La antropología no era una opción para Alejandro Otamendi cuando terminó el secundario. En su imaginario de esa época ser antropólogo era ser un personaje de ficción como Indiana Jones, más que una profesión con salida laboral específica. Así que transitó furtivamente el CBC de Odontología, ingresó a la carrera de contador y administración en la UBA, y llegó a aprobar 22 materias. En un viajé a Machu-Pichu conoció a una pareja de antropólogos y se decidió. 

Hoy es profesor y licenciado en Ciencias Antropológicas, graduado en la UBA. Investigó sobre turismo místico, movimientos religiosos new age y presentó hace meses su tesis doctoral, aguardando aun la fecha para su defensa. Desde hace años que se desempeña como profesor en la UBA y la UNLa, y que es miembro investigador de la sección etnologia del Instituto de Ciencas Antropológicas (FFYL, UBA). Paralelamente se interesó en el campo vial y participó junto al Dr Pablo Wright de la investigación antropologica a pedido de la Defensoría del Pueblo de la Provincia de Bs.As.

Dicho estudio etnográfico consistió en el relevamiento de regularidades en patrones de conducta vial, que generalmente marcan una distancia con las normas legales, seleccionando sitios etnográficos clave como bocacalles sin semáforo y de mano única, y estaciones de servicio. También realizaron observaciones sobre uso de cinturón de seguridad, de casco en motos, y de lugar de niños en los vehículos. Aquellos datos les permitieron ordenar estas conductas y sus recurrencias, en donde se detecta una distancia importante entre los signos viales y las conductas, y la incidencia de variables como género, generación y clase en escenas viales concretas.

La idea general de esta investigación fue aportar datos de campo e interpretaciones antropológicas sobre los hechos viales como hechos sociales, con el objeto de servir como insumos para las recomendaciones que la Defensoría debe realizar a organismos públicos para mejor sus intervención en la realidad social de la región.
Leyó La Odisea de Homero apenas ingresó al colegio secundario y lo releé en momentos distintos de su vida. 

 

Tuvo perros grandes, medianos y chiquitos. Gatos siameses y gatos callejeros. Incluso su hermana trajo una vez un hamster que, sin saberlo, venía con crías en la panza y, con una rapidez impensada, el departamento se llenó de ratoncitos.