Ensayo

Dictadura, memoria y derechos humanos


¿Cerrar el duelo?

¿Es posible dejar atrás el duelo sin reparación, verdad y justicia? A 50 años del golpe de Estado, Cristián Warnken hizo un llamado a “cerrar el duelo”, diciendo que el país -y particularmente la izquierda- debiera hacerlo. Pretender eso es desconocer arbitrariamente que sus consecuencias son intergeneracionales, multidimensionales y transversales en la sociedad chilena, advierte el investigador Thomas Villaseca.

La conmemoración de los 50 años del golpe de Estado, en lugar de hallar puntos de encuentro para avanzar en la verdad, la justicia, la memoria y el "nunca más", se ha convertido en un escenario donde sectores políticos y sociales defienden las consecuencias institucionales de la dictadura, llamando a cerrar el duelo y poner fin a un ciclo. Vale preguntarse: ¿es solo un duelo? ¿Es un proceso individual y selectivo de ciertos sectores políticos? ¿Qué aportes disciplinares desde las ciencias sociales podemos hacer para reflexionar sobre problemáticas como el duelo y la reparación?

Recientemente, Cristián Warnken hizo público su llamado a “cerrar el duelo”, pues en sus palabras, “el país debe hacerlo y, sobre todo, la izquierda”. Es una narrativa instalada por sectores que buscan cierta obliteración de la memoria. Pretender que al cerrar un duelo solo en la formalidad de un acto nominal que anuncia la superación de la aflicción, sin mayores acciones concretas que impliquen el reconocimiento de la violencia que causó tal dolor, podrían abrir la posibilidad de reencuentro y cohesión social, es un gesto cruel e insensible.

La forma de enfrentar el desafío de reparar las heridas causadas por el golpe de Estado y la dictadura no pasa por cerrar un duelo. Estas intenciones de pretender que las violaciones a los derechos humanos ocurridas entre 1973 y 1990 solo afectaron a un sector político es desconocer arbitrariamente que sus consecuencias han sido intergeneracionales, multidimensionales y transversales en la sociedad chilena, teniendo efectos y consecuencias en el tiempo presente. El real significado del duelo de los familiares de detenidos desaparecidos y de todos aquellos que experimentaron alguna forma de violencia política estatal es que este ha sido un proceso constante de negación, injusticia e impunidad frente a sus experiencias y vivencias con el terrorismo de Estado desplegado por la dictadura. No es solo haber experimentado el trauma que ocasionó el duelo, sino ¿cómo se ha vivido ese duelo?

Lejos de procesos rectificatorios de las responsabilidades de Fuerzas Armadas y el reconocimiento del apoyo de civiles en la represión y exterminio de aquellos identificados con el gobierno de Salvador Allende, en Chile la violencia desplegada se eterniza reviviendo la muerte, la persecución, la tortura, la relegación y el exilio. Por medio de una democracia donde los cómplices del golpe y la dictadura continúan dirigiendo el país, manteniendo un sistema político que los desconoce, así como un sistema económico de míticos logros que se usa para reivindicar y justificar las injusticias infligidas contra ellos.

Pretender que al cerrar un duelo solo en la formalidad de un acto nominal que anuncia la superación de la aflicción, sin mayores acciones concretas que impliquen el reconocimiento de la violencia que causó tal dolor, podrían abrir la posibilidad de reencuentro y cohesión social, es un gesto cruel e insensible.

Incitar a un duelo artificial es arraigar maliciosamente todos los horrores de la dictadura a una especie de proceso simbólico de cierre y avance que desconoce las dimensiones del daño causado y su perpetuación a lo largo de estos 50 años. Si se analiza más allá de las fronteras chilenas, cuando se estudia historia reciente, el debate se traslada ineludiblemente al desarrollado en Argentina. La autora Marina Franco describe que el planteamiento de la historia reciente es la relación entre las dictaduras militares y sus consecuencias inscritas en los debates sociales y políticos del presente. Bajo este parámetro, los estudios respecto de la dictadura y sus consecuencias no pueden ser apartados de la sociedad actual, pues las consecuencias de la dictadura se inscriben en el presente. Buscar el cierre de ciclo sin emprender un rumbo con sentido hacia la verdad y la justicia es no solo desconocer la dictadura con sus secuelas en la actualidad, sino también pretender que todo su artificio y ejecución quede en la impunidad y como un hecho aislado que no tiene efectos sobre el tiempo presente.

Por ejemplo, en los últimos días se desarrolló la marcha en conmemoración a las 119 víctimas de la operación Colombo. Con siluetas a escala real de cada una de ellas, recorrieron las calles de Santiago, instalando la urgencia de la reflexión sobre sus historias y la necesidad de no olvidar. Rescato este acto: es una señal de que las terribles sombras y consecuencias de los actos de terrorismo de Estado ocurridos hace 50 años siguen estando presentes en las calles de nuestro país. Nos siguen hablando de los silencios que es necesario romper y la búsqueda de verdad y justicia que como sociedad debemos asumir junto a los familiares de esos 119 desaparecidos. Ellos presenciaron los montajes del Estado y la prensa, y debido a la impunidad que aún revisten estos casos, imponen sus historias de hace medio siglo como contingentes y presentes hoy día.

Incitar a un duelo artificial es arraigar maliciosamente todos los horrores de la dictadura a una especie de proceso simbólico de cierre y avance que desconoce las dimensiones del daño causado y su perpetuación a lo largo de estos 50 años.

Es importante recordar los dichos del presidente Gabriel Boric, reafirmando que el Estado, pese a no ser nosotros generacionalmente, "privó material y formalmente de la patria" a quienes tuvieron que vivir la diáspora y el exilio durante la dictadura militar. Con este llamado a la responsabilidad estatal e intergeneracional, se vislumbra que las oscuras consecuencias de la dictadura siguen afectándonos hoy. 

En ambos casos se plasma la manera en que las secuelas dictatoriales siguen vigentes en compromisos que se deben asumir de manera histórica, pero con las urgencias que implica reparar injusticias que son parte de nuestro presente. No se deben abordar con interpelaciones que llamen al olvido y la superación sin reparación. 

Instalar narrativas tendientes a un tránsito de superación y unidad frente a lo sucedido tras el golpe de Estado de 1973 desconociendo sus efectos en el presente es reiterar un llamado a la obliteración y a un duelo artificial nocivo para la democracia, obstaculizando lograr estándares de reconocimiento, verdad, justicia, memoria, y una voluntad de nunca más a la dictadura.

La posibilidad de cerrar un ciclo y vivir un duelo en Chile es un acto complejo en tanto se ha banalizado la responsabilidad que tenemos como ciudadanos(as) en comprometernos con la no repetición. Se debe avanzar en esclarecer y alcanzar la verdad y la justicia de manera transversal como acto político y social, capaz de lograr una irrestricta reafirmación de nuestro compromiso con la democracia y el respeto a los derechos humanos.