Tomás Linch se hizo fotógrafo por un ruido. Puede parecer curioso ya que cualquiera pensaría que lo que define una vocación de ese tipo, que está relacionada con la imagen, tiene que ver con lo visual, pero de nene, a los ocho años, le robaba a su padre la cámara, una Kodak 110 de plástico y sin rollo y jugaba a sacar fotos. Lo más real que tenía su ejercicio, dado que no había película ni impresión, era el sonido. Sonido por el cual, dice hoy, se convirtió en fotógrafo.  
Sus trabajos fueron expuestos y proyectados en Buenos Aires, Tucumán, Porto Alegre, Tokio, Madrid, Curitiba y otras tantas ciudades. Ha publicado sus reportajes en Editorial Perfil, Grupo de Revista La Nación, Infomedia y en medios editoriales y electrónicos de Latinoamérica y Europa. 
Unos meses antes de que su abuela Sarita muriera, le tomó un retrato simple en blanco y negro, levemente desenfocado. Dice ahora: daría todas las imágenes sacó por poder volver a fotografiarla, aunque fuera una sola vez.
Sus trabajos pueden verse aquí.