Wilhelm Canaris


El falso chileno que casi termina con Hitler

¿El combate al fascismo a escala mundial comenzó en el sur de Chile en agosto de 1915? En esa fecha, un joven militar alemán llamado Wilhelm Canaris escapó en un bote a remos desde la Isla Quiriquina, en la actual región del BioBío. Años después, Canaris llegó a liderar la Abwehr, el aparato de inteligencia de Adolf Hitler, cuyo poder trató de socavar cometiendo todos los errores posibles. Quizás para salvar vidas es necesario abrazar algunas contradicciones.

Elon Musk, el dueño de X, esa red social que te entretiene en el baño o durante las noches a solas con un algoritmo cuestionado porque exacerba ideas radicales e incitaciones al odio, hoy es el jefe del Departamento de Eficiencia Gubernamental de Estados Unidos, conocido actualmente como “Doge”, en referencia a “Dogecoin”, a la que el también propietario de Tesla ha llamado “la criptomoneda del pueblo”.

El actual jefe de Musk, el mandatario Donald Trump, declaró en su discurso de asunción que una de sus metas es “plantar” la bandera de Estados Unidos en Marte, a lo que el dueño de SpaceX reaccionó sonriendo y con ambos pulgares arriba. El momento estelar de Musk llegó poco más tarde, al firmar su nuevo contrato. El multimillonario se tocó fuertemente el corazón con la mano derecha y estiró el brazo hacia la audiencia, en un gesto que muchos leyeron como un saludo nazi, mientras otros explicaron que representaba la entrega del corazón a la ciudadanía en el servicio público.

Junto a Musk en la ceremonia de cambio de mando estaban Jeff Bezos, dueño de Amazon, y Mark Zuckerberg, de Meta, conglomerado que reúne a WhatsApp, Instagram y Facebook; es decir, el dueño de las nuevas formas de transporte y colonización del espacio exterior al lado  del poseedor de la librería más grande del mundo y del controlador de las emociones mediante mensajes directos y fotos que muestran toda la felicidad del mundo bajo filtros preciosos.

Todo esto ocurrió el 20 de enero pasado. Al día siguiente, se cumplieron 75 años del fallecimiento de George Orwell, el autor de la novela “1984”, considerada una “Biblia” contra el fascismo, donde los personajes viven en las Casas de la Victoria y toman Ginebra de la Victoria bajo carteles que dicen “el Gran Hermano te vigila”. 

“1984” comienza cuando su narrador, el funcionario estatal  Winston Smith, se propone escribir en un cuaderno de “papel, suave y cremoso, un poco amarillento por el paso del tiempo, por lo menos hacía 40 años que no se fabricaba. (...) Lo había visto en el escaparate de un establecimiento de compraventa en un barrio miserable”. En el instante “en que lo vio, sintió un irreprimible deseo de poseerlo. Los miembros del Partido no deben entrar en tiendas corrientes”.

Winston anota la fecha y queda “absolutamente desconcertado” porque “no sabía con certeza si aquel era, de verdad, el año 1984. Desde luego, la fecha debía ser aquella muy aproximada, porque había nacido en 1944 o 1945”; es decir, al término de la Segunda Guerra Mundial, fecha de la que en septiembre de este 2025 se conmemoran 80 años. 

George Orwell publicó esta historia en 1949, como advertencia  sobre el surgimiento de nuevas formas de totalitarismo. En el texto se establece que los personajes hablan una neolengua y que existe “el Ministerio de la Verdad, dedicado a las noticias, espectáculos, educación y las bellas artes”, donde Smith explica que su trabajo es borrar hechos históricos de las noticias y cualquier archivo, o darles una nueva lectura favorable al Partido.

Hoy en Chile y Argentina se escuchan cosas parecidas. El fascismo tiene muchas caras.

El primer combate naval de la Primera Guerra 

Retrocedamos un poco más de 100 años. 

Es 1914 y un teniente primero alemán de 27 años, Wilhelm Canaris, navega por Chile a cargo de la inteligencia del crucero ligero SMS Dresden, que tiene una eslora de 118,3 metros y 361 tripulantes, de los que 18 son oficiales, según describe en la Revista de Marina el capitán de navío Eduardo Aranda. 

El barco permanecía en México desde el año anterior, como prueba de la amistad histórica de los teutones con aquel país, agrega Carlos Basso en el libro “La conexión chilena”.

El Dresden está en tierras aztecas cuando en Sarajevo se escucha un disparo y cae muerto el archiduque Francisco Fernando de Austria. Como consecuencia, el 28 de julio de 1914 comienza la Primera Guerra Mundial, que inicialmente enfrenta a Alemania, el Imperio Austro-Húngaro e Italia, contra Gran Bretaña, Francia y Rusia.

Según escribe Eduardo Aranda, tres días se demora en sonar el telégrafo a bordo del Dresden con un mensaje para el capitán Fritz Emil Lüdecke: “No regrese a casa, prepárese a efectuar guerra de corso conforme a las órdenes de movilización”. 

El navío necesita carbón, por lo que, negando conocer el estallido del conflicto, baja hasta Brasil. Allí surgen algunos inconvenientes con naves británicas, las cuales abollan el crucero “diseñado para operaciones de exploración”, que “no posee armamento de gran calibre y blindaje que le permita soportar castigo y enfrentarse a buques capitales enemigos”.

El Dresden, entonces, depende de la habilidad de sus navegantes.

Los británicos siguen al buque y el capitán germano junto a su oficial de inteligencia deciden enfilar hacia Isla de Pascua. Allí son recibidos por el almirante germano Maximilian Graf von Spee, quien a la postre liderará el enfrentamiento naval, concretado cientos de millas al sur, a la altura de Coronel, actual Región del Biobío, el 1 de noviembre de 1914.

El combate tiene lugar frente a la bahía, que hasta hoy conserva su humedad salada característica de puerto, con pequeñas construcciones que la libran de ser considerada una ciudad pese a contar más de 100.000 habitantes, y el monolito que marca la mitad de Chile en la localidad de Playa Blanca. 

Mediante un cable enviado desde ahí, en Europa se tienen noticias de que “una escuadra alemana destruyó la flota británica”, dice el biógrafo de aquella nacionalidad, Richard Bassett, en “El enigma del almirante Canaris”, uno de los volúmenes sobre el marino mejor evaluados en Amazon. “Fue una acción humillante”, agrega el egresado de Cambridge, “y tanto más dolorosa cuando nadie la esperaba”.

Ni idea por qué en los colegios chilenos, incluido el colegio de monjas alemanas al que yo fui, se privan de contarnos esta historia.

El combate entre británicos y alemanes se traslada al Atlántico, a las Islas Malvinas, donde se da vuelta el tablero y muere el aguerrido Von Spee junto a sus hijos, también tripulantes. Pero un navío consigue escapar: el Dresden. 

El pequeño crucero se transforma en el objetivo de la Royal Navy para conservar su honor, y  es en este pasaje donde Canaris inicia su camino para vencer a la muerte. 

Gracias a la oscuridad, la niebla implacable y la ligereza de la nave, el joven oficial alemán consigue esconder el barco entre los fiordos durante cerca de 100 días. Los británicos no pueden creer cómo se les pierde un crucero en el paisaje caótico y gélido de las aguas en el Pacífico Sur. El primer Lord del Almirantazgo, es decir, la máxima autoridad de Royal Navy, un entonces alejado de las cámaras Winston Churchill, tampoco da mucho crédito a la situación.

A la habilidad náutica de los alemanes se añade que Chile a comienzos del siglo XX ya poseía esa cierta debilidad por todo lo germano, motivo por el que los recién llegados a suelo nacional gozan de simpatía pese a estar en aguas neutrales en el marco de una guerra mundial.

¿Cómo fue la llegada de Canaris a Chile? 

Esta amabilidad chilena había permitido, años antes, el establecimiento de la Etappendienst, E-Dienst o “servicio de postas”, grupo de ayuda formado por “respetables hombres de negocios o agentes de navieros”, explica Carlos Basso en su libro, “con un buen conocimiento de la política del país en que estaban y que recibían instrucciones directamente de los capitanes de los buques a quienes asistían”. 

Esa fue la escuela de Wilhelm Canaris, el territorio en que se movía con total soltura y donde, además de Chile, sentó bases en Argentina y Brasil, agrega Basso. 

Bassett, por su parte, relata que con cables informativos falsos y contradictorios, el oficial de inteligencia alemán que aún no cumplía 30 años “hizo bailar a los espías, informadores y oficiales consulares al alegre son de una danza de papeles que sólo sirvió para poner de manifiesto las deficiencias del espionaje naval, dirigido por el almirantazgo en Londres y sus barcos en el Atlántico Sur”.

El éxito del joven para jugar a las escondidas con, pasadas unas semanas, media docena de barcos británicos, también se debió a su fluidez en “seis idiomas; además dominaba el español de América, dado que allí había culminado su instrucción militar”, iniciada en Kiel, durante 1911.

En la bitácora de Canaris ya es 1915 cuando el Dresden sufre una falla mecánica y debe adentrarse en los canales del sur. Así llega a las aguas más calmas del fiordo de Quintupeu, una zona todavía hoy muy boscosa entre filones de gran altura y una rabiosa cascada frente a Chiloé. La mirada aérea de Google muestra el fondo de las aguas como espejo de las montañas que las protegen, sumado a un borde imposible de piedras.

Un alemán residente en Calbuco guía a sus compatriotas por el lugar, señala Basso. Acompañado por otros, van a reparar el Dresden, llevan comida y consiguen “un abundante número de damas alemanas para que fueran a alegrar los espíritus —es de suponer que no fue lo único que les alegraron— de los marinos”, quienes entonces deciden desembarcar un tesoro acarreado desde México, en el inicio de esta historia: “Nuestro destino es demasiado incierto como para continuar con esta responsabilidad”, habría dicho el capitán Lüdecke.

Más de un siglo después, todavía aparecen historias de personas que buscan ese cofre sellado con brea.

Pero el Dresden entonces necesita carbón y avisa que viajará al Archipiélago Juan Fernández. El cable es interceptado.Churchill ordena alcance inmediato.

Es marzo de 1915, en Europa sigue la guerra, y los británicos divisan la silueta del Dresden contra el amanecer dorado en Bahía Cumberland. “Al ver que no había en la zona ningún buque chileno que pudiera exigir respeto a las aguas internacionales”, dice Bassett, dos buques de la Royal Navy abren fuego.

Canaris hace gala de su inglés británico, herencia de su instructor en la escuela de cadetes, y va a parlamentar con el enemigo, quienes lo devuelven al Dresden. Todavía no entrega el mensaje al capitán cuando llega otra bomba cuyo rastro hoy se puede ver en los acantilados de la Isla Robinson Crusoe. Los alemanes bajan a la costa y miran el hundimiento de su nave, ordenado por el propio Lüdecke, señala Basso.

Kilómetros frente a la isla Robinson Crusoe, bautizada en homenaje al solitario e inmortal escrito por Daniel Defoe en el siglo XVIII -que, según el estadounidense Jonathan Franzen en “Más afuera”, da origen a la exigencia de verosimilitud en las novelas- está la isla Alejandro Selkirk, ajuste de cuentas del náufrago real cuya historia inspiró a Defoe. 

La geografía agreste, los vientos imposibles —que también derribaron el avión donde murió Felipe Camiroaga en 2011 —protegen a decenas de especies endémicas, como el rojizo picaflor de Juan Fernández, al igual que el latinoamericano lobo marino de un pelo, cuya conservación se debe a la escasa presencia humana en la zona y sus gritos, desde la montaña, se escuchan como risas de personas. 

Así de borrascoso es el ambiente donde los marinos alemanes del Dresden despiden a más de una decena de fallecidos en el bombardeo a cargo del Glasgow y el Orama.

Los heridos son trasladados a la ciudad más cercana, Valparaíso, que hoy dista más de 30 horas de navegación a la velocidad del buque de carga y pasajeros “Aquiles”, de la Armada de Chile.

Las aguas entre el continente y el archipiélago son cosa seria.

Debido a la distancia, los detenidos del Dresden deben esperar un poco más en la isla, posiblemente en unas cuevas destinadas, según los fernandecinos, al encarcelamiento de piratas, lo cual no dista de la realidad. En el siglo XVI, las cabras de Juan Fernández, de característico pelaje rojizo con una cruz negra en el lomo, fueron dejadas ahí por el homónimo descubridor del archipiélago, como reserva de carne en medio del mar por donde pasó el corsario Francis Drake (antes de que la autora de este texto se embarcara, todos a su alrededor le dijeron “cuidado con enamorarse”, porque los lugareños gozan de gran atractivo gracias a su antepasados).

Más tarde, el oficial Canaris y sus compañeros son llevados a un lugar maritimamente más accesible, la isla Quiriquina, frente a Talcahuano, cuyo viaje en transbordador actualmente toma cerca de una hora.

Escape cinematográfico

Las cosas no han cambiado mucho en la Quiriquina desde ese año 1915. Hoy sigue siendo un recinto militar, por lo cual el flujo de personas desde el continente es limitado. Hace más de un siglo, en vista de una guerra poco entendible desde el Hemisferio Sur y carente de actualizaciones minuto a minuto o de transmisiones en directo, los permisos para que la colonia alemana de Talcahuano y Concepción viajaran a ver a los prisioneros del Dresden eran frecuentes. “Los agasajaban como héroes”, detalla Basso.

Bassett agrega que Canaris “hablaba español con suma fluidez, en nada cabía distinguir su español del de un nativo chileno”. A ello se sumaba que “no parecía alemán”, debido a su estatura y pelo oscuro, por lo que fue uno de los primeros en escapar “desde la isla en un bote, el 6 de agosto de 1915”, señala Basso de acuerdo al informe 280 de la sección confidencial (Inteligencia) de la Armada, conservado en el Museo Marítimo Nacional, en Valparaíso.

El joven oficial alemán volvió a respirar la libertad en la cercana Caleta Tumbes, desde cuya pequeña playa es posible acercarse en embarcaciones -algunas a remos, como la que habría ocupado Canaris- a los acantilados de varios metros en la Quiriquina, aunque más amigables que los de Juan Fernández. 

El mar también es más tranquilo debido a la forma de “U” casi perfecta de la bahía de Talcahuano, donde las olas ingresan a la costa entre los faros Punta Tumbes y de Cocholgüe, que se miran en los extremos. Al medio de estos focos solitarios está la isla, que suma al bloqueo de la violencia del Pacífico, por lo que navegar a remos es factible. Incluso se podría pensar en nadar, más aún cuando quien escapa es un oficial naval. Sin embargo, basta con mirar la profundidad de las aguas, aún cristalinas en el borde de la isla, su abundante fauna carnívora o carroñera, lo extenso de las algas que se extienden fuertes como lianas hacia la luz, además del frío del Pacífico Sur, capaz de matar en poco tiempo durante un día de agosto, para desistir del intento.

El frescor del Valle de la Mocha lleva a Canaris hasta Concepción, donde le entregan un disfraz de pobre vendedor ambulante, dinero y un pasaporte falso a nombre de Reed Rosas, hijo de madre británica y padre chileno, con el que viaja al sur, atraviesa la frontera con Argentina a la altura de Bariloche y se embarca rumbo a Buenos Aires, ciudad donde nuevamente es socorrido por sus coterráneos. Ya en Europa, pasa por Inglaterra, se baja en Holanda y vuelve a Alemania.

Este carácter a prueba de balas, lenguas y documentos “le valió para que su nombre resonara con claridad en los círculos supremos del mando militar alemán. Entre tanto, en Londres, por primera vez —la primera de una larga serie — el nombre de Canaris pasa por las mesas del Almirantazgo”, agrega Bassett.

El enigma del falso chileno

Convertido en una estrella, Canaris recibe el grado de teniente de navío, y, conscientes de sus habilidades, prontamente sus superiores lo trasladan a la sección IIIB, la inteligencia del Estado Mayor prusiano-alemán. Dados sus rasgos físicos, el dominio del español y el pasaporte chileno, el primer destino al que lo asignan es España.

En aquellas tierras, aunque no hay documentos concluyentes, el falso chileno Reed Rosas habría reclutado a la cantante y bailarina holandesa Margarita Gertrudis Zelle, quien pasó a la historia como Mata-Hari y, en el servicio secreto, la agente H-21. Los espías de tipo Romeo, en otras palabras, capaces de seducir a ciudadanos estratégicos para obtener datos, fueron decisivos en los dos conflictos mundiales, así como en la Guerra Fría. Tal vez hasta hoy.

Bassett y Basso coinciden en que Canaris plantea la idea de infectar con cólera la frontera entre España y Portugal, una guerra bacteriológica donde también entraría el ántrax en la carne importada desde Argentina a los países enemigos de Alemania. Tales creatividades no son autorizadas.

Asimismo, el teniente habría participado del asesinato de Rosa Luxemburgo, luego de que el fin de la Primera Guerra lo sorprendiera en un submarino rodeado por banderas rojas. “El Imperio alemán estaba en ruinas. Se había izado la bandera de la revolución comunista y los días del cuerpo de oficiales —que antaño fuera el árbitro del destino de Alemania —parecían estar contados”, indica Bassett.

El orden no demora en volver a comienzos de la década de 1920 y Canaris es enviado a un buque escuela de instrucción de cadetes, experiencia “fastidiosa”, en palabras del biógrafo, donde “el aislamiento de las intrigas y maquinaciones que tanto habían marcado su vida durante los tres años anteriores suponía una dura penitencia. La conspiración se había convertido en una especie de droga para el futuro almirante”.

Depresivo y con malaria, a lo que se añade el tratado de paz que impide el rearme de Alemania, el falso oficial chileno encuentra una nueva motivación vital en un programa secreto de construcción de submarinos en Japón, a lo que se añade el tráfico de armas para obtener recursos. La guerra es la guerra.

Ya con los nazis en el poder, en 1935, Canaris se convierte en el jefe de la Abwehr, uno de los siete organismos de inteligencia del régimen. Adolf Hitler estaba convencido de que la supremacía británica se debía a este tipo de organizaciones, que compiten entre sí, “un nido de víboras”, señala Bassett.

El falso chileno no entra en el antisemitismo, al menos no hay documentos que den cuenta de ello, pero sabe que cualquier gestión a favor de un grupo le costará caro a él y sus oficiales. Canaris, además, proviene de la clase alta, motivo por el que es mirado con recelo en el mundo militar, a lo que se suma la concepción de que el espionaje es una actividad de caballeros.

Reed Rosas muere antes de que se publique la novela “1984”, de Orwell, en 1949, pero en medio de la Segunda Guerra Mundial ya existe aquel zeitgeist, palabra alemana traducida como “espíritu de época”. Según dice el autor de “El enigma del almirante Canaris”, en conversaciones privadas éste “expuso con calidad que las órdenes de los departamentos exteriores, cuando implicaran métodos brutales, no llegarían a ser cumplidas; para ello se emplearía una diversidad de métodos, como el engaño y la demora, pero nunca se recurriría a actos públicos de obstrucción directa”.

Para conservar la fachada de que las cosas funcionan, aunque se está haciendo todo lo contrario, Canaris habría contado con el respaldo del ahora primer ministro Churchill. Ambos ya no tan jóvenes, pero todavía está en sus mentes el recuerdo vivo del juego a las escondidas por los canales del sur de Chile.

Todos saben de qué es capaz el falso chileno.

Bomba en el corazón

Canaris se reúne al menos 17 veces con el Führer, según cuenta Bassett, pero éste en 1942 ya no le cree nada porque descubre que algunos oficiales de la Abwehr se han aliado con los rusos en su contra, por lo cual la oficina pasa a depender de la RHSA, el Servicio de Seguridad Central del Reich. 

Contra el almirante no hay pruebas de traición, por lo que se le ofrece una salida digna en una oficina llena de boletas, como en las novelas de John le Carré. Las versiones reales de los “Bastardos sin gloria”, la película donde Quentin Tarantino abraza la idea de que un atentado en un cine podría haber terminado con el régimen nazi, se propagan por Europa.

La niebla de dudas es cada vez más densa, como en Juan Fernández al caer la tarde, y se arrastra hasta 1944, cuando Hitler se reúne con sus oficiales más cercanos en el búnker escondido en bosques perfectamente espesos, como aquel donde Brad Pitt, interpretando a un soldado estadounidense, junto al “oso judío”, Eli Roth, dibuja con un machete una esvástica en la frente del coronel Hans Landa, premiado papel de Christoph Waltz. 

Así es el escenario en que se esconde “la guarida del lobo”, donde el coronel Claus von Stauffenberg pone un maletín con una bomba bajo la mesa. Hasta hoy no se sabe exactamente qué salvó a Hitler en la Operación Valkiria, de la cual salió ileso y listo para autorizar cientos de ejecuciones de los presuntos responsables, entre ellos el mariscal de campo Erwin Rommel, el “Zorro del desierto”, considerado un héroe militar, a quien, en vista de que no habría un juicio, sus camaradas le dejaron una pastilla de cianuro.

A Canaris también le llega la noche, acusado por los nazis de salvar cientos de judíos y gitanos con su técnica de cometer la mayor cantidad de “errores” sin que nadie se diera cuenta.

Fue una estrella en el espionaje, pero un ser anónimo para la mayoría de sus compatriotas. Para él ya no habrán “salidas limpias”, sino el encierro y la tortura, que terminarán en la horca, apenas 20 días antes de la caída del régimen, en abril de 1945. “Muero por mi patria y con la conciencia limpia. Sólo cumplí con mi deber”,  serían las últimas palabras del falso oficial chileno, escribe Basso.

Bassett, en tanto, afirma “resistir la tentación de beatificar al almirante”. No obstante, “como observó el general Reinhard Gehlen —antiguo oficial del espionaje alemán, que con el tiempo fundó el servicio de Inteligencia de la República Federal—, Canaris tenía un don infrecuente entre los oficiales de su ámbito: era capaz de percibir la corriente histórica y proyectarla hacia el futuro”.

De regreso en 2025, el 15 de febrero pasado, fue hackeada la cuenta de X del Presidente alemán, Frank-Walter Steinmeier. En ella, aún con el sello gris para identificar a las autoridades gubernamentales, alguien publicó una foto de Hitler junto a la descripción “Make Germany great again”, en alusión al lema de Trump. Horas después, la presidencial cuenta fue suspendida.

Los fantasmas continúan entre nosotros.