Cuando tenía 17 años, Santiago Porter fotografiaba rockeros para la mítica revista Cerdos & Peces. Fines de los ’80, inicios de los ’90: en Buenos Aires se superponían los recitales y la noche no terminaba nunca.  Porter –nacido en 1971, en Vicente López- ya sabía las técnicas de revelado y copiado. Cuando estaba en tercer año de la secundaria, un amigo del colegio lo llamó y le dijo “vení a ver esto”. Era un laboratorio que ese amigo había heredado de un primo. Lo instalaron en un altillo. Las primeras imágenes que revelaron, arruinando químicos y papeles, las sacaba Porter en el barrio, con una cámara Voigtlander.
La alquimia y la magia del laboratorio lo cazó del cuello y nunca más lo soltó. Hizo su primer curso a los 16 y empezó a trabajar en medios. De las revistas de rock pasó a Clarín. Estuvo una década, hasta que, harto, renunció en 2002. Ese mismo año recibió la beca Guggenheim y fue también becado por la Fundación Antorchas de Buenos Aires.  Ganó muchos premios: en 2007 fue becado para participar del programa Intercampos III en la Fundación Telefónica de Buenos Aires y obtuvo el Primer Premio de fotografía de la Sociedad Central de Arquitectos de Buenos Aires. En 2008 se llevó el premio Petrobras-Buenos Aires Photo. En 2010 le dieron la Beca Nacional del Fondo Nacional de las Artes y en 2011 fue seleccionado para participar del Programa de Artistas de la Universidad Di Tella.
Le gusta el fútbol. Juega religiosamente todas las semanas. Es hincha de River y puede pasarse horas mirando fútbol inglés, español o de ligas menores. A veces apaga la tele y se pone a pintar. Cada vez dedica más tiempo a pintar cuadros.
Con su mujer Luciana tiene dos hijos: Tobías y Julia. Y ya publicó dos libros: Piezas (2003) y La Ausencia (2007).