Ensayo

Imprenteros


Amigos y fantasmas en la imprenta de papá

Cada vez que suben a escena en Imprenteros, el biodrama que lleva cinco temporadas, Lorena, Sergio y Federico Vega se encuentran con la memoria de su padre, pasan un último día con él, fumando un cigarrillo en la imprenta familiar. Ahora, los hermanos dejan huella de esos recuerdos en un libro objeto. De los textos que nacen para estar con los muertos, de la ficción como sesión de espiritismo y del arte que nos devuelve el sentido de estar en el mundo escribe el director de teatro Mariano Tenconi Blanco.

Publicado el 15 de septiembre de 2022

El libro comienza narrando y documentando un lugar: el taller del padre, la imprenta de nombre Ficcerd, de Alfredo Vega ubicada en Lomas del Mirador. 

En la primera foto del libro se ve la máquina americana marca Harris del año 42 con la que hicieron muchos trabajos y que el padre nunca quiso jubilar. 

Luego se ve una foto de los rodillos, una pileta para lavar los rodillos, trapos, kerosene.

También hay una foto en donde se ve el escritorio de trabajo de Alfredo Vega: los ceniceros llenos, los lentes fuera del estuche, las lapiceras sin tapa, el papel carbónico fuera del talonario. 

Me gusta pensar así el libro y, si se me permite, toda la ficción: como una sesión de espiritismo. Escribir un libro para estar con los muertos. Si Shakespeare, como dice Joyce, escribió su Hamlet para estar con su hijo muerto, Hamnet Shakespeare, Lorena, Sergio y Federico Vega escriben “Imprenteros” para estar con su padre, para pasar una última jornada con él, en su imprenta, fumando un cigarrillo, una jornada que se hace eterna cada vez que uno abre el libro, o cada vez que hacen una función de Imprenteros, la obra de teatro. 

Pero hay otra cosa más que me parece formidable del libro, de la obra de teatro, y del gesto artístico que produjeron Lorena Vega y sus hermanos con la creación de estas obras. ¿Para qué sirve el arte? Yo me lo pregunto todo el tiempo. Y todo el tiempo tengo respuestas distintas. De joven pensaba que servía para cambiar el mundo. Cuando tengo un día nihilista pienso que no sirve para nada, y que esa es justamente su utilidad: en un mundo en donde todo debe producir un beneficio, el arte es lo que no tiene ninguna función.  Pero la respuesta que da “Imprenteros” sobre esta idea de para qué sirve el arte me parece superadora.

Cuando Alfredo Vega murió los hijos de su otra familia cambiaron el candado de la Imprenta de Lomas del Mirador, impidiéndole a Lorena, Sergio y Federico volver a entrar al taller de su padre. Sergio le dijo a Lorena que quería entrar con una camioneta y destrozar el portón. La idea que tuvo Lorena fue hacer una obra de teatro y poder estar adentro de esa imprenta todas las veces que quieran. La idea que tuvieron los hijos de Alfredo fue hacer un libro para que todos podamos visitar el taller de su padre. 

“Hermanita, gracias por enseñarme a tirar ese portón abajo de una manera diferente a la mía”, le dijo Sergio a Lorena, luego de una función de la obra que hicieron en Madrid en el año 2021. Y yo le digo a Lorena, a Sergio y a Federico gracias por recordarnos que el arte sirve para hablar con los muertos, para derribar paredes, para hacer que esté viva la gente que no queríamos que se muera, para volver a ser chicos, para entender –al menos por el tiempo que dura la lectura de un libro- el sentido trascendente de escribir, de hacer teatro, el sentido trascendente de estar en el mundo.

Fotos: César Capasso, gentileza editorial Documenta.