En 1998, los padres de Guillermo Garat le consiguieron un trabajo en una papelería de la Ciudad Vieja de Montevideo. Cuando llegó a la entrevista hizo todo lo posible para que no lo tomaran. Al final, le dijeron: empezás el lunes.

 

Mientras volvía en un colectivo a la casa de sus padres, el tránsito detenido en un semáfotro, se dio cuenta de que eso no era lo que quería para su vida y decidió renunciar antes de haber empezado: se anotó en una escuela técnica de periodismo y ese mismo año publicó su primera nota.

 

En la adolescencia fumaba marihuana con sus amigos. Siempre le llamó la atención el marco de miedo con el que vivía el consumo, el cerco moral que había sobre ella y no sobre otras drogas. Un cerco moral que justificaba que un policía le pusiera una pistola en la cabeza solo por estar armando un porro. Un cerco moral que justificaba violaciones a los derechos humanos,  que alejaba a las familias de la comprensión de sus problemas: un cerco que hizo mucho daño y todavía lo hace.

 

Haciendo un reportaje para el semanario Brecha le tocó ir el mismo día a dos cárceles a visitar usuarios de cannabis que habían sido denunciados por tener plantas en el fondo de sus casas. Estar ahí, hacer la cola para entrar a la cárcel, y ver que esas dos personas no tenían nada que ver con el ambiente delictivo lo llevó a preguntarme cómo una sociedad encarcela gente así. Por qué. Se zambulló en la construcción de sentido de las políticas de drogas en Uruguay. Desgranó 100 años de prohibición según los actores de esta política de drogas que recientemente ha cambiado, creo él: para bien, para mucho mejor.

 

Luego, publicó dos libros sobre el tema: “Marihuana y otras yerbas: uso, prohibición y regulación de drogas en Uruguay” (Random House Mondadori) y “El camino: cómo se reguló el cannabis según sus actores sociales y políticos” (Ed. FES y JND).

 

Por ser periodista resignó sueño, tiempo con su pareja, pagar facturas a tiempo, horas de ocio, partidos de fútbol, unas pocas salidas, su salud y su seguridad cuando investigaba las violaciones a los DDHH durante la dictadura que se judicializaron desde 2006. El periodismo que le gusta es el que resigna: por lo menos en Uruguay no hay otra para sacar un texto bello hay que sufrir, como en el fútbol.

 

Desde hace quince años que viene trabajando en distintos medios en gráfica, radio y televisión. De 2007 a 2009 cubrió Derechos Humanos, Gobierno y Congreso en La Diaria. Escribió en Brecha y en la Agencia de noticias EFE de Berlín, colaboró en Le Monde Diplomatique Edición Conosur, Al Jazeera English (Vox Pop) y la Deutsche Welle en español, Alemania y hoy lo hace en la Revista uruguaya Lento.

 

Codirigió un documental, dio una conferencia en Oslo y, hace poco, tuvo un sueño que lo puso contento: se reía mucho en un asado con un amigo que ya falleció.