Ensayo

Recolectoras, de Lorena Amaro


Ocho ramas

Las preguntas de la crítica literaria Lorena Amaro encantan. Tanto las reflexivas -¿Cómo trenzar las escrituras que hoy producimos con nuevas utopías sociales?- como las que tienen una contraparte. En este caso, 10 mujeres escritoras entrevistadas. Mariana Enriquez, Nona Fernández, Liliana Colanzi, Verónica Gerber Bicecci, Selva Almada, Fernanda Trías, Claudia Ulloa Donoso, Margarita García Robayo, Samanta Schweblin y Alejandra Costamagna, autora de este texto sobre el libro “Recolectoras” (Montacerdos, 2023). Sus preguntas, dice, alumbran zonas inesperadas. Indagan en sus obras y en sus obsesiones literarias.

Uno

La solapa dice que Lorena Amaro es Doctora en filosofía, que es profesora del Instituto de Estética de la Universidad Católica y que ejerce la crítica literaria. No dice, porque no parece un dato relevante, que estudió periodismo y trabajó algunos años en prensa. La verdad es que eso fue hace mucho, cuando en Chile existía variedad de diarios y revistas, cuando existían suplementos culturales y algo, algo de debate público en materia cultural. El caso es que hasta 2022, cuando empezó a llevar a la práctica este proyecto, hacía muchísimo tiempo que no hacía entrevistas. Conversar sí: eso sí que lo hacía como una profesional, y me consta. Lorena Amaro es una gran conversadora. Y cuando digo eso, me refiero a que tiene el don de la escucha. Que sus conversaciones no son exposiciones unilaterales de una mirada, como ocurre a veces por deformación con algunas y algunos profesores, por ejemplo. Ella escucha con genuina atención, intercambia, muestra curiosidad y manifiesta su postura. Las suyas (y aquí me refiero a las de este libro) son conversaciones, nunca cuestionarios. Conversaciones largas, de varias horas, que se van por las ramas, que revisan una trayectoria, unos comienzos, unos tropiezos, unos tanteos. Que no se quedan en lo inmediato ni en lo que más suena (¡boom!, lo que parece estallar). Las preguntas acá no tratan de pillar a las entrevistadas, pero sí buscan los ángulos menos visitados. Hay algo en ese método que acopla un conocimiento muy acabado –el de la investigadora, crítica y lectora que es Amaro– con una suerte de disposición gozosa hacia el intercambio y lo que una pregunta puede desplegar; hacia ese lugar inesperado de la contra pregunta y del silencio y del ramaje que se desprende de un diálogo genuino, sin fórceps ni competencias por quién es la más astuta, la más clever, la que gana el gallito. Pero esa amabilidad está lejos de ser un ejercicio de condescendencia: lo que hay acá es, más bien, el cruce de puntos de vista, interrogaciones acerca de los procedimientos creativos, del modo en que cada escritora con sus particularidades y experiencias y lecturas y contextos y convicciones y dudas y también contradicciones –y también contradicciones– se planta en el mundo. Eso es lo que parece buscar la entrevistadora Amaro.

Dos

En El color favorito, el hermoso ensayo de Valeria Tentoni acerca de las entrevistas literarias y el poder de las preguntas, la escritora argentina cuenta que muchos años atrás, antes de empezar a entrevistar escritores conversó con médicos, vedettes, actrices, niños, comerciantes, abogados, un pianista. El mejor pianista de la ciudad asegura Tentoni. Y sin saber por qué ni de dónde surgió la pregunta ni qué la motivó, el caso es que en algún momento se escuchó preguntado al pianista cuál era el color más hermoso que había visto en su vida. Desde entonces, confiesa, nunca dejó de hacer esa pregunta en sus entrevistas. Dice Tentoni: “Hago preguntas. Escucho respuestas. Practico el arte de la conversación. Alguien abre la boca y alguien la cierra. La boca, el gran salón de gala de la conciencia. Hablamos de libros, pero hablamos de otra cosa. Un libro es un portal”.

Tres 

Lorena Amaro hace preguntas, escucha respuestas. Alguien abre la boca y alguien la cierra. No pregunta por el color favorito, pero en cambio abre un portal. Y lo hace desde la primera línea, en el prólogo mismo del libro, con una interrogante que imagino de un color muy vivo, acaso ese frenesí de fucsias y verdes y grises y marrones y naranjas y negros cabezas de pájaro, tentáculos de pulpo, letras de un diccionario que acompañan el collage de la portada (trabajo meticuloso de Carolina Zañartu). Una pregunta, ésta que imagino en colores, que Amaro aborda en plural, incorporándose también a sí misma. Dice: “¿Será verdad o sólo una ficción más que podemos ser las espigadoras de nuestro tiempo?”. Y más adelante, habiendo aludido al título del libro, a ese carácter de recolectoras o de espigadoras (o también de consteladoras o de recicladoras o de compostadoras o de traperas) que varias de las entrevistadas adoptan al tomar prestados conceptos o imágenes de Úrsula K. Le Guin, Agnes Varda, Donna Haraway o Cristina Rivera Garza para pensar en lógicas que escapen de las narrativas cazadoras, las narrativas nocaut a las que se nos ha acostumbrado, con el héroe tradicional y su épica y su presa al hombro y el todopoderoso conflicto central y la flecha progresiva del tiempo que queda zanjado y, en fin, digo, habiendo repasado todo aquello, Lorena Amaro abre nuevas preguntas hacia el final del prólogo. La cito: “La imagen de las recolectoras, que conecta tan bien con otras que hoy pensamos desde el feminismo, como la de los cuidados —cuidado de la tierra, cuidado de les otres, cuidado de la memoria—, seguramente tenga su propia evolución y dé cabida a otras. Ciertamente”, dice, “es un concepto hermoso para la escritura, pero aun reconociendo su intención política [y acá vienen las preguntas de Amaro], ¿no será una ficción más del neoliberalismo que tanto rechazamos? ¿Hacernos pensar que recoger lo que queda de una cosecha es una forma de poner bandera en la estética, decirnos que no debemos cazar ni pelear, sino transitar la vida recogiendo los despojos de la historia? […] ¿Tendremos que ser algo más que recolectoras? ¿Cómo trenzar las escrituras que hoy producimos, con nuevas utopías sociales?”.

Lorena Amaro hace preguntas, escucha respuestas. Alguien abre la boca y alguien la cierra. No pregunta por el color favorito, pero en cambio abre un portal.

Cuatro

Son preguntas hacia el futuro las de Amaro. Y me quedo pensando en eso: en si, al alero de nuevas utopías sociales en un mundo vertiginosamente cambiante, tendremos que ser algo más que recolectoras. Aunque quizás la pregunta, me pregunto yo ahora, podría apuntar a si la mejor estrategia sería entrar de infiltradas al terreno de los cazadores y disputar esos espacios desde adentro, o bien, desbaratarlo todo y mantenerse fuera de cualquier lógica patriarcal: desarmar los sistemas de prestigio, de competencia, de autoría. O quizás, quizás habría que apostar por ambas en simultáneo y por otras estrategias que aún no vislumbramos. Me gusta que en el plano de este prólogo las de Lorena sean alertas que nos interpelan no solo desde lo literario, que van mucho más allá. Pienso, en lo inmediato, en la relación que puede tener lo anterior con el escenario post derrota constituyente en Chile. Pienso en cómo habría que afinar el ojo lector de lo que vivimos, ampliar el radar. Entrar en las grietas. Ampliar el portal de las preguntas. Que la recolección, el reciclaje, el compostaje, en fin, no corran el riesgo de transformarse en nuevas etiquetas. Que estas estrategias emancipadoras no terminen siendo cooptadas también por el sistema, o bien, relegadas al nicho. Hay que estar muy despiertas, parece advertirnos Lorena, ir siempre un poco más allá. Abrirse a la incomodidad, sospechar.

Cinco

Más allá de la necesaria alerta en las preguntas del prólogo, pienso que podemos leer este libro también como un objeto recolector. Las características que la Lorena detecta en las escrituras de buena parte de las entrevistadas o lo que ellas mismas manifiestan sobre el oficio en sus respuestas son también, pienso yo, la impronta del trabajo de Amaro. Ante la ausencia que detecta en las entrevistadas de unos escritos acerca de sus propias poéticas, las conduce, a través de la conversación, a dilucidar esas poéticas. A pensar en cómo cada cual observa y se observa en el oficio. Y las va llevando por vía recolectora: un poco de acá, un poco de allá, lo que van encontrando juntas en el camino. Tal como la bolsa de la ficción de Le Guin, por lo demás, este libro contiene un material híbrido, que no se cierra. Una canasta de palabras, de ideas, de registros, de memorias, de ires y venires, de conexiones inesperadas, de experiencias similares y de apreciaciones que conviven y se alimentan también en la diferencia. Sondeo:

¿Lo que las aúna? Todas, de algún modo, se cuestionan las maneras de narrar hoy y los límites de la ficción. Todas, de algún modo, rastrean las maneras de leer el pasado desde el presente, de procesar lo real desde la imaginación. Algunas incorporan archivos o materiales heterogéneos a sus ficciones. Varias dan cuenta de la incomodidad de los años 90 y su ímpetu neoliberal. Varias, si no todas, advierten algún tipo de fisura con el realismo. Varias, si no todas, manifiestan una mirada crítica al antropocentrismo. Varias acusan malestar con las lógicas de autopromoción y de figuración exacerbada que impulsa el mercado para las escritoras. Y todas, todas se ríen en algún momento de la conversación.

¿Lo que las diferencia? Las obsesiones, las estrategias, los modos de procesar la experiencia, las lecturas y los materiales con los que trabajan. Y, especialmente, el tipo de literatura que resulta de todo lo anterior. Los extraordinarios artefactos híbridos de Verónica Gerber en una esquina; las novelas y cuentos de terror con riquísimo caudal de referentes pop en el caso de Mariana Enriquez en la otra. Por poner dos lugares a todas luces disímiles. Hay diferencias también en las fobias y en las filias, en el espejo deforme en el que cada cual se mira. En el control o, por el contrario, en el desgobierno sobre la propia escritura. Y esto lo imagino, pero no lo dudo: hay diferencias en el tono y en la cadencia con que cada cual suelta su risa frente a Lorena.

Seis

Me quedo pensando también que a estas figuraciones de recolectoras, espigadoras, recicladoras, consteladoras, etcétera podríamos agregar otra imagen: la de las termitas. Pienso en lo que plantea María Sonia Cristoff en su ensayo “Notas conspiratorias” en el que imagina el modo en que las termitas corroen la madera y lo asemeja con la posibilidad de socavar las formas convencionales de la novela. Algo que, por lo demás, lleva rigurosamente a la práctica en su propia producción. Su novela Derroche, sin ir más lejos. El derroche como el desvío de una lanza cazadora. La resistencia frente a las lógicas del trabajo y el dinero en las sociedades contemporáneas; frente a la depredación y al extractivimo vital, pero no desde el contenido (o no solo desde el contenido), sino más bien anclado en la operación disruptiva, termita, al interior de los textos. Cómo ser insurrectos/insurrectas no en la consigna sino en la sintaxis, en la acumulación de retazos, en la autoría difusa, en la trama mutante, en la ausencia de jerarquías manifiesta en las voces, en la huida de un conflicto central, único y todopoderoso, en la digresión, en la digresión… En esta digresión que me agarró y que ahora mismo voy a soltar.

Todas, de algún modo, se cuestionan las maneras de narrar hoy y los límites de la ficción. Todas, de algún modo, rastrean las maneras de leer el pasado desde el presente, de procesar lo real desde la imaginación.

Siete

Independientemente del orden en que aquí aparecen las entrevistas, del ejercicio de montaje que supone el libro y de la particularidad de cada visión, pienso que es posible vislumbrar una suerte de meta conversación entre las entrevistadas también. Acaso una comunalidad involuntaria. Ahora soy yo quien roba de aquí y de allá (recolectora, espigadora, consteladoramente) algunas frases, inicios de respuestas, pedazos sueltos, y los vuelve collage en un todo abierto. Y esto es lo que suena:

“Me pregunto si somos capaces de escribir textos en los que no haya un único y solo autor en la portada. Si se puede desplazar esa figura a un lugar menos preponderante” /

“La única forma de escribir juntas es asumiendo que es imposible” /

“Es imposible vaciarse y empezar de cero. Contenemos a otros, aunque no nos guste, somos un eco” /

“La lengua es un vehículo para dar cuenta de esas presencias espectrales” /

“Esta cosa así media indeterminada entre la realidad y el sueño también tiene que ver con el espejismo” /

“Todavía hay gente (de nuestra edad, incluso, y un poco más grande) que te dice la realidad virtual y la realidad real. ¡Eso no existe, hermano, o sea, hay una realidad sola, donde está absolutamente todo!” /

“Me siento perdida a menudo y la escritura suele ser una forma de entender o situar en dónde estoy perdida” /

“Dejo que haya desgobierno, que pueda existir la sensación de no dominio de lo que estoy haciendo. Está bien perderse en la escritura” /

“Escribir es como una suerte de travesía a ciegas a través de una serie de emociones y elementos que te molestan, en el que se ordena un nuevo esto es lo importante y hasta que no llegas al final, no sabes qué es” /

“Escribir le da un débil hilo de sentido a mi vida. No creo que la vida en sí sea tan interesante ni tan importante. Algo te tiene que atar a este mundo” /

“No creo que escribir sea una cura” /

“Hay que concentrarse en escribir, después el tiempo de la publicación va a llegar, pero en lo que hay que enfocarse es en la escritura” /

“De algún modo escribir es traicionar. En muchos sentidos, lo digo. Escribir es intervenir la vida, la realidad, el mundo, como quieran llamarlo. Esa intervención supone una mirada particular, una subjetividad singular [...] Hebe Uhart decía que escribir es recordar, y todos sabemos que recordar es mentir”

Fin del collage.

Ocho y último punto 

Dice Valeria Tentoni que, al entrevistar, por un brevísimo instante, “tan breve que dudaremos de su existencia, seremos sabias junto a nuestra pregunta. El instante durará aproximadamente lo que un cuerpo dura sin sombra al mediodía. Pero la respuesta es un resultado del que somos apenas responsables: la pregunta es una linterna de luz impropia, una luna antes que un sol”.    

Estas lunas antes que soles de Lorena Amaro alumbran zonas inesperadas. Pero dejan también en la zona gris –¡bienvenida la zona gris!– aquello que late bajo el magma de las respuestas. Aquello de lo que Lorena Amaro es apenas responsable.