Ensayo

Rabia disca y neoliberalismo emocional


Contra el imperativo de superarlo todo

La pandemia nos vino a recordar que habitamos cuerpos frágiles. El campo terapéutico nos rodea de prácticas y discursos que apuntan a las capacidades individuales de las personas y a la resiliencia como método de superación. ¿Pero quiénes pueden acatar esos discursos? Elian Chali escribe sobre la fuerza entre norma y diferencia, las lógicas rehabilitantes y la adecuación de los cuerpos para las economías sociales. Y se pregunta: ¿qué tiene de malo ser lo contrario?

Foto: @malapalavra

Una fuerza militar: el Ejército Resiliente. La presentación de un fármaco: Resiliencia 2mg. o, en el mejor de los casos, una pastilla de éxtasis con el bajorrelieve de una Happy Face siniestra. Una profeta anciana llamada Resiliencia. Una ciencia perversa. Un barrio privado en las afueras de alguna ciudad: Altos de la Resiliencia. Un dispositivo de medición. Una secta: Los Resilientes de la Última Voluntad. Las primeras imágenes que emergen en relación a esta palabra producen lo contrario de lo que pretende significar. Coaching ontológico y liderazgo. Soltar. Mindfulness y estafas piramidales enmascaradas en los cuatro elementos. Best sellers de autoayuda. Meritocracia. Instrumentalización de espiritualidades y filosofías importadas. La industria del bienestar viene produciendo de los más diversos mecanismos para la gestión de la vida que para el clima de época resultan de alta peligrosidad. ¿Cómo opera este repertorio de doctrinas en nuestras vidas? ¿Qué le hace a los cuerpos y qué cuerpos pueden acatar estos discursos? ¿Cómo se incrustan en la vida social y la producción cultural? 

El deterioro psicológico/emocional y sus respectivas consecuencias somáticas pos pandemia, ha dejado entrever no solo que tenemos un cuerpo frágil compuesto por algo más que huesos, sino también que las herramientas para sostenerlo, a menudo, no alcanzan. La preocupación sobre la salud mental, las discusiones sobre el encierro y el cuestionamiento sobre las modalidades de trabajo afectaron el entramado vincular y las relaciones con los contextos de vida, incluso con lo doméstico. La herida de los deseos y las utopías sangra más que nunca. Si antes no queríamos futuro, ahora ni siquiera lo podemos imaginar.

Sin embargo, desde hace décadas existen diversas prácticas y discursos que han ganado terreno en el campo terapéutico y que tienen como principio fundamental las capacidades individuales de las personas. Cuál es el motor de su intensificación.

Algunos recuerdos de mi infancia y adolescencia se componen de rostros con sonrisas forzadas, de manos entrecruzadas en el pecho y miradas de profunda religiosidad. La valentía que se le adjudicaba a mi familia por insistir en la aceptación social de mi diferencia, la celebración desmedida a mi madre por tener un hijo que no era igual a los otros de su edad o las charlas incómodas de mis hermanos explicando a sus pares sobre lo que me pasaba, siempre han estado teñidos de un voluntarismo blanco con una gran pancarta invisible exclamando: “MENOS MAL QUE NO ME TOCÓ A MI”. Como advierte Sara Ahmed, la generosidad del aliento puede ocultar el acto coercitivo del direccionamiento.

La idea romántica de un núcleo (familia) compuesto por una parte fallida y que aún así logra continuar, configura lo que he decidido llamar “la violencia original de la diferencia por discapacidad”. Pasan años hasta que las personas que habitan cuerpos diversos comienzan a manifestar o ser conscientes de la segregación sufrida desde el momento del nacimiento. En esa previa turbulenta donde se elaboran los diagnósticos que determinarán la relación con -aquello que el activismo gordo ha denominado con tintes anticarcelarios- el complejo industrial médico y que también se establecerán tecnologías relacionales a través de la mirada, las personas con discapacidad (PCD) y sus familias desarrollan una tolerancia endeble para soportar las formas admitidas de participación en el mundo. 

En función de normalizar la experiencia corporal y definir una subjetividad suficientemente inteligible, las PCD y familias son sometidas a mecanismos de evaluación sensibles sobre cómo se logra sobrellevar -o mejor dicho sobrevivir- en estas condiciones, siendo la inadecuación de la vida diferente una postura que produce rechazo, negación, invisibilización, deserotización. 

En La promesa de la felicidad, Ahmed señala cómo se mantiene la imagen de la familia al pulir su reflejo; una labor de mantener las apariencias, sonriendo como una forma de cubrir lo que no corresponde a la felicidad. En este sentido, el sostenimiento de ese ideal se expone como fuerza, coraje, superación y amor. ¿Por qué la angustia o la rabia no tienen lugar en el imaginario social, salvo en contextos de lucha? La violencia original de la diferencia por discapacidad adiestra la bronca y torna esa realidad un objeto de admiración.

Clickbait resiliencia

Slogans decorando livings, carcasas de celulares enunciando felicidad, camisetas, filtros de redes sociales, publicidades, fotos de paisajes con frases motivacionales. El poder de las imágenes desde donde emerge la resiliencia.

Stella Young, activista disca y educadora, hace unos años esbozó una teoría iluminadora alrededor de la representación de los cuerpos tullidos en la esfera pública que llamó “Porno Inspiracional”. Esta idea gira en torno a aquellas imágenes que son supuestamente motivadoras y dan aliento para superar adversidades y fuerza para concretar metas. Un nadador con amputación de pierna acompañada de la frase “las barreras son mentales”.  Una persona con síndrome de down jugando a la pelota y un epígrafe: “Antes de abandonar, ¡intentalo!”. ¿Son fuente de inspiración para quién y para qué? 

Young señala que al exhibir cuerpos que no corresponden a la norma haciendo cosas comunes y celebrarlos exageradamente por ello a través de la circulación de imágenes, se vuelve un mecanismo de fetichización desmesurado que más que generar empatía, profundiza la agresión que quiere desarmar. Los espectadores que no atraviesan alguna diferencia corporal sienten que para lograr lo que quieran solo falta voluntad. Y aquellas personas que sí, no logran agenciarse porque el recorte del contexto y el artefacto de sentido que propone esta espectacularización no son suficientes para desarmar las lógicas opresivas. 

La representación alegre de una particularidad corporal aislada como caso de éxito, no es la misma experiencia de todas las personas que están en situaciones similares. Aunque desde algunos activismos no adherimos al uso peyorativo del porno como instrumento de violencia, el planteo de Stella Young resulta generoso para comprender las relaciones de fuerza entre norma y diferencia, para reconocer discursos y argumentos que producen sometimiento y segregación pero sobre todas las cosas, para saber qué lugar ocupan en el mundo ciertas vidas en los procesos de identificación individual y colectivo.

La crítica social que propone el porno inspiracional es el reverso del imperativo de la resiliencia a través de las lógicas rehabilitantes, en la cual el estado actual de un cuerpo enfermo, incompleto, debilitado, debe ser sometido a determinados procesos (médicos, quirúrgicos, terapéuticos, psicológicos, etc.) para arribar a la adecuación de la norma productiva. 

Siguiendo a Robert McRuer, la rehabilitación exige la obediencia o, mejor dicho, hace impensable la desobediencia. Ir en contra de los procesos para devolverle al cuerpo un supuesto estado natural-original negando un otro estado que no se corresponde con lo completo y suficiente de la norma corporal, configura un antagonismo inaceptable ya que desobedecer a la rehabilitación (que también puede significar suscribir a otro tipo de vinculación con las condiciones actuales del cuerpo y no solo resistencia caprichosa) en el imaginario social significa querer morir. 

En este punto, la resiliencia como dispositivo rehabilitante configura un corte a un modo de vida, un reemplazo, una actualización. Determina un punto específico del cual poder construir el binomio antes-después que tanto vemos en publicidades fitness, en promociones de cirugías estéticas o en programas dietarios y regímenes nutricionales. 

En El optimismo cruel, Laurent Berlant señala: “cualquier objeto de optimismo promete garantizar la perduración de algo, su supervivencia, su prosperidad y sobre todo la protección de aquel deseo que hizo de ese objeto o escena algo lo suficientemente potente como para haber conseguido atraer hacia sí un apego”. La resiliencia como dispositivo rehabilitante tracciona desde lo que fue y desde lo que promete la adecuación, la promesa de la vida.

La conformación de los estatutos corporales válidos para la participación de las economías sociales como el acceso al trabajo, el derecho a la ciudad o el encuentro con el placer y el goce, son algunos de los tentáculos con los que envuelve la hegemonía. Si el cuerpo no se inscribe en estos estatutos, debe rehabilitarse. Si no se rehabilita, el castigo es la expulsión del mundo común.

No podemos, no queremos

Derecho de piso y meritocracia para acceder a la felicidad. Necropolítica y gestión emocional en la resiliencia.

También en El optimismo cruel, Berlant advierte sobre algunos enmascaramientos sigilosos: “la hegemonía, después de todo, no es meramente dominación ataviada bajo ropajes más favorecedores; es ante todo una metaestructura de consentimiento”. ¿Por qué esa adhesión masiva a la norma siendo esta tan inalcanzable, aséptica, idílica? Simplemente porque el teatro de la felicidad es un territorio que no admite okupaciones ni desfiguraciones que no contengan en sí imágenes reconocibles, positivas, constituidas y organizadas. La expansión del campo de posibilidades de la felicidad debe atravesar un proceso de normalización e inventariado para validarse; las imágenes admitidas tienen un correlato estricto con la inteligibilidad y completitud corporal. Entonces si la resiliencia y la felicidad son miembros de la misma mafia, es el imperativo de la superación el vehículo hacia el bienestar y el consenso en la sociedad contemporánea.

Tal como apunta Mark Fisher en La privatización del estrés, “las creencias psicológicas surgen del seguimiento de los pasos y de la aceptación del esquema, los lenguajes y los comportamientos oficiales. Así que, por mucho que distintos individuos y grupos se hayan burlado del lenguaje de la competencia, el emprendedorismo y el consumismo que se adueñaron de las instituciones desde la década de 1980, es nuestra misma aceptación ritualizada de su terminología la que ha logrado naturalizar el dominio del capital y desbaratar cualquier intento de oposición”. 

En este sentido, los discursos que organizan las emociones y el lenguaje que se adueña del léxico corporativo codifica la lógica de la administración como la única vía posible para la producción social y sostenimiento de la vida en la actualidad. 

El coaching ontológico y el mindfulness son algunos de los dispositivos que a través del entrenamiento de la atención, la transmisión vertical de saberes y la capitalización de todas las particularidades que componen la subjetividad, proponen una rentabilidad de la vida basada en las capacidades individuales. 

El neoliberalismo ha logrado inmiscuirse en cada partícula de nuestra especie. Si la resiliencia es la capacidad para adaptarse a las situaciones adversas con resultados positivos, como alguien escribió en Wikipedia, entonces el individuo es el único responsable en cambiar su realidad. 

Esto esconde, por lo menos, dos trampas importantes para develar. Por un lado, responsabilizar al individuo por asuntos de orden estructural, desafecta a la comunidad en su potencia para intervenir la realidad y desconoce factores de la coyuntura necesarios para entender las condiciones de vida de ese mismo individuo, ignorando cómo el contexto y la época determinan formas de existencia. Por otro lado, deja librado a aquellos sujetos “capaces” como los únicos agentes posibles para el cambio. En estos recae todo el costo y traza una frontera con aquellas vidas que no tienen la capacidad de superación u optimización de las condiciones singulares que atraviesan. Es decir, la resiliencia genera una marginación entre los que pueden y los que no. 

La “empresa de sí” tiene base operativa en la intersección de la felicidad y la resiliencia. La autoexplotación, el management de la vida y la negación de los conflictos del entorno son pilares de la plataforma de la voluntad para tolerar el abandono. La angustia, el descontento o la rabia -solo para señalar la otra cara de la matriz emocional- no tienen margen de acción en la empresa de sí porque son parte de un estado que debemos “aprender a superar”. 

Si el enojo es un lugar de agenciamiento colectivo, los cuerpos que por defecto son estereotipados con otras emociones que no son la felicidad -o no se los considera merecedores de ella-, configuran un afuera, una otredad, una confrontación. La expulsión de la diferencia y el imperativo de la felicidad se encuentran estrechamente encadenados. 

Lo que McRuer -parafraseando a Adrianne Rich- señala como capacidad corporal obligatoria, también opera con la resiliencia bajo el velo de la voluntad que, en conjunto con la apariencia de la elección, resguardan el capacitismo interiorizado en el corazón del tropos de la superación. Entonces elegir se encadena con sentir, que a su vez traba compromiso con capacidad. Se concentra el sistema de relaciones en el individuo y libra de responsabilidad a los entornos por la salud mental o la integridad corporal.

¿Quién quiere estar un poco mejor?

Sentir y estar con otrxs. Abandonar, desistir, retomar. Albergues suaves. 

Sara Ahmed pregunta: “¿Quién no quiere sentirse mejor? ¿Todo conocimiento no debe, acaso, ser transformador y responder a un impulso por mejorar los mundos y las capacidades de vida de los individuos?” Sin duda queremos estar mejor. Y ante todo, sabemos que decirles a lxs otrxs cómo resistir, soportar o luchar es permitir que el policía que llevamos dentro nos tome por completo. 

Pero superar las adversidades nos incrusta en el cuerpo una reflexión compleja sobre lo adverso. ¿Por qué es contrario o negativo? ¿Es malo ser lo contrario o habitar lo negativo? ¿Qué potencia contiene la superación individual si solo afecta individualmente? ¿Qué pasa si, por determinadas condiciones particulares, esa realidad no se puede cambiar? Aceptar la resiliencia como la capacidad de adaptación es capitalizar los dolores y los malestares como una enseñanza divina que nos hará mejor. A veces, simplemente, duele. A veces no podemos. No hay nada que obtener ni aprender allí. Esa vulnerabilidad también es la penumbra opaca donde acontecen encuentros, donde se producen ficciones consideradas menores, olvidadas o poco válidas que muchas personas habitamos. 

Nicolás Cuello dice que: “es importante pensar en los lenguajes de la fragilidad, justamente, para darle vida a otras formas posibles de habitar esos afectos que presagian nuestra capacidad de quebrarnos, y para encontrar, en ese espacio, otros significados a la herida desde la que se pronuncian nuestras vidas”. Esas formas pueden aparecer en la interdependencia, en el apoyo mutuo, en el reconocimiento de la propia biografía en la vida de los otrxs. 

No todo se debe resolver ni se debe completar. No siempre hay que pasar de un estado a otro, no todo es progresivo ni lineal. No todo se puede ni se debe reparar. A veces el movimiento es estar quieto. La inacción es también un arma nuclear. No somos culpables de todo lo que nos acontece, ni responsables de transformarlo, tampoco. Atravesar la vida deseando la felicidad como emoción permanente y hacer lo imposible por sostenerla o alcanzarla, tiene costos altísimos, incluso como utopía, incluso colectivamente. 

Aunque se sienta excesivamente personal y testimonial, siempre hay alguien que está o pasó por una situación similar a la de uno. No existe ninguna emoción liberadora por sí misma, la libertad es una puesta en relación de las condiciones de la época, en fuga constante, indomable. La alegría, eso que la realidad en curso nos arrebata a diario, son fugacidades, suspiros, instantes moleculares. La resiliencia, que todo lo que toca lo convierte en héroe, se encarga de ocultar con disimulo el temor y la soledad. Pero también tenemos miedo y no está mal.

Como si fuéramos Estados, bancos o corporaciones, el régimen de la transparencia emocional nos quiere administrar nuestro lado oscuro ¡NO PASARÁN!