A los 12 años, su madre, a quien (entre otros) Cortázar llamaba “La Maga”, le dejaba sobre la mesa seis cigarrillos: tres para ella, tres para su hermano. En ese momento, Laura Ramos escribió una Oda al Cigarrillo. A mediados de los 80, un amigo le consiguió trabajo como correctora en la Editorial Perfil. Trabajaba de noche, corrigiendo una revista porno con un compañero de pelo naranja que maldecía la gramática de los redactores. Ella leía en voz alta los artículos. Dice, aprendió más que en toda su escolaridad, universitaria incluida. Poco después presentó en la revista Mujer unas notas sobre las amantes de los próceres (San Martín, Bolívar). Al director, que era poeta, le encantaron y la mandó a escribir sobre la limpieza de las cacerolas. Así empezó. Luego salió de testigo en un juicio del compañero de pelo naranja: él le regaló un perfume rancio de su madre.

Pasó su infancia en Montevideo, donde fue alimentada, entre otras cosas, con sopa de letras y puré artificial. El nombre de guerra de su padre, el inventor del trotskismo de la izquierda nacional, era “El Colorado”, aunque se llamaba Jorge Abelardo Ramos y durante el período en el que su padre se refugió en el campo mientras lo buscaba la dictadura militar, ella se graduó como calificadora de leche vacuna y ejerció el oficio en dos tambos de la provincia de Córdoba. Desde los dieciocho trabajó como camarera, acompañante terapéutica y editora; transcribió ensayos filosóficos de un escritor no vidente, fue redactora especial del diario “La Razón” y colaboradora de Página 12 durante los primeros tiempos de su fundación. Dirigió la sección Transformaciones de la revista El Periodista y realizó coberturas en España, México y Estados Unidos para La Razón y Clarín.

Es autora de Buenos Aires Me Mata (Sudamericana, 1993), llevada al cine en 1997, Ciudad Paraíso (Clarín-Aguilar, 1996), Diario íntimo de una niña anticuada (Sudamericana, 2002) y coautora de Corazones en llamas (Clarín-Aguilar, 1991), que lleva diez ediciones y más de cincuenta mil ejemplares vendidos “Su último libro es “La niña guerrera” (Planeta, 2010).” Sus columnas de aguafuertes en el diario Clarín eran escritas en las servilletas de los bares y discotecas y enviadas a los talleres gráficos por la madrugada. Se leían en los afterhours los sábados y los domingos, recién salidas de imprenta, mientras los acontecimientos narrados aún seguían sucediendo.

Acaba de terminar una biografía sobre Charlote Bronte y sus hermas: ella, dice, es su obsesión, su trauma, su heroína.