José Luis “Pipo” Piacentini es un hombre oficios varios: músico, actor, pintor, albañil, dramaturgo, contratista y cronista.

Como otros muchachos y muchachas de pueblos que se mudaron a la gran ciudad, añora lo que antes odiaba: el silencio a la hora de la siesta. Dejó un bachiller inconcluso en Villa Cañás, provincia de Santa Fe, y partió a Buenos Aires. Dice que abandonó la escuela porque no le interesaba ninguna materia. Hubo una excepción: el taller de fotografía. Pero apenas se cursaba una hora por semana. Sin escuela no había otra que trabajar. Y Piacentini aprendió el oficio de pintor.

Llegó a la ciudad para ser actor. O hacer cine. O música. Enseguida se dio cuenta de que en Buenos Aires había decenas de miles de jóvenes con esos mismos intereses y sueños. La decisión fue trabajar de pintor y vincularse en forma esporádica con el arte. Estudió un año con Norman Briski. En las clases de Briski se dio cuenta de que quería ser actor pero no trabajar de actor.

Terminó el bachiller cursando de noche. Tuvo dos hijos.

Hace unos años se topó con una antología de crónica latinoamericana. Se enganchó con las historias de no ficción. Empezó a escribir. En 2016 se anotó en un taller. Varias de las historias que escribe transcurren en el interior santafecino.