Martín Cortés se acaba de mudar a San Telmo, su barrio adoptivo. Lo vuelve loco la barranca del Parque Lezama y su historia de extravagancia pasada: supo albergar una compañía esclavista, fue la quinta de un acaudalado comerciante, tuvo una plaza de toros y un jardín botánico con especies de todo el mundo.

No le gusta develar que fue el Nacional Buenos Aires, pero se le nota. Su travesía por la academia lo dejó en la puerta de Puán, donde estudia Historia. La clave de todo, piensa, se esconde en esas toneladas de apuntes.

De todos los universos posibles, el que más le gusta habitar es el del rock. De Los Gatos a Él mató a un policía motorizado, lo mueven esos mitos, esos valores y esa actitud que no intenta definir con rigor: el rock es el único lugar donde se permite pensar un poco menos. Es víctima de un dios frágil temperamental.