Ensayo

La Barbie de Greta Gerwig


Las chicas quieren divertirse

En una industria profundamente machista, lo de Greta Gerwig es un hito: una mujer también puede dirigir un exitazo de taquilla sin transar la calidad. No hay fenómeno Barbie sin ella, dice Yenny Cáceres. El nunca más sin nosotras también tiene que llegar al cine. El cine lo filmamos nosotras. O no será. Gerwig lo sabe.

Fui a ver Barbie el día del estreno y lo que más me sorprendió fue ver a mujeres, de todas las edades, vestidas de rosado. Pero ojo, no eran solo mujeres, vi a muchos hombres y personas no binarias también, e incluso a familias enteras, una marea rosa entusiasta que, sin complejos, se tomaba selfies con los afiches de la película. He leído muchas quejas de eso en las redes sociales. Nunca vi ese desprecio cuando hordas de hombres se vestían de caballeros Jedi y con espadas láser para algún estreno de Star Wars. Lo que en unos es visto con complacencia, justificado por la nostalgia, en otros/otras es tachado como una ridiculez o, simplemente, como una señal de locura. Recuerdo a un amigo que, para zanjar cualquier discusión, decía: “Es que las minas son locas”.

Lo de Barbie es un fenómeno que va más allá de una impecable campaña de marketing. Barbie es un ícono cultural indiscutido. Como sintetiza magistralmente la directora Greta Gerwig en la escena inicial de la película –con cita a 2001: Odisea del espacio de Kubrick incluida–, la muñeca fue creada por Ruth Handler, en 1959, para su hija, que estaba aburrida de jugar a las muñecas y siempre tener que ocupar el rol de madre. Barbie no era una guagua a la que había cuidar con mimos y devoción como una madre ejemplar, en una suerte de preludio de la vida adulta en ese Estados Unidos de la postguerra. No, Barbie era una mujer adulta, exitosa, capaz de todo, vestida a la moda, pero con un cuerpo que se alzó como un modelo de perfección inalcanzable: rubia, alta, flaca pero pechugona y con una cintura de avispa. 

Nos guste o no, Barbie ocupa un lugar en nuestras vidas. Nunca tuve una barbie, porque tener una a inicios de los 80 era un lujo. Me regalaron una versión pirata, que era morena y vestía un enterito celeste que hoy me pondría feliz, pero que en ese entonces me parecía demasiado modesto. Pero una vecina tenía las barbies originales, platinadas y con vestidos lujosos, y con ella jugábamos durante tardes interminables. A falta de un Ken, teníamos un muñeco de lana, rojo y negro, chilote quizá, llamado Pancho, que era el centro de atención de todas las barbies. 

Años después, cuando fui mamá, agradecí haber tenido un niñito hombre al ver, con espanto, que toda la ropa para niñas era rosada. Confieso que si hubiera tenido una hija habría evitado comprarle una barbie. Así le pasó a Greta Gerwig. Su mamá se negó por mucho tiempo a comprarle una y tuvo que jugar con barbies heredadas, con el pelo cortado, descuartizadas y con la ropa hecha jirones. Hasta que tuvo su revancha. O más bien, nuestra revancha.

***

Creo que Greta Gerwig es una genia (curioso, no existe el femenino para esta palabra en castellano). Barbie es una película extraordinaria, orgullosamente pop, una sátira desatada que a la vez es un manifiesto feminista y un musical, que no tiene miedo a entretener, con un casting escogido a la perfección. Nadie va a descubrir aquí que Margot Robbie es una mujer increíblemente guapa, pero su interpretación (de una muñeca, no lo olvidemos) tiene los suficientes matices para sostener todo el peso de la historia. Como contraparte, el Ken de Ryan Gosling es una revelación. Hilarante, sin empacho de reírse de sí mismo y de su condición de hombre-objeto.

En este mundo utópico que imagina Gerwig, las mujeres o, más bien, las barbies dominan el mundo. Hay una presidenta negra, todas las noches son noches de chicas y los hombres son unos inútiles, como Ken-Gosling, que lo único que sabe hacer en la vida es playear, es decir, exhibir sus contundentes pectorales en la playa, porque en Barbieland ni siquiera existen olas de verdad para surfear. 

Esta vida ideal comienza a quebrarse cuando la Barbie estereotípica –una barbie con el cuerpo perfecto de Margot Robbie– se le cruza por la cabeza la idea de la muerte. De allí en adelante nada será lo mismo. Pierde la capacidad para andar en puntas encaramada en esos tacos imposibles, descubre que tiene celulitis y recurre a una Barbie rara (Kate McKinnon) –de esas con el pelo cortado con que jugaba Gerwig–, que le aconseja ir al mundo real. 

Allí, en un giro muy a lo Toy Story, descubrirá que su dueña, Sasha (Ariana Greenblatt), es una adolescente que odia a las barbies, justamente por condenar a las mujeres a un ideal de belleza impracticable. Pero quien está pasando por un mal momento y de alguna manera la ha invocado es Gloria (America Ferrera), su mamá, quien sí recuerda con cariño cuando su hija jugaba con las barbies. Para arreglar este choque de mundos, Barbie-Robbie tendrá que enfrentarse hasta con el mismísimo CEO (Will Ferrell) de Mattel, la empresa fabricante de las célebres muñecas.

Barbie es una película extraordinaria, orgullosamente pop, una sátira desatada que a la vez es un manifiesto feminista y un musical, que no tiene miedo a entretener, con un casting escogido a la perfección.

Greta Gerwig quiere divertirse. Más aún, las chicas solo quieren divertirse, como cantaba Cyndi Lauper, y se escucha, como un eco, en un momento de la película. Barbie es el estreno más exitoso de la historia para una directora mujer, con una recaudación de 162 millones de dólares en su primer fin de semana en Estados Unidos. Según las encuestas a la salida de los cines, el 70 por ciento del público se identificaba como mujeres.

Es un dato sobresaliente y una cifra generalmente reservada a directores hombres y películas de superhéroes o secuelas como Harry Potter. En una industria profundamente machista, lo de Gerwig es un hito: una mujer también puede dirigir un exitazo de taquilla sin transar la calidad. Que el estreno de Barbie coincidiera con el Oppenheimer de Christopher Nolan, más allá de la estrategia exitosa del Barbenheimer –la recaudación de ambas películas superó las expectativas–, deja al descubierto las diferencias entre ambas cintas. 

Oppenheimer es una película seria, de un tema importante (la historia del creador de la bomba atómica), donde los grandes personajes son hombres y las mujeres son apenas comparsas. Barbie, en cambio, es pura ligereza, una oda al artificio y a la exageración que comparte una sensibilidad camp, como diría Susan Sontag. 

Aburrida de leer guiones en los que quería interpretar al chico, no a la chica, Margot Robbie decidió fundar, en 2014, LuckyChap Entertainment, una productora para promover películas escritas y dirigidas por mujeres. “Hay actrices brillantes que no obtienen papeles increíbles. Y más allá de eso, miras las estadísticas de directores hombres versus mujeres, escritores hombres versus mujeres, etc., y hay mucho por hacer. No puedes simplemente sentarte allí y no hacer nada cuando escuchas esas estadísticas”, decía la actriz en una entrevista con The Hollywood Reporter, en diciembre de 2020. 

La primera apuesta de la productora que salió al mercado fue I, Tonya (2017), basada en las desventuras de una patinadora olímpica, protagonizada por Robbie, mientras que Promising Young Woman (2020), dirigida por la actriz y guionista británica Emerald Fennell –que ahora encarna a la Barbie embarazada–, mostró a una Carey Mulligan en un registro sorprendente en una inusual historia de venganza. Ese tono de comedia negra ya anticipaba lo que veríamos en Barbie. En esa entrevista de 2020, Robbie confirmaba que LuckyChap estaba tras el proyecto de Barbie, con guión de Greta Gerwig y su pareja, Noah Baumbach (Historia de un matrimonio), y que buscaban hacer algo totalmente inesperado. 

***

El factor Greta es inapelable en esta ecuación. No hay fenómeno Barbie sin Greta. Antes de lanzarse a la dirección, Gerwig ya había dejado su impronta como actriz en cintas como Frances Ha (2012), de Baumbach. Esa cinta tenía toda la ambición de una cinta independiente. Filmada en blanco y negro y con Greta en la piel de una bailarina que deambulaba por Nueva York en busca de su destino. El salto a la dirección de Gerwig en solitario ocurre con más historias de mujeres. Lady Bird (2017) seguía a una chica de Sacramento –al igual que la directora– que se enfrentaba a ese momento crucial para cualquier adolescente: el último año de colegio, con todas las desilusiones y retos que conlleva, mientras que su adaptación de Mujercitas (2019) era una oportunidad para reivindicar a la escritura como una herramienta hacia la independencia y la libertad.

El proyecto de llevar a Barbie a la pantalla grande pasó por muchas manos hasta que Warner y Mattel decidieron apostar por la productora de Margot Robbie y el guión de Gerwig-Baumbach. Uno de los grandes cuestionamientos a Barbie es qué tan feminista puede ser un producto que está financiado por Mattel, marca que con esta muñeca, tal como reclama Sasha, ha perpetuado un modelo de belleza patriarcal. La semana pasada, a la par del estreno de la cinta, las acciones de Mattel en la Bolsa de Nueva York se dispararon.

No hay que ser tan ingenuos. Esto es Hollywood, esto es el negocio del entretenimiento. No creo que el rosado sea el nuevo verde, a propósito del pañuelo verde que se alzó como símbolo de la lucha por el derecho al aborto. Pero que una mujer tan brillante como Greta Gerwig esté a la cabeza del producto audiovisual más exitoso del año es un triunfo.

Barbie es el estreno más exitoso de la historia para una directora mujer, con una recaudación de 162 millones de dólares en su primer fin de semana en Estados Unidos.

Basta de historias filmadas por directores aclamados en que las mujeres somos apenas un cameo. El nunca más sin nosotras también tiene que llegar al cine. El cine lo filmamos nosotras. O no será. Gerwig lo sabe. Si he llegado hasta acá es porque hubo otras antes. Pienso en Barbara Loden y su hasta ahora desconocida Wanda (1970). Pienso en Agnès Varda, pionera de la Nouvelle Vague con Cléo de 5 à 7 (1962). Pienso en nuestra Valeria Sarmiento, filmando a las chicas que hacían striptease en Un sueño como de colores (1972), cuando había que filmar la revolución. Pienso en Alice Guy, primera directora de la historia, borrada de los libros de historia del cine.

Barbie no cambiará el rumbo de la lucha feminista, pero me parece formidable que cuestione el patriarcado, que se ría de Mattel en su cara y de los hombres explicando cosas. Más relevante es su conclusión: nuestra primera batalla será, siempre, la autonomía y el control de nuestros cuerpos. Barbie tiene un final feliz, pero no es el que no han enseñado siempre, el del amor romántico. ¿Cuál sería el final de tantas historias si lo hubiera escrito una mujer? Celebro que esta película exista, desearía que la niña que fui la hubiera visto. Brindo por Greta Gerwig y porque el humor, a veces, es lo único que nos puede salvar.