Crónica

Oppenheimer


La bomba de tiempo de Nolan

Hace un cuarto de siglo que el director anglosajón explora los fragores de la relatividad del tiempo con aséptica mirada científica, dice Ernesto Garratt, quien lo entrevistó en más de una ocasión. ¿Pruebas? Su protagonista de Memento, Guy Pearce, vive enjaulado en un eterno presente; y tanto para Matthew McConaughey en Interestelar como para Leonardo Di Caprio en El origen el tiempo avanza o más lento o más rápido dependiendo de qué lado de la galaxia o de los sueños respectivamente se encuentren. Ahora para Cillian Murphy -como el físico cuántico Robert Oppenheimer- el tiempo metafóricamente se congela en un feroz juicio al pasado. “Soy un destructor de mundos”, mastica este genio condenado a su propio averno personal después de desencadenar con la bomba atómica el infierno en la Tierra.

El director Christopher Nolan ha puesto en la práctica durante casi toda su filmografía la teoría que ahora expone y profundiza en su mejor película hasta ahora, la formidable Oppenheimer. 

Recordemos: Christopher Nolan ha hecho del tiempo o más bien de la relatividad del tiempo uno de sus temas favoritos en calidad de autor de maravillas como Memento, Interstellar, El Origen, Dunquerke, Tenet. En estas películas Nolan se ha aventurado a hacernos un reto sobre nuestra tradicional percepción aristotélica de las historias y con eso nos ha convertido en espectadores más activos, desafiados a no perder la hebra de lo que presenciamos, por muy mágico que parezca todo su complejo tinglado. 

Pero no hay que confundirse… Por mucho pensamiento mágico que disfrace alguno de sus argumentos, como El gran truco, se acuerdan, sobre esos obsesivos magos en los albores del siglo XX a cargo de Hugh Jackman y Christian Bale compitiendo por el mejor show, siempre, pero siempre, aparece la ciencia para abrigar y hacer andar el cine de este artista disruptivo. ¿O no quedaron con la boca abierta viendo a David Bowie como Nikola Tesla en El gran truco como una milagrosa irrupción?

En una idea, en sus películas Nolan nos explica el truco usando bases científicas. Pero ahora, en Oppenheimer, Nolan no solo se habla del milagro sino que en especial del santo. O de los santos de Nolan: los pensadores, físicos cuánticos y científicos que han nutrido con sus teorías y especulaciones sobre el espacio-tiempo a su filmografía y que ahora toman cuerpo y voz en su última película. 

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Estoy a metros de Christopher Nolan en el Festival de Cannes de 2018. En la Salle Buñuel está dando una MasterClass sobre la restauración de 2001: Odisea del Espacio de Stanley Kubrick. Nolan habla apasionadamente sobre una película de ciencia ficción que tiene más de ciencia que de ficción. Lo sabemos: Kubrick usó la máxima dosis de realidad posible a nivel científico para montar su opera magnus espacial. Una película, por lo demás,  que anticipó con la presencia en su argumento de la inteligencia artificial  Hal 9000 nuestra pronta pesadilla a ocurrir con las inteligencias artificiales. Nuestras propias Hal 9000. 

"La primera vez que vi '2001...' tenía siete años, fue justo después de ver 'La guerra de las galaxias'; recuerdo que mi padre me llevó al cine a ver la película de Kubrick porque se había reestrenado", dice Nolan frente a una audiencia atenta que sabe que este genio nunca estudió cine. "Kubrick decía que la mejor manera de aprender a filmar era haciendo cine", comenta y justamente eso es lo que hizo el propio Christopher Nolan, desde su opera prima, Following, de 1998 y la película que le dio la fama que se merece: Memento su segundo largometraje y un change gamer absoluto. 

Cómo olvidar al hombre que lo olvida todo, Leonard Shelby, excepto la jaula del eterno presente en la que está atrapado y manipulado y cegado; cómo no recordar al prisionero del aquí y el ahora que se manda mensajes desde el pasado con notas y tatuajes en todo su cuerpo para acordarse de su misión, pero finalmente solo para equivocarse una y otra vez en el futuro. Espectacular mecanismo de relojería, Memento y su excusa argumental de un hombre con memoria de corto plazo, una condición médica real y estudiada, le sirve a Nolan para hacer como su maestro Kubrick, más ciencia que ficción, y despegar hacia el firmamento de su pasión, los muchos vericuetos de cómo experimentamos el tiempo tanto en la Tierra como en el Cielo. 

Si Leonard Shelby es un Sísifo moderno, condenado a repetir el mismo bucle una y otra vez, a levantar la roca de su amnesia estérilmente hasta volver a fojas cero, Robert Oppenheimer se presenta en los créditos iniciales como un Prometeo del siglo XX que le regaló el fuego a los hombres y que por ello fue castigado. 

Oppenheimer es un genio atormentado, un voraz cerebro e iluminado intelecto capaz de leer en sáncrito “Soy un destructor de mundos” mientras hace el amor con la psiquiatra y escritora Jean Tatlock (Florence Pugh), Thanos y Eros juntos, qué más claro ¿no? y alguien que deambula por la locura, de qué otra manera podría llamarse eso, desde el primer momento de la película cuando trata de envenenar a su maestro. 

Muchos de las lumbreras mencionadas y personificadas en la película, físicos cuánticos, científicos contemporáneos de Oppenheimer, como Albert Einstein, Werner Heisenberg y más, son creadores de muchas de las bases teóricas del cine Nolan, donde lo imposible para posible: donde el universo de lo cuántico se expresa como milagroso, donde las leyes de la ciencia justifican lo asombroso. ¿Por qué acaso no resulta mágico que pasar una hora en un exoplaneta, debido a la fuerza de gravedad de un hoyo negro, sea equivalente al paso 7 años terrestres? Esa regla de la física se aplica a Cooper (Matthew McConaughey)  en Interestelar y se trata de una ineludible ley que lo atormenta porque… una hora en ese planeta significan siete años sin ver a su hija amada en la Tierra.

Cillian Murphy está en estado de gracia como Robert Oppenheimer y su devaneo entre la genialidad, la locura, la verdad y el azote de la realidad me hace completa conexión con la ¿novela? ¿crónica? “Un verdor terrible” del chileno Benjamín Labatut: una pieza en la misma línea y tono que disecciona el tránsito de mentes extraordinarias del siglo XX como el mismo Eisntein,  Heisenberg y en especial del matemático Alexander Grothendieck más hacia zona místicas, donde Labatut se explaya en un delirio muy comparable al que Nolan hace caminar a Oppenheimer en su película. 

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Es 2005 y estoy frente a Christopher Nolan en suite del Regent Beverly Wilshire Hotel,  en California. El director está presentando a la prensa de todo el mundo Batman inicia, la primera de su trilogía dedicada al superhéroe y si bien no hay menciones a Einstein ni a mentes como Erwin Schrödinger, la idea fuerza de su discurso y de su puesta en escena es que esta película -y las que vendrían de Batman bajo su mando- ocurren en un mundo real. Concreto. Un mundo sobre el que se aplican las leyes de la física conocidas y ningún hijo de Krypton vuela por los aires. 

Nolan no tuvo un director de segunda unidad. "Yo quise hacerlo todo y el estudio me dio todo su apoyo", recuerda el realizador y el resultado fueron nueve intensos meses de rodaje. "Era necesario para lograr algo que nunca se había hecho: contar una película de superhéroes de manera realista. Y lo hicimos apegándonos a lo que los fans quieren".

Pero David Goyer, guionista de la película y amigo personal del director, dice otra cosa: "Chris era un perro guardián del realismo. Había que discutir cada cosa: el traje, la máscara, los batiutensilios, todo", recuerda. Goyer y Nolan trabajaron en el garage casero del director, una especie de baticueva de Nolan donde idearon este renacer del héroe en aquellos años. 

La fuerza de gravedad que hace que las películas tengan los pies en la tierra entonces es justamente ese realismo. Esa completa y absoluta concepción verosímil de la representación de la realidad, por completamente irreal que se perciba como pasa en Dunquerke, debido al juego temporal y perceptivo que propone. 

Es  2017 y estoy sentado frente a Nolan en un hangar de aviones de la ciudad de Los Angeles, Estados Unidos. Justamente ahora está hablando de Durquenke, una épica cinta bélica con visos de patriotismo basada en el real asedio de los nazis a las fuerzas aliadas apostadas en las costas francesas: un relato que se cuenta desde tres puntos de vista y durante tres momentos distintos.

Desde el muelle, se cuenta el punto de vista de tres soldados en una semana.

Desde el mar, se cuenta el viaje en bote de unos civiles en ayuda de los militares durante un día.

Y desde el cielo, dos pilotos maniobran sus veloces Spitfire y disparan contra aviones nazis durante una hora.

Semana, día, hora. Tierra, mar, aire. Una combinación que Nolan hiló con talento y sincronía jugando con la relatividad del tiempo:

—Creo que el tiempo, en cualquier película, es una herramienta muy interesante para los directores de cine, y yo intento usarlo agresivamente, como herramienta para la narrativa— me dice Nolan en esa ocasión y agrega. 

—Lo que quería hacer en esta película era contar la historia intensa y subjetivamente. Es de mucho suspenso, con una narrativa de primera persona, pero también sentí la responsabilidad de crear un conocimiento mayor de los eventos de Dunkerque. Eso incorpora múltiples experiencias y una contraposición de escenas. El cine es capaz de darle al espectador esa noción subjetiva del tiempo. Quería crear una película que nunca abandonara la subjetividad, pero que diera una imagen más amplia de los eventos que sucedieron, sin tener que empujar cosas encima de mapas

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Oppenheimer de esta manera es la bomba de tiempo que Nolan ha puesto a funcionar desde hace todas sus películas atrás y que ahora finalmente estalla con perfección, tras años de ensayo y ajuste de estilo de fondo y forma. Su onda expansiva es demoledora desde todos los aspectos, especialmente el ético. 

La estética de Nolan, apegada siempre en regla a su pasión por las ciencias y el funcionamiento racional de la conducta humana -aunque estemos hablando de sueños como en El origen-, esta vez sin embargo comenta y pone en duda cómo pocas veces el relato de los ganadores. En este caso, de los triunfadores de la Segunda Guerra Mundial. Al momento de hacer estallar el mensaje anti belicista de esta última película, de alguna manera Nolan desmantela no solo metafóricamente la bomba atómica, sino que la propaganda y discurso ganador de Estados Unidos con una aséptica mirada quirúrgica. 

Oppenheimer la película se muestra como un juicio no solo al propio Oppenheimer, perseguido justamente en la historia por su filiación y cercanía con el PC estadounidense, sino que también es un juicio por parte de Nolan a una construcción social poco tolerante, proclive a la cacería de brujas y sumamente carente de pensamiento crítico. ¿Les suena el panorama? 

Nolan de este modo usa la figura recortada en su propia genialidad del físico cuántico Robert Oppenheimer para metafóricamente congelar el tiempo en un feroz juicio a un pasado nada de glorioso ni constructivo. “Soy un destructor de mundos” mastica este genio condenado a su propio averno personal después de desencadenar con la bomba atómica el infierno en la Tierra.