Hace un par de semanas, en la primera tarde nublada y fresca de este año, que arribó recién en la mitad de abril, decenas de personas se reunieron en la Librería del GAM, en el centro de Santiago, para la presentación del nuevo libro de la ilustradora Catalina Bu (Concepción, 1989), Nadie como tú. Tras la presentación, estuvo firmando ejemplares por aproximadamente cuatro horas y no se detuvo porque no quedara gente, sino porque los trabajadores del GAM estaban cansados y fueron a la librería a recordar que ya era hora de cerrar.
Creo que sobra decir por qué esto es impresionante, pero lo haré:
1. Primero, porque en un mundo donde todos tenemos un montón de ocupaciones, un día jueves, en plena semana laboral, hordas de personas se hicieron un tiempo para ir a celebrar la presentación de un libro (un tipo de objeto que, si bien tiene prestigio, no es de los más populares de este planeta).
2. Segundo, porque todas estas personas decidieron hacerlo porque conectan con la visión de mundo de Catalina Bu (y quien lee sabrá que la conexión entre sensibilidades humanas es todo un suceso).
3. Tercero, porque la gente que estaba ahí fue a celebrar a ciegas, pues todavía no leía este libro, que es una novedad editorial. Fueron porque admiran el trabajo anterior de Catalina Bu, principalmente los Diario de un solo —traducidos al inglés y al portugués, son libros de viñetas que acompañan a un personaje sin nombre, un joven apacible con divertidas reflexiones sobre la ansiedad social, su padecimiento— y por las cosas que sube a internet: a veces elaborados cuadros que utilizan toda la escala de grises, repletos de gente, muebles, plantas, manchones y achurados; otras apenas unos trazos negros contra el papel blanco.
La conversación estuvo a cargo de la también novelista gráfica –y autoridad nacional en el género– Maliki 4 ojos y de la comediante Paloma Salas, quien entre las risas del público hizo mofa de la herramienta de trabajo escogida por Catalina Bu para hacer este cómic: un lápiz grafito.
—Traté de buscar un lápiz mina para escribir esto —dice Paloma—, pero no encontré porque soy un adulto, una madre chilena que paga sus impuestos. Y el lápiz mina es para los débiles, los inseguros, los que anotan, rayan o dibujan cosas que quieren borrar. Es para los niños.
Catalina Bu ni se inmuta, ríe junto a todos los demás.
Al día siguiente de la presentación, nos reunimos para conversar sobre el cómic. Me cuenta que eligió el lápiz mina por su simpleza y disponibilidad.
—Quería alejarme de lo digital sin perder la posibilidad de equivocarme. Es un material barato. Y lo tenía en mi casa.
Para una persona conservadora, los dibujos de Catalina Bu son bocetos. Me refiero a gente que, en una ilustración, valora que ésta se parezca lo más posible a una fotografía. El trazo de Catalina Bu no podría estar más alejado de la perfección de una foto: suele ser una línea negra gruesa, a veces chueca, que intenta más sugerirnos algo que representarlo fielmente.
Para mí, el hecho de que sus dibujos no sean idénticos a la realidad es una de sus características más asombrosas: me impresiona que algo que aparentemente no guarda ninguna relación con el objeto o persona al que representa lo capte tan bien. Catalina Bu tiene la capacidad de replicar un gesto o una expresión facial con apenas unos trazos. Por ejemplo, hace una pelota o un manchón y con una sola línea, puesta en el lugar correcto, me entero de que ese manchón siente vergüenza. No deja de sorprenderme que sea capaz de simplificar tanto una imagen y que mi cerebro la comprenda igual gracias a esas pequeñas pistas.
—Me atrae mucho el dibujo raro— dice Catalina—. A veces, si me queda muy perfecto me da rabia. Es como equivocarse al revés. Me gusta pensar en esos dibujos que uno encontraba en los cuadernos escolares, hechos con un grafito muy cargados, deformes. Siento que son dibujos tan de verdad, poco presumidos.
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Nadie como tú retrata la vida como una sucesión de eventos, de hábitos, de sucesos mundanos que erosionan nuestro pensamiento, de distracciones, de pensamiento mágico y pensamiento morboso. Si nos remitimos a los temas, continúa y amplía la senda de Diario de un solo pero desde otra perspectiva. En Nadie como tú el zumbido del estrés y la inquietud aparecen sin distancia ni ironía. Aquí se cuenta una historia: en los intersticios de esas escenas cotidianas nos encontramos con una narración, la de una mujer joven que siempre ha pensado mucho en la muerte y de pronto tiene que enfrentarse a ella: su vecina Nora sufre los dolores de la vejez y la enfermedad y se aburre de estar en cama. La protagonista la cuida, quiere que siga viva, pero Nora admite que a ella ya no le interesa vivir. La protagonista es Catalina Bu que asistió a su vecina y amiga durante sus últimos días.
—Después de escribir y dibujar este cómic, ¿cómo es tu relación con la muerte?
—Al escribirlo y dibujarlo, paralelamente me relacioné con la muerte cara a cara y siempre me ha sorprendido su frivolidad: cómo es que el mundo sigue andando. Quiero decir, nadie se toma la muerte frívolamente, pero después uno tiene que seguir haciendo sus cosas y finalmente cede ante el ritmo de la vida. Mi vecina buscaba mucho trascender, tenía su casa llena de pinturas, cojines bordados, maquetas, collages, todo hecho por ella con muchísima dedicación, y después todo eso da igual. Por eso hice esa escena en la que se habla de su muerte en una tienda de ropa, siento que llevamos una vida tan sórdida que te traga y no te deja ni siquiera vivir algo tan necesario como un duelo.
Es cierto. Alrededor de nosotras el mundo sigue funcionando, no se detuvo por este libro ni por nada. La presentación de Nadie como tú fue el día anterior a esta conversación, y fue un momento precioso de conversación y reunión entre esta autora y quienes admiramos su trabajo. Nuestras mentes se alejaron de nuestras ajetreadas vidas por un momento. Pero hoy es otro día y ya pasó: Catalina Bu y yo seguimos trabajando, yo le hago estas preguntas y ella las responde, en un café del centro de Santiago, envueltas en el ruido del tráfico, los cubiertos contra los platos y las tazas, la gente que va y viene vendiendo una cosa o comprando otra. Cuando esta reunión termine, cada una tendrá que seguir con el curso normal de su día y quizás en la noche se vea tan lejana, perdida entre las mil actividades que le sucedieron, que ni siquiera pensemos en ella.
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Al leer Nadie como tú pensé mucho en películas y series de televisión, sobre todo en las que cuentan historias a través de escenas cotidianas. Los «planos» del cómic me recuerdan al cine y la televisión. Me cuenta, por ejemplo, que las escenas de Nora acostada están inspiradas en la mamá de Tony Soprano en el hospital. A veces hasta puedo percibir el paso del tiempo por la manera en la que dispone en una sola página un montón de dibujos que retratan una misma acción, como una transición cuya música puedo elegir yo misma, en mi cabeza.
Las «locaciones» ilustradas por Catalina Bu en Nadie como tú pueden ser un fondo blanco, el vacío absoluto, o una ciudad o habitación abarrotada de todo tipo de cosas. La decoración es importante: muebles, plantas, cuadros, floreros. No los grandes sucesos, sino las cosas pequeñas. Catalina Bu confirma esta intuición: le interesan los cuerpos en la escena, cómo se acompañan al compartir un espacio, incluso si cada uno está “en la suya”. Me cuenta que los decorados suelen ser una mezcla de muchos lugares, pero intentó usar algunos muebles de su casa y de la de su vecina. El material escogido es uno que se encuentra en todas las casas; los dibujos no pretenden imitar la realidad.
Catalina Bu me muestra en su teléfono el Instagram de la ilustradora coreana Jooyoung Kim: veo que ella también utiliza lápiz grafito y que comparten una estética infantil que puede percibirse en el desdén por la perfección de las proporciones reales de las cosas en el mundo y que ambas utilizan sus dibujos para contar historias.
—Los asiáticos son así: transitan mucho por la infancia en su estética, no se complican por eso. Acá es mal visto, hasta un insulto: ‘lo podría hacer mi hermano chico’.
Hablando de niños chicos: en el cómic hay dos momentos en el que las personajes son representadas como niñas: en una, la protagonista está contándole algo de su niñez a su terapeuta, entonces se convierte en una en el dibujo, mostrándonos que es como se siente. En otra, está alimentando a Nora y es ella la que se convierte en niña comiendo.
—¿Piensas que la niñez es una etapa muy presente en la adultez de los humanos? ¿En qué momentos la observas? —pregunto a Catalina.
—Creo mucho en eso del «trans etarismo», que se lo leí a María Pía Escobar en su libro Exageraciones (Saposcat, 2018). Ella lo dice como talla, pero le encuentro sentido. Se refiere a fluir en distintas edades emocionales o mentales. Me llama la atención ese fluir entre edades: ¿qué gatilla esos cambios? Para todos es distinto, todos somos devueltos a nuestra infancia por distintas cosas. Es algo típico del psicoanálisis igual, trabajar con el «yo» infantil. Nunca se va.
Otra finta diabólica de la mente, pienso.
Nadie como tú está repleto de las malas pasadas que nuestra mente es capaz de hacernos durante el día: cuestionamientos infructíferos, miedos irracionales y/o la loca idea de que todo el mundo vive pendientes de nosotros y lo que hacemos. Cuando se trata de fantasear con escenarios catastróficos, somos victimarios y víctimas: nada peor que atormentarse por las propias imaginaciones. La protagonista de este cómic se está lavando los dientes y de pronto se le aparece una imagen en la cabeza: alguien se le acerca por detrás y la golpea con un bate. O va sola a un restorán e imagina que todo el mundo la juzga por no ir acompañada. “Estoy viendo tele”, cuenta a su terapeuta en una escena, “y si me pongo a pensar en lo que estoy haciendo, las cosas pierden sentido. Se vuelven ridículas”.
—¿Crees que estas jugarretas que nos hace la mente tengan que ver con esa vida sórdida de la que hablabas hace un rato?
—Pienso que ese tipo de sordidez se repite en la sociedad, en internet, el ego se revela muy violento en las personas. Y ese odio quizás es el antónimo del narcisismo, pero al final es un espejo: uno se relaciona con ese ritmo y se odia.
—¿Crees que haya escapatoria a ese ritmo de juicio y odio que, como sociedad, sostenemos? ¿Has encontrado alguna? —sigo preguntando.
—Creo que en el cómic el personaje encuentra escapatoria en las cosas más normales: caminar, tomar el sol. En el fondo, ella sufre por ser insignificante, ve a alguien muriendo, siendo insignificante, pero después se acuerda de que precisamente esa es la escapatoria: dejar de darse tanta importancia.
Esta idea puede percibirse en Nadie como tú, pienso: nadie que quiera trascender fijaría sus dibujos y palabras con lápiz mina.
—Al final, no importa trascender. Da lo mismo todos los esfuerzos que uno hace en este mundo, que es tan exigente: pienso que cuando recuerdas que es un invento, te relajas —dice Catalina Bu.
Es hora de seguir con mi día y despedirme de Catalina Bu, a quien agradezco por contar esta historia sobre la angustia frente al vacío que pueden significar la vida y la muerte desde una perspectiva honesta, pero amorosa. Honesta porque nos habla de las cosas tal cual son y amorosa porque no busca distanciarse de ellas, sino comprenderlas. En ella nos cuenta la historia de una amistad desde la honestidad más profunda, esa que solo se encuentra en la intimidad de nuestros pensamientos y relaciones.