Ensayo

Miedo y elecciones


Entre la desazón y la abulia

Alejandra Costamagna quería analizar de forma optimista las elecciones del domingo y hacerle el quite al miedo. Pero no pudo. Los resultados, lejos de tranquilizarla, le hicieron pensar en la cancelación de derechos y la asonada autoritaria. En cómo Chile es, finalmente, una rama frágil, que en cualquier momento puede quebrarse.

Foto de portada Eric Allende, Migrar Photo

“Somos la generación que nació sin miedo”, leíamos en un muro durante las protestas estudiantiles de 2011 en Chile. El miedo al que apelaba la consigna, naturalmente, era la dictadura. Quienes rayaban habían nacido en los 90, se habían dado cuenta de las trabas de una democracia trunca, estaban hasta el cogote con deudas, veían sus derechos mercantilizados, tenían rabia pero también esperanza. O eso mostraban, activísimos, en las calles.

La generación que sí había nacido con miedo, con calles tomadas por milicos y soplones y cuarteles del terror y silencios como corvos acerados, esa generación que era la mía, quizás nunca salió del miedo a que la historia volviera a repetirse. Aunque a veces, en días de un octubre y un noviembre y un diciembre de 2019 a estas alturas borroneados y casi en el rango de fantasía proscrita, parecía que el miedo se transformaba en remolinos de ilusión. Y se nos instalaba un optimismo que era como un mantra: tesón y paciencia, tesón y paciencia parecía susurrarnos una voz interna.      

Hablo de miedo, pero es como si la palabra tuviera una hechura muy distinta de la que se instaló en el Chile de los últimos meses, desmovilizado y apático. Un miedo que traspasa generaciones y que este fin de semana supo explotar al dedillo la ultraderecha: el discurso de la inseguridad frente a la delincuencia y el narcotráfico, tan estrujado en los matinales y noticieros. Una amenaza real, pero empleada para ganar terreno en la cancelación de derechos y la asonada autoritaria. Y lo consiguió: el partido que reivindica los años de milicos y soplones y cuarteles del terror y etcétera; el partido que en la campaña presidencial anterior proponía que el jefe de gobierno podría “interceptar, abrir o registrar documentos y toda clase de comunicaciones y arrestar a las personas en sus propias moradas o en lugares que no sean cárceles ni estén destinadas a la detención”; el que prometía salirse del Consejo de Derechos Humanos de la ONU, cerrar el Ministerio de la Mujer, derogar la ley de aborto en tres causales, ofrecer incentivos estatales solo a las parejas casadas y promover “cursos de preparación al matrimonio”; el que advertía que la flora y la fauna “deben buscar un camino para pagar su derecho a existir”; ese partido que no quería dejar atrás la constitución de Pinochet es el que tendrá la manija en el órgano que redactará una nueva constitución.  

Da miedo, cómo no. Es un miedo con déjà vu de trasnoche, que se instala entre la desazón y la abulia. 

La generación que sí había nacido con miedo, con calles tomadas por milicos y soplones y cuarteles del terror y silencios como corvos acerados, esa generación que era la mía, quizás nunca salió del miedo a que la historia volviera a repetirse.

Yo quería hablar de los resultados de las elecciones del domingo y dar detalles y hacer un análisis pormenorizado y ojalá optimista y volver a ser como los estudiantes del 2011 y hacerle el quite al miedo, porque bajo la hojarasca siempre podría aparecer una tierra fértil. Pero me fui por las ramas zarandeadas del día uno. Chile: un país largo y flaco como una ramita de bambú. Una rama frágil, que en cualquier minuto se quiebra. Pero también un brazo que sostiene vidas frondosas. Rama, primera acepción del diccionario: “Cada una de las partes que nacen del tronco o tallo principal de la planta y en las cuales brotan por lo común las hojas, las flores y los frutos”. Rama, última acepción del diccionario: “Cerco de hierro cuadrangular con que se ciñe el molde que se ha de imprimir, apretándolo con varias cuñas o tornillos”.

Chile: un brote y un cerco.

Chile: la avanzada insurrecta y la bota.

Chile: un temblor disparado al infinito.