Crónica

Punta Arenas, el territorio que explica a un presidente


Chile: ¿Alcanzarán los sueños?

En la radio de Punta Arenas hablan de un fenómeno nuevo: los embotellamientos de tránsito. De su hijo, futuro presidente, apenas dicen que no se olvide que viene de una ciudad de buena gente. Gabriel Boric no volvió pero nunca se fue del lugar donde aprendió a caminar. La energía politizada, migrante, poética, regionalista y cosmopolita del sur chileno le dictaron una visión del mundo. ¿Alcanzará para reinventar su país soñado? La izquierda y la movilización social siguen encendidas y también lo están mirando.

El nuevo presidente chileno cuenta que escucha K-pop y Bad Bunny, manda mensajes de apoyo a Taylor Swift, lee sobre crisis climática y tiene varios tatuajes inspirados en motivos magallánicos: un árbol, un mapa, un faro que ilumina una isla desierta. De esa madera está hecha la construcción personal y política de Gabriel Boric, el millennial nostálgico de un tiempo que no vivió. 

Lector voraz y astuto en redes sociales, regionalista y cosmopolita, de izquierda y pragmático. Boric es, también, la imagen de Punta Arenas, el pueblo-ciudad donde se crió: la épica fundacional en el sur bravío y la ilusión de la modernidad. Los migrantes europeos y los chilotas mixturando familias y apellidos, linajes mapuches huilliches y croatas, italianos, tehuelches, alemanes, catalanes. El pueblo en el que todos se conocen y que convoca a miles de turistas ávidos de fotografiarse con pingüinos, auscultar icebergs y ahorrar en electrodomésticos en la zona franca.

***

Por construirse estaba esta ciudad cuando alzaron

sus hijos primogénitos otra ciudad desierta

y uno a uno ocuparon, a fondo, su lugar

como si aún pudieran disputárselo.

Cada uno en lo suyo para siempre, esperando,

tendidos los manteles, a sus hijos y nietos.

Gabriel Boric repite el poema de Enrique Lihn cada vez que puede. Ante las cámaras de televisión o frente a la élite que se adueñó de Chile más allá del gobierno de turno. El poema se llama Cementerio de Punta Arenas. En su primer verso remite a las diferencias de las tumbas y lápidas que aloja. Allí, ni aun la muerte pudo igualar a estos hombres, dice, y tal vez refiera a la modesta y trizada lápida de los mártires del incendio en 1920 del local de la Federación Obrera de Magallanes (FOM) “caídos por la barbarie capitalista”, y al panteón de José Menéndez, rey de la Patagonia, terrateniente, empresario y responsable de masacres de indios selk’nam primero y trabajadores rurales después, a comienzos del siglo XX.

En enero Boric volvió a repetir el poema. Ya era el presidente electo. Abría el  Encuentro Nacional de la Empresa, Enade 2022, organizado por el Instituto Chileno de Administración Racional de Empresas (Icare). Así enmarcaba su desafío: “encontrar aquí aliados y aliadas para enfrentar la desigualdad”.

Disminuir la desigualdad es el principal objetivo de su gestión.

Boric es hijo de la rebeldía regionalista y de las tensiones poéticas de esa ciudad por la que también pasó Gabriela Mistral para después escribir: 

La tierra a la que vine 

no tiene primavera: 

tiene su noche larga 

que cual madre me esconde.

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“Cabezón”, por razones que saltan a la vista, y también “Gabriel… a Mistral”, porque era bueno para leer poesía. Así le decían a Boric de niño y adolescente en Punta Arenas. Me lo cuenta Gaspar Pujadas, amigo y compañero del nuevo presidente chileno desde jardín de infantes hasta hoy. Juntos callejearon todo lo que la ciudad les permitió cuando entre los 12 y los 16 años se creían punks, poetas malditos, jóvenes que desafiaban el corset del British School, cuando escribían versos y leían compulsivamente, visitaban bares clandestinos donde escuchaban a los mayores que iban por su vasito de vino al atardecer.

—Nos gustaba buscar bares viejos, tugurios escondidos, ver y tomarnos una cerveza, observar una realidad que no era la nuestra, ¿cachai?

Vestían de negro, influenciados por el simbolismo poético, buscaban rincones desde donde ver pasar la vida. Cada uno de ellos tenía su árbol secreto, su ciprés al que trepar para leer tranquilos o tomar algo espirituoso. Ya en campaña Boric volvería a subirse a un ciprés, algo de romanticismo, una cuota de márketing político.

Estoy en Punta Arenas #BuscandoaBoric. Trato de entender el fenómeno: un joven de 36 años, hijo de esta tierra, llega a la presidencia del país desigual, en el que aún resuenan los ecos del estallido de 2019. 

Estamos a finales de febrero, de un improbable verano. El viento y la lluvia golpean los postigos. Gaspar está sentado en el sillón de su casa, calmando la ferocidad juguetona de Oliverio, su gato de dos meses. Tiene la misma edad que el presidente pero después de estudiar en Santiago y pasar tres años en Buenos Aires volvió a Punta Arenas. Es dibujante y comparte con sus padres un emprendimiento de cerveza artesanal.

Volver siempre es una posibilidad para un joven de una región alejada que estudia en la capital y extraña la calma del lugar donde creció. 

A fines de los ‘90, durante su preadolescencia, Gabriel Boric comenzó a interesarse por la historia y la política. Nacía el interés por los anarquistas de la Federación Obrera, por el socialista chileno Luis Emilio Recabarren, por el Presidente Salvador Allende. Más tarde, apenas se instaló en la capital supo que ya no volvería. Atrás empezaban a quedar la Súper Nintendo, los Caballeros del Zodíaco y Dragon Ball, su fanatismo por las figuritas con las que jugaba en el recreo, atrás el niño ñoño, perno, bien peinadito.

Bajo la lluvia, apenas ocho grados, camino por la costanera hasta la casa de sus padres. Ya no hablan con la prensa. Pero estoy aquí. Insisto por whatsapp.

A los 13 años se incorporó al grupo de estudiantes que habían formado Intransigencia Izquierda Insurreccionalista, o colectivo I3. La modesta militancia era la válvula de escape a la rigidez del British School y a la comodidad económica de ser hijo de un ingeniero y funcionario de la Empresa Nacional del Petróleo (ENAP). Poesía y política. 

—Era una especie de sociedad de los poetas muertos —resume Gaspar, entre risas. 

Un año después, Gabriel participó de la refundación de la Federación de Estudiantes Secundarios de Magallanes. Renombró su chat como Capo el Rojo.

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(Estoy #BuscandoaBoric... pienso. Trato de entender este fenómeno: un joven de 36 años, un hijo de esta tierra, llega a la presidencia de este país desigual, en el que aún resuenan los ecos de la revuelta de octubre de 2019. Bajo la lluvia, nueve días antes de la asunción, apenas ocho grados, camino por la costanera 21 de Mayo de Punta Arenas hasta la casa de dos pisos, techo verde y rejas donde viven María Soledad Font Aguilera y Luis Javier Boric Scarpa, sus padres. Por recomendación oficial, ya no hablan con la prensa. Pero estoy ahí, le insisto por whatsapp a Simón, hermano de Gabriel, para que me habilite la entrevista. No tengo respuesta. No toco el timbre.

Punta Arenas es una ciudad de casas bajas, achaparradas, con estilo colonial algunas construcciones, modestas y siempre bien calefaccionadas la mayoría. Hay asfalto en todas las calles, hay subidas y bajadas propias de la geografía patagónica, una costanera amplia con monumentos que dan al mar, al Estrecho con aguas casi siempre tranquilas por donde pasan barcos de carga y cruceros de lujo que llevan en su interior el motor de la economía puntarenense. Restaurantes, bares y locales de souvenires, zona franca con promociones, un mall muy visitado. Días tan largos en verano, esquinas con pasamanos para no volarse, frío hiriente.)

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“El invierno en Punta Arenas se parece a un gigante cetáceo que reposa sobre la marea”, dice el escritor puntarenense Óscar Barrientos Bradasic en su libro El barco de los esqueletos.

Óscar está repodrido pero se ríe franco. Profesor de lengua y mentor intelectual (que lo fue) y guía literario (que lo es) de Gabriel Boric, los periodistas lo han (hemos) perseguido para que nos cuente más de su ex alumno. Se sienta en el pequeño café que en el centro de Punta Arenas quedó al margen del circuito del turismo y recibe en cambio a pintorescos personajes locales. Se saca el barbijo que no le cubre toda la prolija barba en punta, y pone sobre la mesa y me regala su libro de cuentos Paganas Patagonia de tapa ilustrada con un dibujo del Mariscal Tito sosteniendo a un castor.

—Druze Tito mi ti se kunemo —dice, ríe y luego me traduce-. Compañero Tito, te lo juramos.

Lo croata cruza la cultura de Punta Arenas. Ya no por su arquitectura sino por una mezcla de gloria pasada y futuro aspiracional. Buscando oro llegaron a fines del siglo XIX los primeros inmigrantes que cambiaron las costas del Adriático por el Estrecho de Magallanes. Partieron desde el Imperio Austro-Húngaro primero, de Yugoslavia más tarde, hoy Croacia, guerras y separatismos de por medio.

La fonética del apellido del nuevo presidente se volvió una cuestión internacional: lo nombramos Boric, Boris, Borich, Borish.

La colonia croata en Punta Arenas es de las más importantes de Chile. Los apellidos terminados en ic son mayoría; y hay clubes, calles, sociedades, restaurantes croatas. 

Ive Boric Baresic llegó a la isla Lennox, 350 kilómetros al sur-este de Punta Arenas, en 1895. El bisabuelo del presidente no encontró oro pero dejó su apellido impreso en un río. Se instaló en Punta Arenas con su esposa. Tuvieron hijos que tuvieron hijos. Así nació Luis Javier Boric Scarpa, padre del Presidente electo.

María Soledad Font Aguilera es hija de Jaime Font Binotto y Regina Aguilera Carrasco, de linaje catalán el primero, española la segunda.

El matrimonio de Luis Javier y María Soledad dio tres hijos: Gabriel, Simón y Tomás.

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(Romina -gorro de lana, cachetes rosados- vende artesanías en un carro de la plaza de Armas, en el centro de Punta Arenas. Me dice que cuando Boric ganó la elección vendió muchas banderas magallánicas; que no le tiene confianza pero que seguro va a poner empeño porque es un cabro joven, que ojalá -baja la voz- no se meta mucho con la onda comunista porque para qué si al país lo mueven los empresarios, y que si los empresarios no invierten en el país no hay pega, sin turismo yo no podría estar aquí. Sobre la mesa de su carro, los imanes de Boric subido al ciprés que fue imagen de campaña, se venden a 2 mil pesos chilenos -unos 270 argentinos-. También ofrece almohadones del presidente electo vestido de camisa, saco y bandera de Magallanes. Me piden deme un Boric de estos… ¡un Boric lover! Voy a hacer un imán con Boric lover.)

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Gabriel y Simón Boric fueron alumnos de Óscar Barrientos Bradasic, el profe de lengua que a ocho días del cambio de mando llega a la mesa del café del centro de Punta Arenas, deja su libro sobre la mesa, bromea en croata y ríe.

A Gabriel le interesaba mucho la literatura. Tenemos una relación con la literatura que mantenemos hasta hoy día, dice. En febrero, el futuro presidente pasó sus vacaciones en el archipiélago de Juan Fernández, y desde ahí intercambiaron whatsapps. Boric releía Robinson Crusoe, ambientada en la isla que ahora pisa, y se interesó por David Foster Wallace, cuyas cenizas fueron esparcidas en esa región del Pacífico chileno.

Boric es, también, la imagen de Punta Arenas, el pueblo-ciudad donde se crió: la épica fundacional en el sur bravío y la ilusión de la modernidad. 

Durante la secundaria Óscar estimuló la lectura del grupo de amigos de Gabriel. Trataba de que leyeran algo que los conmoviera, que sintieran la literatura como algo vivo. Trataba de llegar desde lo contemporáneo a lo clásico. Que entendieran que la literatura es un espacio de libertad.

Leían clásicos latinoamericanos, Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Jorge Luis Borges, Juan Carlos Onetti. Pero también novela policial, Raymond Chandler, y novela negra. Y poesía, mucha poesía: Pablo de Rokha, Gonzalo Rojas, Lihn, Jorge Teillier, Mistral, Mario Benedetti.

¿Qué diría hoy Lemebel de Boric?

Formaron el grupo La Bandada, compartieron poemas en el taller literario. Con 15 años y bajo el seudónimo Gorrión, Boric escribió el poema Yo Soy, que comenzaba: 

Soy el hombre construido de montañas. 

De montañas y de grandes aluviones. 

Aquellos que lloraron los dioses de pena acumulada. 

Los mismos dioses que vendimos al infierno.

A los 18 años Boric partió a Santiago para estudiar Derecho. Una tarde de agosto de 2014, el profe de literatura quedó en encontrarse con él en un restaurante de la capital chilena, frente a Metales Pesados, la emblemática librería. Este huevón iba a llegar y no llegó. Y entró Pedro Lemebel, lo saludé, nos conocíamos, se quedó a comer conmigo. Hubiera querido presentarlos, pero Gabriel no llegó.

Aquel mediodía Boric no vio a Lemebel. El cronista, escritor, performer, murió cuatro meses después, en enero de 2015. En el Congreso el joven diputado por Magallanes lo homenajeó: La primera vez que tuve la oportunidad de leer partes de sus crónicas en “Perlas y cicatrices” -dijo ante un auditorio de bancadas de derecha y caras largas- quedé conmovido. Tenía pasión, rebeldía, tremendo estilo. Es importante reconocer la crítica que hizo a la izquierda, sector a la que pertenecía, en el Manifiesto Hablo por mi diferencia, en 1986, una crítica radical al conservadurismo de la izquierda tradicional.

García Márquez, Cortázar, Borges, Onetti, Chandler, Rokha, Rojas, Lihn, Teillier, Mistral, Benedetti: entender a Boric según la literatura que marcó su juventud.

¿Qué diría hoy Lemebel de Boric? ¿Qué habría dicho de la aparición de Boric en Las caras de la Moneda, el show televisivo de Don Francisco? Alguna vez Lemebel escribió sobre el conductor: reconoció su talento para imponer una imagen antitelevisiva en el medio, que “supo entretener con el mismo cantito apolítico todas las épocas”, “atrincherarse en el Canal Católico” y ser consecuente con el apoyo de la derecha empresarial. 

Antes de la segunda vuelta del 19 de diciembre, Boric visitó Las caras de la Moneda. Se lo notó en territorio ajeno. Sobreactuó naturalidad, gesticuló de más. Hacer confesiones íntimas le permitió ganar masividad entre un público que desconocía aspectos personales de su vida y encontrar los votos que le faltaban para ganarle al ultraderechista José Antonio Kast.

Boric contó que de chico fue diagnosticado con neutropenia -una enfermedad de la sangre-, que quedó internado en Santiago y casi no tuvo contacto con su familia. Que jugó al bowling y fue preseleccionado regional. Que su nono le leía poesía y le enseñó a pescar (lloró al ver el video de su abuelo). Después recibió en el estudio a su hermano menor, Tomás, quien a los 11 años tuvo un cáncer. Dijo que en esas horas dramáticas estuvo a punto de encomendarse a Dios pese a ser agnóstico, que releyó la Biblia después de leer El Reino de Emannuel Carrere. Que al salir del colegio comía barro luco palta -un sandwich de carne y queso- y tomaba licuado de banana. Cantó “Volver a los diecisiete” con bastante afinación. Le contó al país entero que con su compañera, Irina Karamanos, se dicen “Chofu” y “Chofa”, porque les gusta mucho la alcachofa.

Don Francisco escuchó a Boric con una estudiada sonrisa. Antes de despedirlo le regaló una corbata y le pidió que la use, como diciendo ya está bien de esa rebeldía juvenil, bienvenido a nuestro territorio, a nuestro mundo. Las caras de la Moneda fue trending topic en Twitter, con casi 45 mil interacciones.

Si el show televisivo del Chile más conservador y popular lo invita a su territorio, lo quiere propio, ¿qué puede esperar Boric de la reacción de la izquierda y de la calle? 

Los viernes siguen siendo día de marcha en Santiago. Se autoconvocan organizaciones sociales, colectivos de familiares y amigos de las víctimas de la represión y de los presos políticos de la revuelta, anarquistas, algunos pocos partidos. Esa izquierda también va mirar de cerca la gestión Boric, dispuesta a no dejar pasar ninguna medida contraria al espíritu de octubre de 2019.

La revuelta es permanente. Me lo dice un hombre de casi 70 que su nombre mejor no, bandera mapuche en la mano, y que entrada la noche del viernes 25 de febrero acaba de ser corrido de la Plaza Dignidad por los Carabineros. No, no ha terminado insiste, aunque cuesta encontrar en el puñado de 200 personas que participaron de la marcha sea un reflejo de las centenares de miles que cristalizaron el cambio político más importante de Chile en los últimos 50 años.

La movilización que generó el estallido sigue encendida. "Queda la esperanza, quedan las marcas de la represión, quedan las trampas de la élite para intentar salir victoriosa de este trance histórico", dice Víctor Hugo Robles, el Che de los gays.

En la plaza Dignidad, el General Manuel Baquedano ya no mira desde las alturas del monumento. En marzo de 2021, el gobierno de Piñera decidió quitarlo, caballo y todo, con la excusa de evitar la vandalización de la estatua. Hoy los Carabineros custodian un pedestal sin símbolo.

¿Qué queda de octubre? le pregunto a Víctor Hugo Robles, el Che de los gays, pañuelo de seda rojo, boina negra con la estrella de cinco puntas en lentejuelas plateadas, anteojos. Queda la esperanza de una transformación profunda, de un cambio de época. Quedan las huellas del dolor, las marcas de la represión. Quedan las trampas que ha ideado la élite política para intentar salir victoriosa de este trance histórico.

A Boric, Robles le dice traidor. Primero, por firmar -a espaldas de su partido- el Acuerdo por la Paz que, en noviembre de 2019, encauzó institucionalmente el reclamo de las calles y abrió la puerta al llamado a la Convención Constituyente. Canceló la posibilidad de ensayar una salida insurreccional. No hubo una salida insurreccional porque la elite política lo prohibió, dice.

Pocos días después de firmar, Boric fue escrachado -funado dicen en Chile- en el Parque Forestal, una plaza del centro de Santiago. Vendiste al pueblo, a los estudiantes, le dijeron, lo mojaron con cerveza y le tiraron la gorra que llevaba puesta. Nunca más vas a caminar tranquilo, le gritaron. Sentado en el banco de la plaza, Boric no respondió a las agresiones. 

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Capo el Rojo juega a la pelota en la cancha pública que está al lado de su casa de la costanera en Punta Arenas. Tiene 8, 10, 15 años. Juega mejor que Simón y mucho mejor que Tomás, a quien el fútbol nada.

Entre partidos y bicicleteadas comienza a interesarse por la historia. En su árbol genealógico encuentra experiencias políticas. El tío abuelo, Roque Tomás Scarpa, fue el primer Intendente de la región de Magallanes al regreso de la democracia, un gran opositor a Pinochet, designado por Patricio Alwin, repasa el hermano Simón, periodista y mano derecha del rector de la Universidad de Chile. Roque era Demócrata Cristiano, igual que el padre de Gabriel, Luis Javier. Los demócrata cristianos dicen que son de centro, nosotros decimos que son de centro derecha, se ríe Simón, pero recuerda un hogar con valores humanistas, cruzado también por el fervor religioso de su madre María Soledad -pertenece al grupo católico conservador Schoenstatt, mientras que su tío abuelo Vladimiro fue el primer obispo de Punta Arenas-, por la solidaridad y por una biblioteca política que marcó el interés de quién sería más tarde Presidente de la Federación de Estudiantes Universitarios de Chile (FECH), dos veces Diputado, y ahora Presidente de la República.

Capo el Rojo es hincha de la Universidad Católica. Entrena y disputa partidos con la camiseta de Sokol, un club croata local. 

—¿Jugaba bien?- pregunto a Simón. 

Se defendía.

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(Si lo croata, como paradigma de lo migrante, cruza Punta Arenas, lo magallánico se constituye como una identidad. Vida esforzada que desafía la hostilidad del clima, rebeldía contra el norte abandónico y, a la vez, convicción de autosuficiencia, generan personalidades seguras de sí mismas. Tanto que sus habitantes se permiten la hospitalidad.

El mar es barroco, llama a la exuberancia, a la sobrecarga de adjetivos. Aun el Estrecho de Magallanes, esta planicie azul que deja la tarea de la bravura al Cabo de Hornos. A los pies del Estrecho, Punta Arenas, ciudad fundada por militares en 1848 y levantada por chilotes y croatas, y chilenos del norte y alemanes e italianos. Los selk’nam que habitaron esta tierra antes de la llegada de conquistadores y colonos hoy solo decoran imanes para heladeras, pequeñas estatuas ofrecidas a los turistas. Las matanzas y desplazamientos fueron feroces.

Solange y su taxi esquivan los tacos -embotellamientos- que se forman a primera hora de la mañana en Punta Arenas a principios de marzo, en pleno comienzo del ciclo lectivo. 

En la ciudad de unos 150 mil habitantes, las radios no hablan de otra cosa que de los tacos matutinos. Pasan horas hablando sobre el tránsito. En las emisoras puntarenenses Boric no es noticia. 

Solange sabe por dónde ir. Dice que si le preguntan si es chilena responde magallánica, y que elige este lugar del mundo por la tranquilidad. Ojalá el Gabriel no se olvide que es magallánico, y que aquí la gente es buena. Llega al aeropuerto, como le había pedido, a las 8 en punto).

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—¡Iaa, para tu música

El grito de Simón no hace mella. Es temprano, el día recién arranca. Desde su cuarto, donde cuelga un mural que dice “Seamos realistas, hagamos lo imposible”, la pared rayada con el logo de Dos Minutos en aerosol, pósters y souvenirs de la Universidad Católica, el joven Gabriel escucha Quilapayún e Inti Illimani. La nueva canción chilena llegó a su vida por Felipe Valenzuela, también del British School pero tres años mayor, y hoy pieza clave de su equipo de comunicación.

“La Idea” funcionó hasta hace pocos meses como centro cultural. La movida de este espacio lo ayudó a ser reelegido diputado en 2018.

Desde chico fue ecléctico en su gusto musical: mucho punk rock, Metallica, Nirvana, Pearl Jam, bandas under. Íbamos a recitales independientes en el Sindicato de Estibadores a escuchar bandas locales, todo ruidoso y cochino, enumera Gaspar. Pero a Gabriel lo cargaban porque también le gustaba otra cosa: la música cebolla, las baladas románticas. Siempre fue muy enamoradizo. Después se pasó a la trova cubana. En 2005 viajó a Santiago a ver a Silvio Rodríguez en el Estadio Nacional, fue con el profesor de informática, que era cubano. La venganza de Simón por aquellos despertares musicales abruptos llegaría en forma de interrupción de la transmisión del precario internet de mediados de los ‘90 en Punta Arenas. Cuando Gabriel intentaba descargar música, Simón levantaba el teléfono y le cortaba la señal.

Pero las discusiones entre los hermanos Boric no eran lo habitual. Simón recuerda a su hermano mayor muy protector, tranquilo. Y que esas características hoy se traducen en un liderazgo político innato, genuino, convocante y amplio.

— ¿Te sorprende hasta dónde llegó? —le pregunto.

— En parte, sí. Aunque nunca manifestó que estaba en sus planes ser presidente, siempre pensé que podía ser una opción. Por ese lado no es una sorpresa. Distinto hubiera sido si me hubiese dicho que quería ser astronauta.

— ¿Cuánto le queda al presidente de la rebeldía magallánica?

— En Chile se habla poco. Todavía te dicen: no se habla de política, de fútbol, ni de religión. Un país al que no le gusta que le cambien las cosas. A ese status quo Gabriel nunca lo respetó. 

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Gabriel Boric no había nacido cuando, en 1984, Punta Arenas protagonizó el primer acto nacional de rebeldía contra Pinochet, en la cara del dictador. Durante una visita oficial, unos vecinos se colaron en el acto oficial y le gritaron: ¡Asesino! Una filmación en VHS muestra al militar mirando hacia un costado, oteando a los responsables. La represión de Carabineros obligó a los manifestantes a refugiarse en la Iglesia local. Hubo 16 detenidos.

Esa rebeldía magallánica no encontró apoyo institucional: recién el 3 de enero de este año, el Concejo Municipal de Punta Arenas retiró la designación de ciudadano distinguido a Augusto Pinochet.

Boric en el programa de Don Francisco fue tendencia en Twitter con 45 mil interacciones. El conductor le regaló una corbata y le pidió que la use, como diciendo ya está bien de esa rebeldía juvenil, bienvenido a nuestro mundo.

Aquel puntarenazo contra Pinochet dialoga con la experiencia anarco-sindicalista de la Federación Obrera de Magallanes (FOM). Creada en 1911, incluyó huelgas que paralizaron la región, afiliaciones y marchas multitudinarias para la época y una represión feroz de las fuerzas estatales y paraestatales organizadas bajo el nombre Liga Patriótica.

Un Boric adolescente se obsesionó con la historia de la FOM. Investigó en los textos del periodista Carlos Vega Delgado, en cuyo libro La masacre en la Federación Obrera de Magallanes se detalla la construcción de esa entidad y, fundamentalmente, el incendio que destruyó su sede y provocó la muerte de al menos diez personas en las jornadas trágicas de fines de julio de 1920.

La FOM nunca se recuperó del golpe, pero la impronta combativa que mutó hacia tendencias socialistas se sostuvo en Punta Arenas.

Boric nunca fue anarquista. Pero el respeto por esa mirada del mundo y por la historia de la FOM hizo que bautizara “La Idea” a la oficina legislativa que abrió en Punta Arenas cuando fue diputado por primera vez, en 2014. Así llamaban los ácratas a su ideario libertario. La Idea funcionó hasta hace pocos meses como centro cultural; se hacían talleres artísticos, recitales, obras de teatro, cursos gratuitos para alumnos preuniversitarios. La movida que se generó en este espacio ayudó a Boric ser reelegido diputado en 2018.

El otro sostén de su talento político es el regionalismo. Lo magallánico no llega a ser autonomista ni independentista sino un regionalismo sentido, cultural y de disputa con el carácter unitario y centralista de la organización estatal del país. Hasta hace poco tiempo, por ejemplo, el slogan de Radio Camelot era Transmitiendo desde la República Independiente de Magallanes.

En muchas casas, negocios y dependencias públicas de Punta Arenas flamea la bandera de Magallanes. Fue creada en 1997, cuando Boric tenía 11 años. Tiene un paño azul con las estrellas de la Cruz del Sur y un horizonte con montañas amarillas cubiertas de nieve. 

Los desafíos que enfrentará su gobierno son menos poéticos que las promesas hechas a los 15 años en el Manifiesto, un documento casero que firmó junto a unos amigos en el pub Madero de Punta Arenas. 

Punta Arenas siempre pareció un lugar lejano también por su omisión en el relato oficial. Los conductores televisivos de la capital saludaban: A todo el país, desde Arica hasta Puerto Montt. Punta Arenas está a 1308 kilómetros al sur de Puerto Montt. Los concursos de tapitas de gaseosas, el Teletón solidario, las promociones, alcanzaban hasta Puerto Montt. Todavía hoy, y por cuestiones geográficas, para llegar por tierra a Punta Arenas hay que pasar por Argentina.

En 2011, mientras Boric buscaba presidir la Federación de Estudiantes Universitarios, Magallanes se movilizó ante el proyecto de Piñera de quitarle a la región el subsidio al gas. Fue tan impactante el reclamo que el Presidente tuvo que dar marcha atrás.

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Desigualdad, migración, inseguridad, crisis climática, wallmapu, resistencias de la derecha. Los desafíos que enfrentará el gobierno de Boric son menos poéticos que las promesas firmadas a los 15 años en el Manifiesto, un documento casero que firmó junto a unos amigos en el pub Madero de Punta Arenas. En las mesas de ese bar que los reunía a principios del siglo XX, esos jóvenes idealistas se juraron construir un mundo más humano, soñaban con un gobierno de izquierda, leían poesía en tono revolucionario, se tomaban a broma sus propios compromisos.

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Ahí entra Gabriel, 15 años, por un costado del escenario, ataviado con un pijama y una túnica blanca. Se apagan las luces. Candelabro en mano, el insomne predispone al público a ver algo rupturista, donde realidad y paso onírico se mezclan. Es una escena de Instrucciones para estrellarse contra una ciudad deshabitada, la obra escrita por el grupo de teatro de Óscar Barrientos y sus alumnos.

Un meteorito gobernado por un demonio está a punto de caer en el Estrecho de Magallanes, y los personajes cínicos de la ciudad son juzgados poco antes de la hecatombe. Hay un empresario, un Ícaro que pretende volar. Para lograrlo sacrifica a una persona, una cantante de ópera que mata a su colega y hasta al Capitán Ahab de Moby Dick. Entonces el personaje más absurdo rompe la escena: el insomne, Gabriel.

Ni Óscar ni Gaspar guardan el texto que incluye el monólogo del joven Boric. Eso sí, recuerdan que dejaba una idea ambigua sobre si lo que estaba por pasar era o no parte de un sueño.