular. 

“Antes las ONGs podían acudir al fiscal, tratar de empujar los casos y participar en los tribunales. Ya nada de eso es posible hoy. Las reglas cambiaron y solo los familiares pueden acceder al expediente de la víctima, la sociedad civil no puede presionar a que los casos se investiguen y con el tiempo pasan al olvido”, dice Tamara Adrian, emblemática política trans venezolana. 

Además, hay un problema de base: aunque el artículo 146 de la Ley de Registro Civil de Venezuela explicita el derecho a tener una identidad que corresponde a la expresión de género, en la práctica las solicitudes de cambio de nombre están desde hace años olvidadas en los archivos del Tribunal Supremo de Justicia, hasta donde han tenido que llegar las demandas.

“Una persona trans en Venezuela no existe como tal, ni en vida, ni en muerte”, resume Gabriela Buada, de Caleidoscopio Humano. 

Consciente de ello, Amy no lograba dormir. Sentía que era el momento de iniciar su transición de género.  

—Má, ¿ has pensado  en irte de Venezuela? 

—Claro, Alejandro. Como todos. Pero, ¿cómo? ¿Cómo puedo llevar a mi madre? Imposible, hijo. Además, amo a mi país.

—Pero aquí estoy en peligro por ser quién soy. 

—¿Quién sabe quién es a los 17, Alejandro? Por favor…

*** 

Golpes. Uno, dos, tres. Más golpes. Violentos. Feroces. Y luego los gritos: 

—¡Abre, maricón! 

—¡Te vamos a quebrar (matar), maricón malparido!  

—¡Que abras, desgraciado! 

Con la espalda apoyada en la puerta principal de la casa en la que siempre vivió, abrazándose con fuerza las rodillas, Amy reconoció las voces de sus vecinos. 

Eran inconfundibles. La habían molestado de niñe, cuando intentó entrar al baño del jardín de infantes y se hizo pis encima porque quedó parada frente a la puerta del baño de niñas, a la derecha, y el de niños, a la izquierda, y no supo a cuál entrar. 

Se equivocaba Galeano al decir que el cuerpo es una fiesta. En ese minuto, a sus 17 años, lejos de casa, y sin saber adonde ir, Amy solo pensaba que, si existía un adjetivo para su cuerpo, este sería: traicionero. 

Amy lloraba. Como en esa situación, cuando tenía solo cinco años. Pero esta vez no quedó petrificada. Llorando, decidió partir. 

Ya había tenido muchas veces esa conversación con su madre. Ya sabía que ella le diría nuevamente que perro que ladra no muerde. Que bastaba con vestirse más masculino. Con no pintarse las uñas. Con evitar mover tanto el culo al caminar.  

“Me voy”, se prometió a sí misma. 

Y lo cumplió. Agarró su mochila y empezó a caminar. Tenía 17 años. 

***

TIKTOK 

Amy hace una mueca con la boca, sincroniza los labios y las cejas en un gesto de pena. Luego sonríe. Después, vuelve a ponerse seria. Está frente a la pantalla, juega para sus miles de seguidores en TikTok.

“Hace más de dos meses salí de mi casa en Venezuela y crucé caminando la frontera con Colombia. Hice eso porque varias personas se unieron para matar a machetazos una mujer trans. No pude permitirme, yo decía, me daba mucho miedo. No sé nada del mundo, apenas me estoy conociendo a mí, nunca había salido de donde vivía y cruzar todo el país… No fue tan fácil. Llamé a mi familia hace unas semanas, pero no me entendieron y he decidido no volver más. Bueno, eso quería contarles hoy. Gracias por escucharme”. 

Fue la primera vez que Amy usó la red social, donde la conocían como “la gatita del bellakeo”, para publicar algo distinto a un baile o una foto provocativa.

Era un grito de ayuda.  

*** 

FRONTERA VENEZUELA/COLOMBIA

Si cruzar la frontera no es fácil, menos lo es para una menor de edad. Menos todavía para una chica trans. Menos aún sin documentos que la identificaran con el género femenino. Menos en 2021, en plena crisis del Covid-19. 

—Sí, pagué a los polis para entrar a Colombia. Tenía poca plata, y en bolívares. De una me quitaron todo al lado de Pasto Nariño y… Bueno, uno hace lo que tiene que hacer. 

Mendigó, vendió ropa que traía en su mochila y fotos suyas en línea. Recibió ofertas para masturbar o chupar algunos hombres. Fue su primer acercamiento a la sexualidad. 

—Yo tenía miedo de avanzar, pero el de volverme atrás era mucho peor. Imagínate que mi abuela una vez me dijo que eso (ser trans) se me iba a quitar, no sé con qué cuestiones. Con unas aguas de ayuno y unas oraciones. Ella estaba convencida de hacerme una terapia de conversión en la iglesia, entonces no. No había por dónde. 

Mientras decidía qué hacer, Amy pasaba su tiempo en redes sociales. Sus seguidores crecieron de 2.000 a 50.000 en un par de semanas. Los contenidos que publicaba eran diversos. Algunos virales, otros de activismo. Y un día una chica -que Amy prefiere no dar el nombre- le escribió el siguiente mensaje:

“He visto tus videos, y hostias: te entiendo tanto. Estuve en Puerto Rico, migré a México y de México pasé a Estados Unidos. Fue casi imposible. También pensé que no sobreviviría, pero lo logré. Y tú también, vamoooos.”. 

—Empezamos a conversar todos los días. Ella me informó de tantas cosas… De los tratamientos hormonales, de todas esas cosas que una pregunta. Y me ofreció enviarme plata para que yo pudiera avanzar. 

Su amiga digital le dio 100 dólares que Amy atesoró mientra intentaba encontrar un lugar donde quedarse hasta que las restricciones por la pandemia fueran más flexibles. 

Encontró una construcción que tenía un techo para protegerla de las lluvias y durmió ahí varios días seguidos. 

—Pero un día, un constructor que vivía ahí cerca empezó a insinuarse. Quiso abusar de mí. Empecé a pegarle, pero él era muy fuerte. Empecé a gritar con todas mis fuerzas. Y su mujer apareció, salió como loca y me dijo que no dijera mentiras, que la culpa era mía, que era un maricón de mierda. Me dijo así, maricón de mierda. 

Amy corrió a ponerle una denuncia. La policía le dijo que “los transformistas se prostituyen y eso es lo que andas buscando”. 

La habían molestado de niñe, cuando intentó entrar al baño del jardín de infantes y se hizo pis encima porque quedó parada frente a la puerta del baño de niñas, a la derecha, y el de niños, a la izquierda, y no supo a cuál entrar. 

En Colombia, el transodio no es menor que en Venezuela. De acuerdo con Transgender Europe, 30 personas trans fueron asesinadas en Colombia en 2021. “Tenemos registros de casos de ´supuesta muerte natural´; pero se trata del no reconocimiento a sus derechos. Por ejemplo: hay reportes en donde a las personas trans no las quieren atender en los centros hospitalarios o no les brindan los medicamentos o la atención adecuada. Eso termina repercutiendo en su bienestar, a pesar de que no sea un asesinato u homicidio”, explicó Danne Aro Belmont, defensora de personas trans en la Fundación GAAT, en El Espectador.

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TULCÁN, CIUDAD FRONTERIZA COLOMBIA/ECUADOR

Harta de Colombia, Amy empezó a gastar sus dólares. Veinte para llegar hasta Rumichaca, el puente internacional en la frontera con Ecuador. Otros 15 para tomar un taxi que subía por un cerro. Otros dos para subirse a una moto. Y otros cinco para que otro coyote la llevara hasta el terminal de buses de Tulcán. Se habían ido 42 dólares. Casi la mitad de lo que tenía. 

La amiga digital de Amy le había dicho que, “dentro de lo posible”, el mejor lugar para una trans en Sudamérica era en Chile. Le dio varios argumentos: era el país donde se había hecho una película reconocida internacionalmente con una protagonista trans (Una mujer fantástica, con Daniela Vega). Era el país donde un ingeniero logró iniciar su transición y mostrarse al mundo como una mujer trans (Alessia Injoque). Y había aprobado no hacía tanto (en diciembre de 2019), la ley de identidad de género. Como guinda de la torta, era un país que recibía “de brazos abiertos” a los venezolanos (casi 500.000 radicados en el país en 2021). 

—Finalmente tenía un lugar en el que sentía que podía vivir, ¿entiendes? Obvio que quise venirme a Chile. 

De Ecuador solo conoció el recorrido de los coyotes y el terminal. Allí gastó poco más de 20 dólares para garantizar su cupo en un transporte ilegal a Tumbes (Perú). 

Lo que no le dijeron los vendedores fue que la frontera del país andino estaba completamente militarizada. 

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TUMBES, FRONTERA ECUADOR/PERÚ

La militarización de la frontera había sido anunciada en el verano, tras la noticia de la detención en Tumbes de cerca de 500 migrantes, en su mayoría venezolanos. El objetivo, dijeron entonces las Fuerzas Armadas peruanas, era “bloquear el ingreso de migrantes ilegales en medio de la emergencia sanitaria”. En eso participaron 1.200 efectivos y más de 50 vehículos militares. 

—Fue horrible. Había helicópteros, tanques, camiones con gente esposada. Los niños lloraban, escuchabas  disparos. Yo solo esperé que los coyotes me dieran una señal y salí corriendo por el puente. 

Con “puente”, Amy se refiere a unas tablas informales que los comerciantes de ambos lados de la población de Aguas Verdes, en Perú, y Huaquillas, en Ecuador, ponen sobre un pequeño canal. 

Los coyotes dieron la señal. Amy no pensó en lo débil que estaba -había perdido al menos siete kilos desde el inicio de su viaje por Latinoamérica-, ni en las ampollas de sus pies. Simplemente corrió. 

La  persona que iba cruzando la frontera delante suyo se resbaló. Cayó al agua. 

—¡Ayúdame, por favor! 

—¡Agárrate de mí! 

—Ei, flaca, ¿a dónde vas? —dijo un  coyotes que jugaba con una navaja en sus manos— Si quieres seguir, tienes que darme otros diez dólares. Mira que aquí no hay espacio para travestis como tú. 

En Colombia, el transodio no es menor que en Venezuela. De acuerdo con Transgender Europe, 30 personas trans fueron asesinadas en Colombia en 2021.

Según la Defensoría del Pueblo de Perú, el 95,8% de las personas trans ha sido, alguna vez en su vida, víctimas de violencia y solo el 5,1% ha terminado el colegio. En 2021, al menos tres personas trans fueron asesinadas en el país. 

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La amenazaron de muerte. La intentaron violar. Le entregaron una carta con su dead name para expulsarla de Perú. 

—El poli escribió el documento y me dijo: ‘aquí no me vengan con bobadas ustedes, los venecos de mierda. Y menos usted, que no es ninguna mujer. Usted tiene las huevas ahí colgando. Ahí, ahí, colgando’. 

¿Aún así, después de todo, no querías volver a Venezuela? 

—¿Después de todo lo que había caminado y pasado? No, jamás. De hecho, estuve mucho tiempo sin llamar a mi má o a mi abu. Independiente de lo que pasara, yo tenía que luchar por llegar aquí.  

Y así resume Amy cómo siguió caminando hasta Chile: “muerta de vergüenza le pedí a mi amiga que me enviara otros 100 dólares. Y me los volví a gastar. Seguí a Pucusana y de ahí a Tacna. Pero cuando llegué a Tacna me entró un pánico porque había escuchado que el desierto estaba lleno de minas, que era muy riesgoso quedar ahí en medio de la nada. Entonces preferí irme a Bolivia, quedarme un tiempo ahí y después pagar un coyote para entrar a Chile. Para eso, primero tuvimos que ir a La Paz, de ahí a Oruro y de Oruro a Pisiga… Hasta que avanzamos, avanzamos y ¡pum! Vi Chile. Vi Colchane. Estaba feliz”. 

A esa localidad ingresan a diario unas 500 personas, en su mayoría venezolanos que han recorrido, como Amy, buena parte del continente sudamericano y, en este tramo, se enfrentan a las condiciones y temperaturas extremas del altiplano, a más de 3.600 metros de altura. Según cifras oficiales, 27 migrantes murieron intentando llegar a Chile por Colchane en 2021. 

En el control fronterizo no permitían el ingreso de nadie durante la pandemia. Amy caminó varios kilómetros al lado de una zanja de tres metros de ancho y otros tres de profundidad hasta encontrar un punto donde cruzar sin ser vista. Lo logró. Ya en Chile, caminó sin un rumbo claro, solo viendo a llamas que pastaban. Cuando finalmente encontró una persona, le pidió señal de WiFi.

Así entró en contacto con Nina Rangel. 

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Enseguida Nina (31) se convirtió en su nueva familia. En una hermana mayor que le decía cosas hermosas, la asesoraba con los trámites migratorios a través de su fundación, Migración Diversa. La llamaba “viajera del tiempo”: se había ido de Venezuela hacía siete años y Amy le contaba que todo parecía estar exactamente igual. 

Amy sentía que la conocía desde siempre. Seguía sus pasos, como influencer trans, desde Venezuela. Nina sintió lo mismo. Por eso, tras conocer su historia, se organizó con Juan Manuel Simons, abogado de Migración Diversa, y le pagó un pasaje de Colchane a Santiago, y luego un uber a su departamento, en el centro. 

—Cuando Amy llegó, la abracé como si la hubiese conocido de toda la vida. Le preparé la comida, le dije que se diera una larga ducha, le regalé ropas y después de un tiempo le pregunté su historia. Cuando la escuché… Uff. 

A través de Migración Diversa, Amy encontró trabajo como vendedora y arrendó una pieza a los tres meses de llegar a Chile. Hoy ya tiene también su cédula de identidad -aunque todavía no con su nombre social.  

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SANTIAGO, CHILE (A 7.400 KM DE SU CASA EN VENEZUELA)

—Soy la primera mujer trans venezolana que solicita asilo en Chile—-dice Amy.

Las directrices emitidas por ACNUR sobre asilo han considerado que las personas atacadas por su identidad de género, orientación sexual o características sexuales -como ocurrió con Amy en todo los países por los que pasó- tienen derecho a dicha protección. Pero es algo que en Chile recién se está abordando.

Amy es la tercera mujer trans en hacer esta solicitud en el país, después de una cubana y una siria.

De eso han pasado casi dos años. Amy aún espera. 

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Sobre el caso específico de personas pertenecientes a las disidencias, Rebeca Cenalmor, de ACNUR, comenta que la estadística de quienes acceden a visas de algún tipo no recoge el dato de la identidad sexo genérica de las personas, por lo que es difícil hablar de cifras.

Cree que sería muy importante incorporar este enfoque, y comenzar a registrar estos datos (al igual que el de personas con discapacidad) dentro de los indicadores de las estadísticas. “Esto permitiría visibilizar más la situación de estas personas refugiadas y migrantes LGBTIQ+ en Chile. Por lo demás, lo que cuentan las propias personas LGBTIQ+ refugiadas y migrantes en todo el mundo es que estos procesos funcionan muchas veces como ‘un nuevo clóset’, y las personas -en ocasiones- tienden a ocultar sus identidades en los nuevos países por temor a ser discriminadas o violentadas”, afirma.

Lo que menos quería Amy era caer en ese nuevo clóset.

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Se dejó crecer el pelo, se cortó la chasquilla y empezó a usar otro tipo de ropa. Sus selfies ahora la muestran con pantalones de tiro bajo, croptops ajustados, escotes. Maquillaje cargado. En los videos que publica en sus redes, casi siempre está perreando, enviando mensajes a los “bellakos”, como le dice a sus seguidores. 

—Finalmente estoy siendo quien siempre fui. 

Las directrices emitidas por ACNUR sobre asilo han considerado que las personas atacadas por su identidad de género, orientación sexual o características sexuales -como ocurrió con Amy en todo los países por los que pasó- tienen derecho a dicha protección. Pero es algo que en Chile recién se está abordando.

Recién en enero de este año, en compañía de Nina, decidió por primera vez llamar a su madre. “Antes ella me dijo: me está pasando algo y quiero que me des un consejo. Es que mi mamá me está hablando por mensajes todo el rato y me está tratando de Alejandro, de hijo, etc. Le dije, mira, cuando se trata de tu identidad, tú tienes que ser capaz de defenderla delante de quien sea”, recuerda Nina. 

—Má. 

—¡Hijo!

—Mmm. Mamá, trátame como quien soy. Por favor, si vamos a hablar, dime Amy. Soy Amy, má, siempre he sido Amy. 

—Sí, hija, tienes razón. 

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Hace pocos días me enteré de que Amy se fue al sur. En el trabajo en Santiago la hostigaron por ser trans y decidió que, mientras no le sale la solicitud de asilo, era bueno conocer otros lugares, otras personas, hasta definir dónde quiere vivir. Por ahora, anda en Concepción (a 500 kilómetros al sur de la capital), donde vende peluches en la acera. 

—He andado tanto, que un par de kilómetros más, un par menos, me dan igual. Si necesito ir hasta la Antártida para ser quien soy, lo voy a hacer. Lo voy a hacer, dalo por firmado. 

Si eres migrante LGBTIQ+ en Chile, estos documentos pueden servirte: Manual para personas refugiadas y migrantes LGBTIQA+ ; La protección internacional de personas LGBTI; Lo que significa ser una persona refugiada LGBTI