Ensayo

1 de mayo, trabajo y derechos


El buen vivir

Si a algo deben aspirar los gobiernos del cambio -dice la filósofa Luciana Cadahia- es, justamente, a garantizarle a su pueblo un “buen vivir”. Este “buen vivir” no es otra cosa que una vieja consigna republicana, muchas veces cooptada por fuerzas políticas reaccionarias y otras veces olvidada en los procesos democratizadores. Algo que vale la pena recordar un 1 de mayo. Y también tras la victoria de las 40 horas laborales en Chile.

Asistimos al surgimiento de un nuevo ciclo de gobiernos progresistas en  América Latina. Y, a diferencia del ciclo anterior, Chile forma parte de este nuevo giro a la izquierda. No está demás volver a insistir en el entusiasmo que generó el triunfo de Gabriel Boric en América Latina, tras haberle ganado el pulso a los partidos políticos del establecimiento, afines a la histórica violencia institucional y al despojo sistemático del pueblo chileno. Por eso, cuando me refiero a este giro o cambio de ciclo no estoy pensando en consignas vacías o etiquetas al uso -como suele hacer cierto discurso reaccionario que busca deslegitimar los cambios en nuestros países- sino que apunto, más bien, al deseo de  ciertos gobiernos por construir un Estado que ayude a mejorar la vida de millones de personas.

Esto, para el caso chileno, es todo un desafío debido a varios factores, entre ellos: la persistencia de la cultura pinochetista y oligárquica, la destrucción sistemática del tejido popular organizado y a la ramificación, en todas las esferas de la vida social e individual, del modelo económico neoliberal que dejó como legado la dictadura. En ese sentido, no es tarea sencilla para el gobierno de Boric propiciar la transformación espiritual y material por la que fue elegido en el 2022. 

Pero, al mismo tiempo que su triunfo electoral nos produjo un gran entusiasmo, sentimos cierta decepción cuando lo vemos asumir el discurso de la extrema derecha en temas como el crimen organizado o el narcotráfico, responsabilizando a la migración de este drama latinoamericano. Como si este problema no fuera el efecto de un modelo económico para nuestros países que los gobiernos progresistas deben combatir con responsabilidad histórica, y más allá de las fronteras nacionales.  

No es tarea sencilla para el gobierno de Boric propiciar la transformación espiritual y material por la que fue elegido en el 2022. 

A pesar de estos sin sabores -porque son varios-, ha sido una gran noticia para Chile (y para toda la región) que el proyecto de reducción de horas de trabajo presentado por Camila Vallejo, allá por el año 2017, se haya convertido en ley este 11 de abril. Es un logro para Chile porque, tras los resultados negativos del plebiscito constitucional y el revés sufrido tras la caída de la reforma tributaria, este triunfo es una bocanada de aire fresco para el gobierno y un paso importante para la justicia social del pueblo chileno.

También es una gran noticia para la región. En primer lugar, porque Chile se convierte en el segundo país de Latinoamérica (después de Ecuador) en garantizar la jornada de 40 horas laborales, con la opción de trabajar 4 días y descansar 3. Por eso creo que Boric ha tenido un gran acierto en celebrar esta conquista en los términos de "un paso hacia el buen vivir", recordando la consigna promovida por el gobierno ecuatoriano de la Revolución Ciudadana durante los dos mandatos de Rafael Correa. Pero resulta que, y este no es un dato menor, no ha sido el expresidente Correa quien ha dado este paso en Ecuador, sino uno mucho menos recordado pero igual de importante para el continente: Jaime Roldós.

Me voy a detener un momento para recodar a esta figura de la historia política latinoamericana. Porque no solo se trata de un presidente que mejoró la vida de millones de trabajadores, sino también de un político latinoamericano que, a finales de los años 70’, luchó de manera incansable para denunciar, ante diferentes organismos internacionales, las dictaduras cívico-militares que se estaban cocinando en el Cono Sur. Mientras que en la región  el Plan Cóndor iba consolidando gobiernos de facto antidemocráticos, Roldós, a contracorriente de esta operación, construyó una política exterior de unidad latinoamericana en defensa de los derechos humanos; juzgada por altos mandos del ejercito ecuatoriano (pero también colombiano, chileno y argentino) de “lírica y romántica”. Y, al igual que Allende, Roldós sufrió un destino trágico del que poco se habla. El mismo día en que se jugaba un partido de fútbol entre Chile y Ecuador en Guayaquil, “se estrelló” el avión que debía conducirlo a Loja. Gracias a los archivos desclasificados de la CIA, hoy podemos saber que el ejercito ecuatoriano también formó parte del Plan Cóndor y que ese organismo promotor del terrorismo de Estado y de la desaparición forzada de personas declaró a Roldós figura non grata. Existe un excelente documental, dirigido por el cineasta ecuatoriano Manolo Sarmiento, que evidencia los nexos entre la muerte de Roldós, el accionar del jefe del comando conjunto de las fuerzas armadas de aquel entonces en Ecuador, Raúl Sorroza, y altos mandos del Plan Cóndor de Argentina, Chile y Colombia. Incluso, en ese documental, se escuchan las palabras del embajador de Chile en Ecuador, el pinochetista Leonidas Irarrázabal, quien, tras finalizar el partido de fútbol, y al ser consultado por la sorpresiva muerte de Roldós, no puede disimular sus palabras y expresa:  “ha sido un orgullo estar junto a la selección chilena. Y junto a Chile que venía al Ecuador en estos momentos. Vine a una fiesta y resultado me voy verdaderamente a un entierro. Pero creo que la actitud honorable y caballerosa del equipo y de los dirigentes chilenos, y del comportamiento y del resultado del equipo nos deja muy en alto y muy honrados de ser chilenos”.

Pero no son estos tenebrosos hilos que hermanan la historia de  Chile con la de Ecuador la que quiero venir a contar aquí, sino que me interesa volver a esa otra que propicia Boric cuando, para celebrar la nueva ley de jornada laboral, cita lo mejor del legado ecuatoriano en lo que va de este breve (pero intenso) siglo XXI: el buen vivir de la Revolución Ciudadana. Porque si a algo deben aspirar los gobiernos del cambio es, justamente, a garantizarle a su pueblo un “buen vivir”. Y este “buen vivir” no es otra cosa que una vieja consigna republicana, muchas veces cooptada por fuerzas políticas reaccionarias y otras veces olvidada en los procesos democratizadores. 

La otra razón por la que también es una gran noticia para América Latina esta ley es que se suma (y le da fuerzas) a la reforma laboral que está impulsando el gobierno que lidera Gustavo Petro en Colombia. En ese escenario también Colombia está impulsando el “buen vivir” o “vivir sabroso” -como diría su vicepresidente Francia Márquez- de millones de personas. Colombia, al igual que Chile, ha sufrido la ramificación de las políticas neoliberales del continente. Solo que no hizo falta un golpe de Estado para instalarlas. Bastó con la consolidación, desde las mismas cúpulas del “Estado de derecho”, de la narrativa del enemigo interior que justificara, hasta el gobierno de Iván Duque que concluyó el año pasado, la persecución y desaparición forzada de militantes, políticos, intelectuales de izquierda y líderes estudiantiles, territoriales y sociales. 

Boric ha tenido un gran acierto en celebrar esta conquista en los términos de "un paso hacia el buen vivir"

Conecto el logro de Chile con el legado de Ecuador y el futuro de Colombia porque creo que estas conquistas colectivas son el mejor antídoto contra la reorganización fascista que está sufriendo nuestro continente. Una reorganización que promueve, en clave postdemocrática, la destrucción de los derechos y las instituciones republicanas, mediante la expansión del narcotráfico y una economía salvaje para nuestros pueblos.  

Por eso, respecto a esas viejas fuerzas golpistas, hoy recicladas en partidos de extrema derecha, Álvaro García Linera, ex vicepresidente de Bolivia, planteó una ruta para el progresismo latinoamericano en una conferencia dictada hace pocos días aquí en Santiago de Chile. Tras la consideración de la pandemia, la guerra y el rearme de la extrema derecha en nuestro continente, García Linera soltó una consigna clara: los gobiernos populares del cambio tienen que ser audaces. No es momento para el consenso con las fuerzas antidemocráticas y elitistas de nuestra región, no es momento para retroceder en materia de derechos colectivos e individuales. Es momento, en cambio, de construir una región soberana que asuma un rol activo ante el nuevo orden mundial que se viene. Y eso pasa, entre otras cosas,  por liderar una transición energética con justicia social y con garantía de derechos para nuestros pueblos y la naturaleza. 

Creo, siguiendo las palabras de García Linera, que la nueva ley aprobada en Chile va en la dirección de esa audacia republicana que exige nuestro tiempo. Pero necesitamos, todavía, mucha más audacia si queremos hacer de Chile y del continente americano un espacio de futuro, paz, prosperidad  e igualdad para todes.