La “covacha” se llama el lugar donde algunos días por semana Silvina Prieto se encierra a escribir. Es un cuarto oscuro donde se amontonan bártulos del Centro de Detención Federal de Mujeres, Unidad 31, de Ezeiza. Prieto consiguió que le pusieran una computadora en un rincón. Tiene Word, Excel, Dreamweaver, Flash. No tiene internet. La mayor parte de las veces que abre el Word es para escribir cuentos de terror y ciencia ficción.
Prieto nació en Villa Urquiza, en una familia mitad italiana y mitad española. Su madre ama la música clásica. Su abuelo Antonio le leía los libros de la colección Robin Hood. Cuando tenía 12, Prieto escribía cuentos para niños. De grande estudió joyería, restauración de obras de arte y museología. Mezcló lecturas técnicas con Rodolfo Walsh, Robin Cook, Foucault y Ciruelo.
Hace 11 años que vive en la Unidad 31. Hizo cuanto curso pudo. Hoy trabaja haciendo jardinería en complejo penitenciario. Por ahora, disfruta de las salidas transitorias: visita a su mamá en Flores, toma clases de periodismo y de literatura y pensamiento en el Centro Cultural de la Cooperación. Fue Daniela Yaccar, su profesora de periodismo, quien le habló del premio “La Voluntad”. “Nunca había escrito algo tan largo”, dijo Prieto. Le costó llegar a los 25 mil, 30 mil caracteres. Aunque asegura que dejó muchas escenas de la doctora Rímolo fuera del texto final.
Para el 2015, cuando vuelva al bosque -como dice ella citando al Oso de Moris- tiene en mente montar un par de museos. Ya registró los proyectos. No quiere que le pase como cuando fue a ver un presidente de un conocidísimo club para venderle la idea de un museo y, antes que pudiera patentar el proyecto, los emisarios del club se le anticiparon. Hoy ese museo es un éxito.
Cuando no trabaja, cuando no escribe, Prieto pinta cuadros en los que abundan figuras de dragones y paisajes fantásticos. Mientras los hace escucha tango, jazz y heavy metal.