Ariel Zak quería ser corresponsal de guerra. Bah, en realidad lo que quería era ser jugador de fútbol, pero frustrada esa posibilidad fue por el lado del periodismo.

 

Obsesionado con la idea de intentar entender qué pasa por la cabeza de aquellos que están dispuestos a matar por órdenes de otros, a los 24 años -en 2009- viajó a Medio Oriente y cruzó la frontera de hormigón armado que separa Israel de Palestina en la parte del mundo conocida como la Franja de Gaza. Y no tuvo vuelta atrás. Salió siendo otro, dice. Distinto al que había estudiado en Ort. Por cierto, no encontró las respuestas que fue a buscar.

 

Antes de aquel viaje, había trabajado en la Revista 7 Días y en el diario Critica de la Argentina. Después pasó a la agencia Télam. El destino fue la sección de política nacional, donde los protagonistas de las noticias no portan armas -bueno, la gran mayoría- pero se matan a su manera.

 

Escribió, junto con Támara Smerling, el libro Un fusil y una canción en el que se cuenta la historia de la banda que tuvo que exiliarse por haber grabado un disco para Montoneros. Y jura que pronto escribirá otro. Aunque no sabe cuándo es pronto. Y produjo, con un equipo interdisciplinario, el documental “Sara Rus, tengo que contar”, que relata la historia de una Madre de Plaza de Mayo que antes de llegar a la Argentina sobrevivió al exterminio nazi.

 

Paradojas del destino, dejó de jugar al fútbol a los 25 años, poco tiempo después de volver de la Franja de Gaza. El viaje lo atravesó, lo “rompió”, le gusta decir, y una serie de lesiones hicieron que abandonara las canchas mucho antes de lo que lo tenía previsto. Le quedó el periodismo.